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Jennifer estaba un poco confundido por el cambio de comportamiento, pero como yo sabía cual era el resultado es siempre trataba de mostrarse amistosa, asumió un tono agresivo:

– Dado que no tiene estricnina, el té parece muy bien.

Esperaba una respuesta en el mismo nivel, pero se quedó desarmada, al notar que Ryden había empezado a reír. Al darse cuenta de lo ridículo de la situación, ella tampoco pudo controlarse.

Sin embargo, su sonrisa desapareció de repente al ver la seriedad en la cara de él, que no desviaba los ojos grises de su boca.

Al darse cuenta de que Jennifer lo había notado, se fue abruptamente.

Esa noche, Jennifer no consiguió dormir bien. Los pensamientos volaron a la imagen de Ryden sonriendo y mirándola, fascinado. Llegó a la conclusión de que era sólo su imaginación.

A la mañana siguiente, parecía distante y serio, le trajo el café yéndose a trabajar, dejando a su desconsolada ante la perspectiva de otro día sin fin, tirada en la cama.

Pero Jennifer tuvo una sorpresa agradable ver que la rodilla mejoraba. Todavía no podía hacer acrobacias, pero sin duda, ir al baño sería menos doloroso.

Estaba aún más optimista al terminar de ponerse la compresa. Incluso se consideró la posibilidad de irse a casa sola.

Sin embargo, todos sus planes se vinieron abajo, cuando intentó ponerse de pie sin apoyo, se cayó. Frustrada, se metió en la cama, tomó dos pastillas para el dolor. Pero no abandonó la idea de irse ahora. Cuando a la hora del almuerzo, Ryden volvió aún taciturno, casi no pudo contener la rabia.

Una vez más friamente le puso delante de una bandeja con sándwiches, café y algunas revistas.

– No había necesidad de preocuparse… – La voz se apagó al verlo salir. En la puerta, Ryden se volvió, demostrando impaciencia, esperando que terminara la frase. – Quiero irme ahor. – Él miró con el escepticismo de otras veces. – Te estoy pidiendo que me lleves a casa!

– Tengo más cosas que hacer que llevarla a pasear.

Jennifer se quedó con los ojos fijos en la puerta, cuando le oyó salir del apartamento, quería tirar la bandeja al suelo. Si tan sólo pudiera seguirlo para poner fin a la conversación… Pero ése era el problema, no conseguía dar un paso.

Si Ryden no estuvo dispuesto a hablar en el almuerzo, por la noche, quien se negó a hablar fue Jennifer. Él fingió no darse cuenta de su mal humor, esperó a que terminara de comer y se fue. Deseando que tuviese una pésima salida, no pudo evitar preguntarse con quien habría salido. Seguramente, con una mujer sofisticada. Pensó que estaba empezando a alucinar cuando se dio cuenta que la imagen que veía en un elegante vestido era la suya. Trató de disipar esos pensamientos. recordando que Noel había dicho que sólo se quedaría en Londres durante la semana. No entendía por que Ryden no viajaba pues estaban a viernes. Tal vez su estancia allí había echado a perder todos sus planes. Empezó a sentirse culpable por ello. Los padres, que tanto ansiaba verlo, estarían decepcionados.

Trató de librarse de la culpa, concluyó que si él hubiera estado de acuerdo en llevarla a su casa, no necesitaba perder el fin de semana.

Cuando llegó Ryden, todavía se sentía deprimida. Pensando en sus padres que le recordaban a su vieja amiga, la señora Gemmill, que hasta hacía poco formaba parte de su vida. Cómo me gustaría que su compañera estuviera a su lado…

– ¿Necesita algo? – Su voz interrumpió sus pensamientos.

Jennifer negó con la cabeza, sin mirarlo mientras las lágrimas rodaban en silencio, no quería que la viese en ese estado.

– ¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza, deseando que saliese. Sin embargo, se acercó a la cama, consolándola:

– Sé que debe doler mucho, pero aguanta, que pronto estarás bien.

La solidaridad inesperada la hizo levantar la cabeza. Los ojos grises transmitían sinceridad. Era el colmo.

– ¡Oh, Ryden – estalló en sollozos.

Quería ocultar su rostro y sintió su brazo sobre su hombro.

– No llores.

Levantó la mirada y trató de sonreír pero no pudo. La proximidad era tal que podía sentir su respiración. El corazón se disparó.

Ryden se acercó aún mas y la besó. Jennifer nunca antes había experimentado tal emoción.

Los labios de Ryden se encontraron con los de ella cuando, con amabilidad, le apoyó la cabeza sobre la almohada. Acariciando su cabello, se acostó junto a ella, lo que la hizo olvidar el mundo que les rodeaba. Los besos se sucedieron, Jennifer descubrió un deseo violento e irresistible que la asustó.

Podía sentir a través de la colcha el cuerpo de Ryden contra el suyo. Su mano cayó lentamente para acariciarla. Le descubrió un hombro, Jennifer sintió reflejado en aquellos ojos sensuales el mismo impulso que la torturaba a ella.

Ella le acarició también, en busca de su piel caliente debajo de la camisa, arqueando su cuerpo para pegarse a la de él, suspirando de placer mientras sus labios exigentes trazaban una línea de fuego desde el cuello hasta los pechos.

Sin embargo, de esta demanda desenfrenada, con el peso del cuerpo de Ryden apretando su pierna herida la volvió a la realidad. No pudo contener un grito de dolor. Él se apartó de inmediato.

– Mi rodilla – Jennifer explicó, sin saber lo que la estaba molestando más, si el dolor o el hecho de haberla alejado de él. Aún así lo deseaba mucho, pero se dio cuenta que los ojos de Ryden habían recuperado la frialdad anterior. Asombrada, escuchó su voz ronca:

– No fue en esta ocasión, señorita Cavendish.

– ¿Qué quieres decir? – Le preguntó indignada, incapaz de comprender que sin querer le hizo recordar que casi cayó en las garras de aquella que había jugado a ser la novia codiciosa de su hermano.

– Santa inocencia! ¿Usted pensó que yo pudiera creer en esas lágrimas? – Parecía más enfadado consigo mismo que con ella. – Puede que haya sido capaz de obtener que la desease, pero entre el deseo y el amor hay una larga distancia.

CAPÍTULO IV

A la mañana siguiente, Jennifer se despertó con los pensamientos más tumultuosos que la noche anterior. No lloraría por lo que había sucedido. Ryden no se lo merecía. Después de todo, que pensaba que era?

Recordó los momentos que había estado a merced de aquellas caricias audaces, odiándolo para llevarla a tal estado de descontrol. Se puso furiosa. Justo en ese momento, él la acusaba de haber incitado deliberadamente su deseo con bajos motivos. Que un hombre mas monstruoso!

No se conformaba con su propio ingenuidad e imprudencia. El ansia de venganza la invadía. Se puso de pie, probando a ver si su pierna había mejorado.

Esta vez fue mucho más fácil de llegar al baño, pero la rodilla aún le dolía demasiado. Aunque se moría de ganas de tomar un largo baño, vio que se produciría un desastre si tratara de entrar en el baño. Se conformaría con la ducha.

A pesar de que podía oír el ruido de Ryden por el apartamento, volviendo a su cuarto no se encontró con él.

Automáticamente se fue a la cama, pero, recordando que el médico había recomendado cuarenta y ocho horas de descanso, llegó a la conclusión de que debería haber estar liberada y se levantó. Se vistió, se sentó en la silla, planeando arreglarse mejor una vez que hubiese descansado un poco. En ese momento, entró Ryden. Llevaba una camisa de manga corta y pantalones vaqueros.

Sus ojos se movieron lentamente de la cama a donde estaba ella. Jennifer parecía distante, recordando los besos que intercambiaron la noche anterior. Pero si el también se acordaba, no lo demostró cuando sus ojos se encontraron.

Ella se recompuso, mientras Ryden ponía la bandeja de café sobre la mesa. Por frunciendo el ceño, se dio cuenta de que no cambiaría de opinión.

Indignada, recordó el día anterior, la forma en que la había dejado sin darle la oportunidad de decir una palabra, vio que ya era hora de que supiera que no volvería a suceder.