El coronel Nikitin intervino.
– Nosotros tuvimos una experiencia similar en el caso del alemán, Drax, y su cohete. Recordará el asunto, camarada general. Una konspiratsia de la máxima importancia. El Estado Mayor estaba profundamente implicado. Se trataba de un asunto de alta política que podría haber dado decisivos frutos. Pero, una vez más, fue ese Bond quien frustró la operación. El alemán resultó muerto. Hubo graves consecuencias para el Estado. Siguió un período de grandes apuros que pudo solucionarse sólo con enormes dificultades.
El general Slavin, del GRU, creyó que debía decir algo. El cohete había sido una operación del Ejército y su fracaso había sido atribuido al GRU. Nikitin sabía eso perfectamente bien. Como de costumbre, el MGB estaba intentando crearle problemas al GRU, sacando a relucir viejas historias de esa manera.
– Solicitamos que su departamento le ajustara las cuentas a ese hombre, camarada coronel -declaró con tono gélido-. No recuerdo que se emprendiera ninguna acción a consecuencia de nuestra solicitud. De haber sido así, ahora no tendríamos que estar preocupándonos por él.
Las sienes del coronel Nikitin palpitaron de furor. Pero se controló.
– Con el debido respeto, camarada general -dijo con voz alta, sarcástica-, la solicitud del GRU no fue confirmada por la Suprema Autoridad. No deseábamos más situaciones incómodas con Inglaterra. Tal vez ese detalle se le haya olvidado. En cualquier caso, si una solicitud semejante hubiese llegado al MGB, se le habría remitido a SMERSH para su ejecución.
– Mi departamento no recibió tal solicitud -declaró el general G. con tono cortante-, o la ejecución de ese hombre se habría producido muy poco después. De todas formas, éste no es momento para investigaciones históricas. El asunto del cohete tuvo lugar hace tres años. Tal vez el MGB pueda hablarnos de las actividades más recientes de este hombre.
El coronel Nikitin mantuvo una rápida conversación susurrada con su ayudante de campo. Luego se giró otra vez hacia la mesa.
– Tenemos muy poca información adicional, camarada general -respondió, a la defensiva-. Creemos que estuvo implicado en algún asunto de contrabando de diamantes. Eso fue el año pasado. Entre África y América. El caso no nos concernía. Desde entonces no hemos tenido más noticias de él. Tal vez haya información más actual en su expediente.
El general G. asintió con la cabeza. Levantó el receptor del teléfono que tenía más cerca. Era el llamado Kommandant Te- lefon del MGB. Todas las líneas eran directas y no pasaban por ninguna centralita. Marcó un número.
– ¿índice Central? Aquí el general Grubozaboyschikov. El zapiska de Bond, espía inglés. Emergencia. -Escuchó hasta oír el instantáneo «de inmediato, camarada general», y colgó el receptor. Miró con aire de autoridad a los que ocupaban la mesa-. Camaradas, desde muchos puntos de vista, este espía parece un blanco adecuado. Da la impresión de ser un peligroso enemigo del Estado. Su liquidación será beneficiosa para todos los departamentos de nuestro apparat de Inteligencia. ¿Es así?
Los reunidos gruñeron.
– Su pérdida también será sentida por el servicio secreto. Pero, ¿logrará algo más? ¿Los perjudicará gravemente? ¿Contribuirá a destruir ese mito del que hemos estado hablando?, Ese hombre es un héroe de su organización y su país?
El general Vozdvishensky decidió que esta pregunta iba dirigida a él, así que intervino.
– Los ingleses no sienten interés por los héroes a menos que sean futbolistas, jugadores de cricket o jinetes de carrera. Si un hombre escala una montaña o corre muy rápido, también es un héroe para algunas personas, pero no para las masas. La reina de Inglaterra también es una heroína, y Churchill. Pero los ingleses no se muestran muy interesados en los héroes militares. Ese tal Bond es desconocido para el público. Y aunque fuera conocido, tampoco sería un héroe. En Inglaterra, ni las guerras abiertas ni las secretas son asuntos heroicos. No les gusta pensar en la guerra, y después de una guerra los nombres de sus héroes son olvidados lo antes posible. Dentro del servicio secreto, puede que este hombre sea un héroe, o puede que no. Eso dependerá de su apariencia y características personales. Sobre eso, yo no sé nada. Podría ser gordo, adulón y desagradable. Nadie convierte a un hombre semejante en héroe, por mucho éxito que tenga.
Entonces intervino Nikitin.
– Los espías ingleses que hemos capturado hablan maravillas de este hombre. No cabe duda de que es muy admirado dentro del servicio secreto. Se dice de él que es un lobo solitario, pero un lobo muy apuesto.
El teléfono interno de la oficina emitió un suave ronroneo. El general G. levantó el receptor, escuchó durante un instante y dijo:
– Tráigamelo.
Se oyó un golpe en la puerta. El ayudante de campo entró con un expediente abultado de tapas de cartón. Atravesó la habitación, depositó el expediente sobre el escritorio ante el general G. y volvió a salir, cerrando suavemente la puerta tras de sí.
El expediente tenía una lustrosa cubierta negra. Una ancha franja blanca la atravesaba en diagonal desde la esquina superior derecha a la inferior izquierda. En el espacio superior de la izquierda se veían las letras «S.S.» impresas en blanco, y debajo de ellas las palabras «SOVERSHENNOE SEKRETNO», el equivalente de «Alto Secreto». De través y en el centro estaban, pulcramente impresas en blanco, las palabras «JAMES BOND» y, debajo, «Angliski Spion».
El general G. abrió el expediente y sacó de él un gran sobre que contenía fotografías, el cual vació sobre la superficie de vidrio del escritorio. Las fue cogiendo una a una. Las miraba de cerca, a veces a través de una lupa que sacó de un cajón, y se las pasaba a Nikitin, que se hallaba al otro lado del escritorio, el cual les echaba una mirada y se las entregaba al que tenía a su lado.
La primera estaba fechada en 1946. Mostraba a un hombre joven, moreno, sentado en la soleada terraza de un café. Junto a él, sobre la mesa, había un vaso largo y un sifón de soda. Su brazo derecho estaba apoyado sobre la mesa y sujetaba un cigarrillo entre los dedos de la mano correspondiente, que colgaba con negligencia del borde. Tenía las piernas cruzadas en esa actitud que sólo adopta un inglés: con el tobillo derecho apoyado sobre la rodilla izquierda y la mano izquierda rodeando el tobillo. Era una postura descuidada. El hombre no sabía que estaban fotografiándolo desde un punto situado a unos seis metros de distancia.
La siguiente estaba fechada en 1950. Se trataba de un rostro y unos hombros, borrosos, pero del mismo hombre. Era un primer plano y Bond estaba mirando algo con atención y con los ojos entrecerrados. Probablemente el rostro del fotógrafo, justo por encima del objetivo. Una cámara miniaturizada de botón, supuso el general.
La tercera era de 1951. Tomada desde su izquierda, desde bastante cerca, mostraba al mismo hombre vestido con un traje oscuro, sin sombrero, caminando por una ancha calle desierta. Pasaba ante una tienda que tenía las contraventanas cerradas y cuyo letrero decía: «Charcuterie». Parecía dirigirse con urgencia a alguna parte. El perfil limpiamente tallado estaba dirigido hacia delante, y la flexión del codo derecho sugería que tenía la mano correspondiente en el bolsillo de la chaqueta. El general G. reflexionó que probablemente la fotografía había sido tomada desde un coche. Pensó que la expresión decidida del hombre y la resuelta inclinación de su figura, que caminaba a grandes zancadas, parecían peligrosas, como si se encaminara con presteza hacia algo malo que sucedía calle abajo.
La cuarta y última fotografía tenía la inscripción «Passe. 1953». Un ángulo del sello real y las letras «…REIGN OFFICE», en el segmento de un círculo, se veían en la esquina derecha inferior. La fotografía, que había sido ampliada a 10 por 15 centímetros, debía de haber sido hecha en una frontera, o por el recepcionista de un hotel cuando Bond había entregado su pasaporte. El general G. recorrió atentamente el rostro con su lupa.