Выбрать главу

– Bien. Me duele un poco la cabeza, pero por lo demás bien. ¿Has podido escribir algo?

– Bah, eso… -David hizo un gesto en dirección a la mesa del escritorio-. Sí, pero no es muy bueno.

Eva asintió.

– No, ya, ya. ¿Puedo escucharlo luego?

– Si quieres…

Ella fue al cuarto de Magnus y David entró en el aseo, dejó que fluyera de él una parte del nerviosismo. Permaneció un rato sentado en el retrete, observando el dibujo formado por los peces blancos de las cortinas de la ducha. Quería leerle el texto a Eva, sí, debía leérselo. Era divertido, pero se avergonzaba de él y temía que ella fuera a decir algo sobre… su contenido. O sobre la ausencia de él.

Tiró de la cadena y se refrescó la cara con agua fría. «Soy un cómico. Nada más». Sí. Claro.

* * *

Preparó una comida ligera -tortilla con champiñones en salsa-, mientras Magnus y Eva sacaban el Monopoli en la sala de estar. El sudor le caía a chorros por debajo de las axilas mientras permanecía junto al fuego friendo los champiñones.

«Este tiempo no es normal».

Se le cruzó por la cabeza una imagen: el efecto invernadero. Sí. La tierra como un invernadero gigante. Unos seres procedentes del espacio nos plantaron aquí hace millones de años. Pronto vendrían a recoger la cosecha.

Volcó las tortillas en los platos y anunció a voz en grito que la cena estaba lista. La idea era buena, pero ¿era divertida? No. Ahora bien, si se cogía a alguna persona lo bastante conocida, como por ejemplo el periodista Staffan Heimersson, y se decía que él era el jefe disfrazado de esos seres espaciales… Eso era como decir que Staffan Heimersson era el único responsable del efecto invernadero.

– ¿En qué estás pensando?

– No, nada… En que Staffan Heimersson tiene la culpa de que haga tanto calor.

– ¿Y eso…?

Eva se quedó expectante. Él se encogió los hombros.

– No, sólo eso. A grandes rasgos.

– Mamá… -El niño había terminado de retirar los trozos de tomate de su ensalada-. Robin dice que si empieza a hacer más calor los dinosaurios volverán a vivir en la tierra, ¿es eso verdad?

El dolor de cabeza se volvió más intenso mientras jugaban la partida de Monopoli, y todos se irritaban a lo tonto cuando perdían dinero. Después de media hora hicieron una pausa en el juego para ver Bolibompa en la tele, y Eva se fue a la cocina a preparar café. David se quedó sentado en el sofá, bostezando. Siempre que estaba nervioso se sentía cansado y sólo le apetecía dormir.

Magnus se acurrucó junto a él y juntos vieron un documental sobre el mundo del circo. David se levantó cuando estuvo listo el café, pese a las protestas de su hijo. Eva estaba delante de la cocina moviendo uno de los mandos.

– Qué raro. No se puede apagar.

La luz indicadora de que la cocina estaba encendida se resistía a apagarse. Él giró algunos mandos al azar, pero no pasó nada. La placa sobre la que había estado burbujeando la cafetera se había puesto al rojo vivo. No fueron capaces de hacer nada al respecto en aquel momento, así que David se puso a leer su texto mientras tomaban el café con mucho azúcar y fumaban un cigarrillo. A Eva le pareció divertido.

– ¿Puedo hacerlo? -preguntó David.

– Ni lo dudes.

– ¿No te parece que es…?

– ¿Qué?

– Bueno… arrogante. Está claro que tienen razón.

– ¿Y qué tiene eso que ver?

– No, nada. Gracias.

Ya llevaban casados diez años, y apenas pasaba un día sin que David mirara a Eva y pensara: «Joder, qué suerte he tenido». Por supuesto que había días malos, y también semanas sin espacio para la alegría, pero, incluso entonces, por debajo del fango, había una placa en la que estaba grabado: «Joder, qué suerte». Aunque él no pudiera verla justo entonces, acababa subiendo de nuevo a la superficie.

Ella trabajaba como redactora e ilustradora de libros divulgativos infantiles en Hippogriff, una pequeña editorial. Había escrito e ilustrado dos cuentos de Bruno, un castor dado a la filosofía y a la construcción de cosas. No habían sido grandes éxitos, pero como dijo Eva una vez haciendo una mueca: «Parece que agradan a la clase media-alta y a los arquitectos. Que les gusten a sus hijos ya es más discutible». David encontraba bastante más divertidos los libros de Eva que sus monólogos.

– ¡Mamá! ¡Papá! No se apaga.

Magnus estaba delante del televisor moviendo el mando a distancia. Su padre apretó el botón de apagado del aparato, pero la pantalla siguió encendida. Lo mismo que con la cocina, pero aquí al menos había un enchufe a mano, así que David tiró de él mientras la presentadora anunciaba el espacio informativo Rapport. Por un instante fue como intentar separar un trozo de metal de un imán; la clavija tiraba del enchufe. Saltaron chispas y a través de sus dedos se propagó un ligero cosquilleo, tras el cual la presentadora desapareció en la oscuridad.

David levantó el enchufe.

– ¿Lo habéis visto? Ha sido como un… cortocircuito. Ahora habrán saltado todos los fusibles.

Pulsó el interruptor de la lámpara del techo. Se encendió y ya no se pudo apagar.

El niño dio saltos en el sofá.

– ¡Vamos! ¡La partida continúa!

* * *

Dejaron que Magnus ganara al Monopoli, y mientras él contaba su dinero, su padre cogió los zapatos, la camisa de salir a escena y el periódico. Cuando fue a ver a Eva, estaba moviendo la cocina hacia delante.

– No -pidió él-. Deja eso.

Eva se pilló un dedo y soltó un taco.

– ¡Joder…! No podemos dejarla así. Voy a irme a casa de mi padre. Qué mierda… -Ella tiró de la cocina, pero se había quedado encajada entre los armarios.

– Oye -le dijo David-, ¿cuántas veces nos la hemos dejado encendida al ir a acostarnos sin que haya pasado nada?

– Sí, sí, pero salir de casa y dejarla… -Eva le dio una patada a la puerta del horno-. No hemos limpiado ahí atrás en varios años. Qué mierda de cocina. Joder, cómo me duele la cabeza.

– Eva, ¿es eso lo que quieres hacer justo ahora? ¿Limpiar detrás de la cocina?

Ella dejó caer las manos, meneó la cabeza y se echó a reír.

– No, pero se me ha metido entre ceja y ceja… Tendrá que quedarse así por el momento.

A pesar de todo, hizo un último intento, con la desesperación de un animal enjaulado, pero fue en vano. Entonces alzó las manos y se dio por vencida. Magnus entró en la cocina con su dinero.

– 90.400 -anunció, apretando los ojos-. Me duele mucho la cabeza. Está tonta.

A modo de brindis antes de separarse, se tomaron cada uno un analgésico y un vaso de agua, brindaron y tragaron.

* * *

El pequeño iba a dormir en casa de la madre de David, Eva iba a Järfälla a visitar a su padre, pero pensaba volver a casa por la noche. Levantaron a Magnus entre los dos y se besaron los tres.

– No te pases con el Cartoon Network en casa de la abuela -le advirtió su padre.

– ¿Eh? -replicó Magnus-. Ya no lo miro.

– Qué bien -exclamó Eva-. Será embus…

– Veo Disney Channel. Es mucho mejor.

David y Eva se besaron una vez más, haciéndose el uno al otro un guiño en alusión a lo que les esperaba después, por la noche, cuando estuvieran los dos solos. Luego, Eva cogió a su hijo de la mano y se fueron; alzaron la mano una vez más. David seguía en la acera viendo cómo se alejaban.

«Si no pudiera volver a verlos nunca más…».