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Laurel intentó pasar por alto la publicidad, aunque alguna resultaba hipnótica: los cigarrillos light que anunciaban cantantes y actores, los bombarderos de las Fuerzas Aéreas empleados para promocionar aceite de automóviles, las recetas que incluían los anuncios de sopas en lata, harina de repostería o envases de requesón Borden…

Casi se queda ciega intentando leer los pequeños caracteres que, en contadas ocasiones, aparecían en el lateral o a pie de foto. Para su desconsuelo, sólo una pequeña parte de las imágenes tenía créditos. Descubrió el motivo al llegar a los números de mayo, cuando la biblioteca estaba a punto de cerrar. Allí, justo detrás de la portada de la revista, había una larga y estrecha columna en la que se listaba el equipo de redacción de la publicación. Incluía un montón de nombres entre editores, colaboradores y fotógrafos.

Allí lo encontró. No a Bobbie Crocker ni a Robert Buchanan, pues se habría puesto a girar como una peonza sobre su asiento del puesto de lectura. Sin embargo, en su lugar vio otro nombre que, en ese momento, le pareció un gran hallazgo. En el encabezado de una columna en la que aparecían unos treinta fotógrafos, una letanía en orden alfabético que incluía a Margaret Bourke-White, Cornell Capa o Alfred Eisenstaedt, se encontraba un ayudante de edición de imagen llamado Marcus Gregory Reese.

Antes de abandonar la biblioteca, Laurel imprimió la lista de miembros del equipo de redacción para tener una copia de los nombres, y luego buscó a Marcus Reese en la guía telefónica de Burlington, pero no lo encontró. Tampoco aparecía en los listines de los distritos de Waterbury, Middlebury o Montpelier. Después, se dirigió a las oficinas del periódico local, que estaban a un par de manzanas al oeste, en la misma calle, College Street. Había quedado con David en el cine a las siete menos cuarto, pero se sentía tan excitada por lo que acababa de descubrir que quería mostrarle cuanto antes la copia que tenía del equipo de redacción.

David se encontraba hablando por teléfono en su despacho cuando ella llegó, pero parecía evidente que la llamada se acercaba a su fin, así que Laurel le puso la lista encima de la desordenada montaña de papeles de su escritorio y le señaló el equipo de edición de imagen. Él asintió con cortesía, pero estaba claro que el nombre de Marcus Gregory Reese no le decía nada. Justo entonces, Laurel cayó en la cuenta de que no había ninguna razón para que a David le sonara, pues todavía no sabía lo que ella había hecho ese día y él no había comido con Serena. Por eso, en cuanto colgó, le contó todo lo que le había dicho Serena.

– ¡Qué hijo de su madre! -exclamó.

– No pude encontrar a Reese en la guía de teléfonos, pero seguro que doy con él en Internet. Quiero utilizar esas herramientas de búsqueda que tenéis aquí, en el periódico. Ahora que tenemos el número de la seguridad social de Bobbie, a ver qué podemos encontrar.

– ¿Qué? ¿Pero no íbamos a ir al cine?

– No tardaremos mucho.

– ¡Pues claro que tardaremos! -dijo David, levantándose-. ¡Tenemos que darnos prisa!

– Déjame hacerlo. -Esta frase se le escapó con una cierta entonación obsesiva que les sorprendió a ambos.

David permaneció un momento en silencio y luego dijo:

– Laurel, déjalo para la noche. Relájate un poco.

– Es importante -exclamó ella, incapaz de suavizar el tono de su voz.

– ¿Para quién?

– Para mí, es importante para mí. Creo que eso basta.

David la contempló con atención. Su relación estaba tan vacía de intensidad emocional que Laurel no creía que ninguno de los dos pudiera reprender al otro.

– Estás en tu casa -terminó diciendo, aunque estaba claro que hubiera preferido que lo dejaran para otro momento. Sin embargo, regresó a su silla y encendió el ordenador.

– En serio, no será más que un minuto -repitió Laurel-. ¿No tienes curiosidad por ver qué podemos encontrar?

– Un poco, pero no estoy tan obsesionado.

– Bueno, yo tampoco. Sólo quiero encontrar a ese tal Reese para llamarle y preguntarle por qué echó a Bobbie a la calle, o si se fue por su propio pie.

– Puede que, sencillamente, se muriera -dijo David, incapaz (quizá intencionadamente) de ocultar el tono de exasperación en su voz.

– ¿Reese?

David asintió con la cabeza y añadió:

– Podría ser así de fáciclass="underline" el hombre murió y Bobbie tuvo que volver a las calles. Mira, busca a ese Reese en Google mientras yo voy a consultar los obituarios. ¿En qué mes del año pasado llegó Bobbie a BEDS?

– En agosto.

– Vale, miraré los del verano pasado.

Laurel tenía la sensación de que David se estaba ofreciendo a ayudarla porque se sentía mal por haber sido brusco con ella y, también, porque todavía no había realizado la búsqueda en LexisNexis del accidente de Robert Buchanan que le había prometido. Sin embargo, agradecía su colaboración.

No tardaron en descubrir un par de cosas: que en la red había una considerable cantidad de páginas en las que se mencionaba el nombre de Reese; y que, justo como David había sugerido, el viejo editor de imagen había fallecido hacía catorce meses, en julio del año anterior. David consiguió el obituario que había publicado el periódico. Laurel ya había encontrado algunas pequeñas esquelas en Internet, pero leyó el recorte de prensa que él le dejó sobre su escritorio, visiblemente orgulloso de su descubrimiento.

MARCUS GREGORY REESE

BARTLETT.

Marcus Gregory Reese falleció inesperadamente a los ochenta y tres años el 18 de julio en su domicilio de Bartlett. Marcus, conocido en medios profesionales por su nombre completo, aunque para los amigos siempre fue Reese, nació en Riverdale, Nueva York, y se instaló en Bartlett tras retirarse y abandonar su reconocida carrera como fotógrafo y editor en una larga lista de importantes periódicos y revistas.

Reese nació un 20 de marzo. Era el menor de los cinco hijos de Andrew y Amy Reese. Tras terminar el bachillerato en el Instituto de Riverdale, se alistó en la Marina donde sirvió con honores en el frente del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. A su regreso a los Estados Unidos se interesó por la fotografía y decidió dedicarse a esta profesión. Trabajó en primer lugar para el Newark Star-Ledger, después para el Philadelphia Inquirer y, finalmente, para la revista Life, de la que fue editor de imagen durante casi treinta años.

Contrajo matrimonio en dos ocasiones. Su primer enlace, con Joyce McKenna, terminó en divorcio. Su segunda esposa, Marjorie Ferris, murió de cáncer en 1999.

Reese deja una hermana mayor, Mindy Reese Bucknell, en Clearwater, Florida.

Las honras fúnebres tendrán lugar el miércoles 21 de julio a las 11 en la iglesia congregacional de Bartlett y el posterior sepelio en el cementerio de New Calvary.

El funeral será organizado por la funeraria Bedard McClure.

El hombre que mostraba la imagen que acompañaba a la esquela parecía estar más cerca de los sesenta que de los ochenta y tres, así que Laurel supuso que se trataba de una fotografía antigua. Reese parecía un tipo corpulento, con las cejas pobladas, el cabello blanco ondulado y una barbilla que se prolongaba sin interrupción en un cuello del tamaño de un tronco. Llevaba gafas de cristales oscuros y un jersey de cuello redondo con una camisa de tela Oxford con cuello de botones. Sonreía a la cámara con un gesto que sólo podría ser definido como desenfadado o incluso de suficiencia.

Cuando terminó de leer la esquela, David sonrió, lúgubre:

– Siempre me ha hecho gracia la expresión «falleció inesperadamente». ¿Cómo puede morir inesperadamente una persona de ochenta y tres años?