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Hurra, ahora la mujer vuelve a estar sentada como debe ser, en lo alto del banco. Se le alcanza otro vaso, en el que el alcohol envejece rápidamente, y ella lo tira con un golpe de muñeca. Esta gente generosa grita de furia, y sacude del brazo a la mujer. La posadera manda a una muchacha a buscar un trapo. Gerti se levanta y tira al suelo su monedero, en el que en seguida empieza a hurgar gente cuyos rostros sudorosos empiezan a irritarse a la vista del dinero. Los pobres se apretujan en el cuarto de atrás y se acuerdan del trabajo, que antaño se les abría de piernas sin tener que forzarlo. Pero ya no tiene sitio para ellos. ¡Oh, si aún lo tuvieran! Ahora están todo el día en casa, fregando los cacharros. ¿Y los otros clientes? No quieren nada más que buen tiempo y nieve rastrillada. Mañana volverán a arriesgar su vida en las montañas, quizá a pasarla por agua, si las temperaturas suben mucho, como se prevé. La posadera les allana suavemente el camino, por las buenas. Parece llevar a Gerti bajo el brazo, como caminando por encima del agua, sobre la espuma de los excursionistas, que sobrenada. Vea usted con cuánta seguridad salen estos viajeros de la Nada, se llenan de dones nacidos en ferias de artículos deportivos y salen al encuentro de la Muerte en las montañas. Se canta, sin ceremonia, una canción nacional. Los cantores no tienen mucho en común con las sirenas, quizá el sonido, pero no el aspecto. ¡Pero cantan y cantan, ahora en serio! Asustados, los habitantes del lugar, que ni siquiera pueden ser trabajadores del papel, se sientan delante de sus pantallas y miran fijamente su propio y astuto invento, ¿es que nadie participa de su dolor? ¿y por qué se les ha apartado y echado de la vida antes de poder ponerse ellos y sus esquíes a salvo en el sótano?

Solo, o incluso en compañía, no se debe conducir en este estado, ¡de lo contrario ya no se está seguro de uno mismo de por vida! Pero Gerti se estira hacia la cubierta de su pequeño receptáculo y se aparta de la orilla. Se pone a los remos. Se entrega a sus anchas a sus sentimientos. Michaeclass="underline" Ahora iremos a buscarlo a su casa, antes de que se enfríe. Enseguida esta mujer, llevada de sus sentidos, llorará delante de una casa ajena porque no hay nadie en ella. ¡Déjenos seguir! Acaban de encender las farolas. En el número en que estamos la mayoría del tiempo, una y sola, pero tirando, se lanza sobre su botín, los otros automovilistas. No pasa nada, como por un continuado milagro. En sus camisas de estar por casa, los hombres braman porque tienen que esperar la comida, los perros se precipitan sobre los visitantes y se apoderan sanamente de ellos. Por eso, a todos nos gusta vivir para nosotros, y nos mantenemos a cubierto como nuestros propios y mansos animales. De vez en cuando, tomamos un trago vacilante de otro, que dice estar repleto de una dulce necesidad. ¡Pero cuando de verdad se necesita algo, no se consigue de él!

14

Las gotas de grava crujen ante la casa, los perros saltan a nuestros cuellos, y la puerta se abre. La mujer da incluso un paso más, hacia la suave luz que irradia su caliente y expectante marido. Hace mucho que los niños, sin el consuelo de la música y el ritmo, han sido enviados a casa, donde ahora medio asoman de sus escondrijos, tras ser golpeados por sus padres. Aliviados al ver secarse en los labios las fuentes del arte, contentos como en una foto de familia, los niños se han lanzado por los caminos forestales y se han hecho trizas la figura y la ropa. ¡No hay que reunir a los vecinos con demasiada frecuencia, no hacen otra cosa que enfadarlo a uno! Todo lo que el Señor Director ha querido vuelve a tenerlo ahora, sus palabras son órdenes para nosotros. De su boca restallan los besos. Mantiene bajo la luz la cuchara con sus sentidos disueltos, pero nada se calienta. Besa a la mujer como la madre al ternero, su lengua también quiere meterse bajo las axilas de ella. Se calienta automáticamente al verla, pero por el momento su húmeda figura aún está cerrada. Él tiene la construcción de una montaña, y los arroyos han corrido ya por su frente, sin comparación con lo que inunda a sus trabajadores cuando, duramente marcados por sus estancias en el balneario (después de haber inferido heridas y castigos a su existencia), reciben una carta dentro de un sobre azul. Pero ninguno de ellos comprende a su mujer como ahora este hinchado director, que quiere volver a guiarla hacia sus orillas. Qué lleva en el bolsillo, sus bragas mojadas, que él arroja al suelo de madera. Cuántas veces ha pasado ya esto, pero la mayor parte de ellas son los criados los que cumplen esta obligación cuando no hay forma de que el grifo frene el paso del agua. Mañana, la mujer de la limpieza eliminará este rastro de vida. Gerti debe venir a su no pequeño establo. El niño, que ha pasado todo el día corriendo de un lado para otro, viene ahora disparado hacia la madre, difícil de entender en su lloriqueo, bañado en sudor por la pelea con sus compañeros. La madre, venida del cielo, le llena los labios de frases celestiales y hogareñas. Es el fardo que pueblos enteros tienen que cargar y que temer. ¿Quién ha vuelto a apretar el botón de esta familia? Que comprendan de una vez: no son más que tres personas para poner barrera al invierno. La familia: la mujer ya no está serena, el padre, que lleva consigo el talonario de cheques, lo carga en su cuenta con buen humor. Su propiedad es lo que más quiere. El hombre acaricia sonriendo a la mujer, pero sólo un segundo después escarba, rabioso, como un Terrier en un terreno ajeno, debajo de su abrigo, araña el forro de su vestido, que esa mujer mal educada debe quitarse de inmediato. Cariñosamente, le acaricia las mejillas con los dedos, como si el creador hubiera roto el lápiz antes de tiempo, y la vida tuviera que corregir su obra. La mujer no se las arregla bien con el piloto automático. Se apoya pesadamente en su andador.

¿A quién no le gustaría ser olvidado en las praderas de la vida, sólo para volver a aparecer de pronto en las ruinas de su vestimenta (todo pequeño y normado como casas en serie, pero no nos cambiaríamos ni por un rey)?

¡Entregarse completamente a otro, que pasa corriendo tan deprisa que aún tiene que conocernos! ¡Destacarse de la manada, salir de los raíles que conducen al dinero! Precipitarse sobre el niño, ya que felizmente ha aparecido, es para la mujer más que una idea, sí, los divinos van a celebrar una fiesta ahora, una fiesta entre buitres y violines! ¡Vámonos a Viena, al concierto! Se revuelca con el hijo por la alfombra del vestíbulo, pretextando jugar, pero su mano (ella no suda) agarra fuerte al niño bajo la bragueta. El hombre se esfuerza en sonreír, porque quiere volver a tener a la mujer para él solo mientras pueda matar tanta vida de un golpe. Veremos. Su resuelto taco de carne ya cuelga pesadamente de él, pesa más de cintura para abajo que la cabeza con la que piensa y ve. Ya se ha establecido una relación, pero no quiere seguir colgando. A menudo la carne le fuerza a uno a aguantar largo tiempo, como en un autobús de largo recorrido que recorre la noche con las cortinas bajas, ventana tras ventana, y como todo se mueve, la gente no se reúne.

El director ya tiene la mano en el bolsillo del pantalón, y acaricia su maza a través del forro. Enseguida su chorro abundante se precipitará sobre la mujer. Y también el niño irradia. La situación no es fácil, el niño ya se hunde, como la comida de un pequeño animal, bajo la cuchilla de la madre, que taladra esforzadamente su carne. La madre ríe bajito, con el pelo rebozado en el polvo del suelo, del que no se ocupa el ama de llaves. El niño querría contar lo que sus compañeros de juegos le han hecho, pero el padre no tiene tanto tiempo como usted para amar a los niños. Se arrodilla desvalido sobre su familia, lo único pequeño entre todo lo grande que ha creado. Todos ríen a mandíbula batiente. El padre les hace cosquillas alternativamente, como si quisiera sacarles la vida. Las risas continúan, el hombre está cada vez menos conmovido. ¡El niño puede serle arrebatado! Prefiere apuntar al regazo de la madre, en el que querría sentarse él. Para el niño la felicidad no pesa, y la desgracia tampoco es pesada, así que hay que hacer algo. Debe volver al orden, sí, más aún, ¡debe poner orden en su pequeña habitación! La madre siempre alivia las enfermedades. Y también al hombre las mujeres tienen que guardarlo dentro de sí, para que en esa capilla ardiente se mantenga a salvo de la tormenta de fuego que lanza los cuerpos a la noche como a perrillos, para que se vacíen y puedan dormir bien. Abundantes adornos de Navidad son colgados en ramas secas. ¡Lo importante es que se ha vivido, dejado claramente escrito el nombre de uno en las paredes, y haber recorrido de arriba abajo el menú de los sacramentos! ¡No, sólo sobre esta alfombra el buen gusto se siente como en casa! El hijo, nuestro público, conoce ya la lucha de los cuerpos y las uñas pintadas de muchas veces precedentes. Arranca a su padre una promesa en la que su Dios e ídolo, el deporte, representa el papel principal. Es atraído por promesas, por emocionantes alfombras de nieve tendidas sobre las montañas más lejanas. Creo que será emocionante ver correr a todos esos corredores hasta el ombligo de la Tierra. Se promete al niño una vivencia porque el padre espera mucho del cuerpo de la madre y sus ramificaciones que conducen a la noche: ¡Este paisaje no puede abarcar a más de cinco mil personas!