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La señora directora da una patada a su coche y sale penosamente a recoger a Michael, al que entretanto se oye en la pista. Riendo y gritando como un policía, adelanta a sus amigos, se sacude en broma encima de ellos. Su memoria contiene, incluso de noche, todos los lugares a los que va. A eso y no a otra cosa se hace referencia cuando uno pretende encontrarse con personas de la misma longitud de onda, a las que el espantoso peluquero de moda ha dado un buen golpe. Pero atención: No por eso hay que perderse la próxima moda, que primero nos hará menear dudosos la cabeza y después, dándonos poco a poco la vuelta como a un guante, nos acompañará un buen trecho. ¡Levante la vista a mi cabeza y no tema pagar el precio! No cuesta nada. Sí, vamos dentro de una bolsita impresa por una marca deportiva, en la que hay bocadillos, sueltos, como nosotros. No nos sirve de nada. No tenemos que tener cuidado con el camino, el camino debe tener cuidado con nosotros, antes de que arruinemos su vegetación para los próximos quinientos años. Si este Michael se cae, no henderá el suelo como nosotros, más torpes. ¡No somos flores, pero queremos atravesar con la cabeza el muro de la Naturaleza! ¡Michael sin embargo sólo quiere abrirse paso por entre sus adeptos! Les cuenta todo el tiempo, entre risas, su aventura con esta mujer, a la que ayer arrastró hasta su orilla y volvió a echar al agua. Sobre muchos otros hombros descansa la carga del fracaso, para que la tengamos caliente. Sólo tenemos que prenderla, y en el amor una boca se encuentra con un aliento en el que algo está recién cogido. La mujer ya no tiene una hermosa y clara conciencia. Se tira de los pelos y destruye el trabajo de personas bajo cuya caliente cofia ha temblado. Quizá ahora haya niños esperando delante de su casa, que forman parte de un grupo de caricias rítmicas y han sido forzados con mano dura por sus allegados a estar allí. Da igual. No es más que un hobby. Estos hijos e hijas de aquellos que gimen bajo la pobreza. Que tienen que escupirse en las manos sólo para ser atrapados por el destino del despido. La mujer ya se ha olvidado de sí misma y de ellos. Conduce hasta donde termina la pista, después de que se ha ejercido el derecho de los más rápidos. Donde, atrapados y pacientes, los turistas se sueltan el cinturón o, unidos en un yugo de pacientes animales, vuelven a poner en el telesilla sus pesadas posaderas, marcadas por la vida y por sus equivocaciones nunca reparadas.

Adelante, siempre adelante, no queremos mirar hacia atrás, porque detrás no tenemos ojos. La mujer se asienta en el suelo, sobre sus nobles y altos tacones. Asombrados, los turistas invernales oscilan como botes ante este paisaje de cartel en el que todo concuerda, pero uno no puede unirse a su jovialidad. La corriente humana se precipita pendiente abajo de forma ininterrumpida. ¡Tanto más degustables y digeribles queremos ser! Estos turistas. Bajo los techos de Eternit, en el cenit de su vestuario, marchando en verano de la montaña a la playa y, apenas llegados a la arena, vuelta al invierno y a querer estar en lo más alto, donde esperan encontrar su dulce partícula. ¡Lo importante es participar! Y derramarse, más alto, más visible, más agradable, en el caldero del valle. Pero delante de sus superiores preferirían ser invisibles, cuando el jefe se inflama y truena delante de ellos como un hornillo de gas propano. ¡Precioso ese chubasquero celeste, con la capucha forrada de piel y un jersey rojo como un tirón de orejas asomando por él! Podemos intentar olvidar que nada cuadra en nosotros; no cuadran nuestras partes superiores con las inferiores, nuestras cabezas con nuestros pies, como si cada uno perteneciéramos a distintas personas (así estamos construidas las mujeres de edad madura. De algún modo perdemos la forma por el camino, ¡ya no estamos para enamorar a nadie!), que a su vez tienen sus horribles diferencias, como sólo el martirizado estrato bajo sabe. Todos llevamos nuestra cruz, pero con nuestras mejores galas. ¡Un espectáculo único!

Están reunidos en grupos, hablan, fuman y beben hasta hartarse, estos siervos del deporte. Porque tienen poco que contarse, mientras echan el ancla, sonrientes, en la estación del valle. La mayor parte de lo que experimentan es: ¡Comer para vivir! Hablan de ello. Con las chispas de sus encendedores, se iluminan a sí mismos y al país con más luz que aquellos que tienen que cultivarlo. ¡Oh, el turismo nos da más! Ahora reúnen sus cosas y sus prendas, mientras las ramas se inclinan pesadamente bajo la nieve y una luz osada, apenas sentida sobre la vestimenta de nylon, se abre paso por entre la hermosa nevada que yace sobre lo que antaño fue pradera y embebió agua. Ahora el agua ya no puede llegar al suelo, lo hemos aplanado y barnizado con nuestras pistas. Cada uno de ellos sospecha de sí mismo que es el mejor en la pista, así que su estancia aquí ha tenido un buen fin. En invierno, cuando el paisaje debería dormir, es cuando se le despierta de verdad. Los rostros hacen ruido. En segundos, la gente recorre extensiones hechas a su medida, se extiende por pequeñas áreas en las que no siente un techo sobre sí y un suelo bajo los pies. Niños inocentes caen. ¡No nos dejemos meter en nuestra cajetilla original y abrir innecesariamente las piernas, entretanto hemos aprendido un impecable salto en paralelo! Podríamos superar a campeones del mundo, y eso también vale para nuestros vehículos en su clase, donde nuestra capacidad compite con nuestra estatura. Vaya día. Los jóvenes se descubren la cabeza. La nieve cae sobre ellos, pero no tienen nada que temer, no se les quedará pegada. La federación austriaca no tiembla ante nuestros espíritus, agarra fuerte nuestros miembros heridos en su orgullo y nos arrastra de cabeza hacia abajo. Pone aún más vendas en nuestros muslos, ¡y el año que viene volveremos y llegaremos más lejos! ¡Ojalá que no nos espanten como a insectos, por falta de nieve!

Como arena en el reloj del mundo, nos deslizamos hacia el valle. Nuestros bordes, que a menudo han intentado limarnos, cortan agudamente la ventisca, la nieve, donde se reúnen los signos: todos contra todos, sobre esta blanca vestimenta ceremonial sobre la que nos esparcimos como basura. La mayor parte del terreno pertenece a los Bosques Federales Austriacos, el resto, un néctar de miles y miles de hectáreas, a la nobleza y otros terratenientes, que, como propietarios de serrerías, mantienen un contrato permanente, firmado con sangre, con la fábrica de papel. ¡Sillones, en los que lo dicho adquiere su sentido! Maravilloso. Todos queremos el cambio, sólo trae cosas buenas, y sobre todo la moda de esquí cambia cada año para mejor. Apresurada, la tierra recibe a las y los deportistas, ningún padre los toma en sus brazos cuando están cansados, pero ahora está aquí esta señora directora de la fábrica de papeclass="underline" ¡Acérquese más, si puede moverse lo bastante rápido sobre sus soportes, de su boca no tardará en salir un poco de luz!

Michael ríe, y el Sol se aferra a él. El paisaje ha cambiado tanto en las últimas décadas que sólo puede acoger a aquellos que le resultan digeribles. Los campesinos ya no lo son, y se quedan sentados en su casa ante el aparato de televisión. Durante mucho tiempo, fueron inamistosos salvadores del país, y dieron respuestas descaradas a las cooperativas agrarias; ahora eso ha pasado, ah, el cambio, ésa es nuestra ropa nueva, que conmueve hasta hacer perder el sentido a vecinos y bares nocturnos. En nuestra abigarrada vestimenta, nos hemos vuelto apetitosos, cuando estemos tumbados en los bosques, con los miembros rotos, sobre los esquíes que en su origen pertenecieron a los roedores silvestres y ahora representan al mundo con un dolor que roe. Pero ahora ¡queremos ser salvajes! Gritar para que se nos oiga de lejos y con miedo: Aludes en los que conservarnos si queremos ser díscolos un día. ¡Salir de nosotros y sentarnos en el regazo de los riscos! Y la montaña arroja piedras sobre la gente incauta. De ella se alimenta el país ahora, y se alegra de ello, y también los locales son esforzadamente frecuentados, con el gusto que nos caracteriza.