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Y pronto crecerá la hierba fresca para que el hombre pueda arrancarla.

Vaya un grupo divino, que pronto tendrá que irse a descansar. Ambos se amenazan cuerpo a cuerpo. Lamentándose por ciertos deslices, el director cae flojamente sobre su mujer, que estaba tan bien preparada. Ha explotado a fondo su valiosísima y recomendable región, en la que tardará en crecer la hierba. Su río sale furioso de él, y entretanto sus dioses y jefes de personal toman con violencia lo suyo de los siervos que les son presentados en bandeja de oro. Escoja usted también de entre muchas la mejor, y vea: ¡ya la tiene en casa, llámela su preciosa media naranja y póngala a fregar y limpiar y sudar!

Por esta vez, el director ha sido válido y ha hecho feliz a su mujer. Pero mañana podrá volver a desbordarse, a disparar desde las caderas y comprarse cualquier billete, quién sabe hacia donde. Sea como sea, la mujer sigue estando guardada y codiciada, los senderos pueden ir en todas direcciones, hay tantos caminos que recorrer: al teatro, al concierto, al abono de la ópera, allí se pueden degustar las cosas que el director le alcanza a una lloriqueando, y volverlas a empaquetar. Ahora la ha vuelto de espaldas, y se inclina ante su rostro. Un hilillo de baba cae, y así a la mujer, como a un suave y cansado lactante, se le sirve en los labios el panecillo de carne con salsa. Mmmmm, muy bien. El marido desea que recoja lo que ha traído de la cocina para emerger y descongelar. Primero la orilla, después el mástil, así se instala el orden hasta en los menores pliegues, al fin y al cabo habrá que conducir, y cuidar la tapicería, con su espuma activa. Y después Gerti aún tiene que cubrir de besos el saco peludo, que no salga mal. Como una serpiente, el director destroza el vestido a su mujer, de un solo golpe, pero al mismo tiempo le susurra que mañana tendrá dos nuevos a cambio. El vestido es arrancado con fuerza por delante. El cuerpo de Gerti es cubierto de besos, desde una favorable altura, y vuelto a sujetar con el cinturón a su asiento, donde permanece quieto y no devuelve ninguna de las miradas que recibe. El director despedaza también la ropa interior de Gerti, y desnuda toda su ruinosa fachada; pronto, aunque sea fuera, fuera del gastado maletín, aparecerá un amable verdor, ¡sólo uno o dos meses más de invierno! El viento de la marcha y los pocos hombres que vuelven a casa deben contemplar tranquilamente el edificio a cuya cálida sombra el director se ha revolcado. La mujer no se parece a ninguna actriz de cine, por lo menos ninguna que yo conozca. Silencio. Michael espía por la ventana y se esfuerza en crecer nuevamente para sacar de sí lo mejor, lo máximo. No todos los hombres tienen un hermoso sexo que ofrecer para poderse entretener con él. Para el director la fidelidad es innata, una cuestión de decoro. Somos el rebaño de la casa, y calentamos al señor cuando es necesaria

El joven, pensando en los innumerables amigos a los que va a contar su aventura, se mete bajo el chorro de la ducha, demasiado fuerte. Sus sentidos están con él, y se tienden en el suelo como perros a dormir en sus felpudos. Quizá luego pase por allí su chica, mientras fuera los esclavos cogen violentamente lo que les corresponde. Ha tenido la condescendencia de mirar a una mujer madura, y ahora va a descansar, este muchacho de mundo. Creo que seguirá durmiendo cuando mañana temprano los pobres suban al autobús hacia la Muerte y, con sus propiedades, se salgan de madre y se rompan la cabeza.

Como si hubieran dado la vida a cambio de sus coches, el director y su mujer van juntas a casa, la una protegida del otro, pasando de una situación a otra. Esta gente puede follar sin temor en cualquier parte, sus actos son reparados una y otra vez por el amor y por sus queridas señoras de la limpieza. Los empleados descansan, el sonido de sus despertadores pronto los hará levantar. Silencioso, el coche despeja la llanura. Las montañas guardarán reposo hasta que, mañana, el sol vuelva a ser repartido por el jefe de turismo, para alegría de los deportistas. Así, la pareja de directores vuelve a casa en su gran balsa, por la carretera general, como Dios manda, y a velocidad moderada. Hace poco que ambos han asido sus cuerpos para bombear combustible, las fuentes salpicaban en torno a ellos, sí, los ricos se refrescan cuando quieren. En las casitas no se oye ruido alguno, porque en ellas hay que pagar a cuenta el dinero de la gasolina. Como máximo reina la violencia, antes de que mañana en la fábrica estos hijos de pobre sean nuevamente administrados, y sus mujeres chapotean todo el día en los barnices del sexo fuerte. El amor es fresco como una fruta cuando está en el frasco, pero ¿en qué se convierte dentro de nosotros?

El trabajo de los sexos, llevado a cabo hoy por director y directora -¡gracias por el doble Axel y la gran cabalgada! -, bajo el que florecieron entre espasmos para después limpiarse la boca como tras una comida suculenta, ha terminado quizá por hoy, aunque no es seguro. Hasta que volvamos a encontrarnos mañana, a la luz de los faros del coche de Correos, tan temprano, aún en la oscuridad, y los próximos años! Nada más que esas luces acarician los pobres cuerpos, que se nos muestran sin vergüenza en su mal olor matinal, en sus gases de escape, ¡sólo los billetes de lotería, en los que siempre tienen que pensar! Hay que poder también ingresar, no sólo repartir.

El director balbucea palabras de amor y de mando, se anuncia a sí mismo y a su programa, este hombre privado. Ya vuelve a vivir en su elemento, el dinero. Qué sería él sin su mujer, como la llama tercamente. Feliz, se aferra con la mano libre, la que no conduce, a su cuerpo, y conduce por lo menos allí. La montaña cuelga sobre él como un cálido y manso animal, ya la ha esquilmado por completo. El otro coche lo han dejado parado, aturdido y bloqueado, como a su hijo. Sólo pensaban en su animoso sexo. La mujer puede irse a comprar las cosas que van bien a una mujer. Ahora se especula sobre el día siguiente y sus posibilidades de desarrollo. El director habla de con cuánta variedad de ideas frecuentará a su mujer después y los próximos días. Necesita agitación arriba, en su oficina, para que abajo su rabo se satisfaga y pueda dejarse atrapar por la mujer. ¿Quizá a la mujer le gusta algo especial que mañana perseguirá ciegamente al ir de compras? Este hombre: La segura estrella de su mujer brillará sobre él hasta mañana temprano, pace suavemente en su garganta, ¡pero mire a la carretera, no aparte la vista! Las gotas siguen cayendo del hombre, sudor y esperma, eso no le hace menor, más escaso, más pequeño. Sonriendo, adora a su mujer, a la que ha mantenido bajo su chorro. Sus carnosos testículos se asientan silenciosos en su nervudo tallo. Qué alivio entregarse al conjuro de la noche, cuando no se tiene que salir corriendo mañana a la oscuridad, uno entre muchos, deslumbrado por la lámpara de la cocina. Cuando el fuego arde en un motor y en otro más, uno mayor, en nuestro motor. Pulido, renovado, el director quiere volver a subir a la cama con su Gerti y eternizarse en su boscaje, nadie como él levanta tan rápido la pierna y se deja ir en un diluvio ardiente. Quizá vuelvan a ser inundados por el suave griterío de sus cuerpos, que quieren algo de comer, ¿quién sabe? La mujer quiere abrocharse el vestido delante del pecho, el frío clava sus garras en ella. Pero el hombre exige que ofrezca un poco de entretenimiento a él y a los habitantes del distrito, en sus pequeñas antesalas del infierno, por favor, Brigitte, oh no, Gerti. Vuelve a abrirle el vestido que había juntado; aún no se ha extinguido, Gerti, quiero decir que todavía hay algo que brilla en la ceniza. La calefacción aún no ha entrado en calor, pero el hombre sí. Con él las cosas van bastante rápido, tiene en la barbilla una herida causada por una uña de Gerti. No les sale al encuentro ni un solo paseante que quiera florecer un momento con un conocido delante de la casa. Nadie más que pueda ver el sello del poder sobre la frente del director de la fábrica. Y por eso tiene que estampar ese sello por lo menos a su mujer, como señal de que ha pagado la entrada y también ha salido de verdad, valientemente, del calor de su sexo al aire libre. En la cocina de los pobres, sólo se mantiene encendido el fogón.