Lander regresó al presente. Sus deliberaciones le habían llevado cinco segundos.
– Dahlia, instala el radar. -Apretó a fondo los aceleradores y la lancha se alejó del carguero dejando a su paso una estela de espuma. Se dirigió hacia la tierra, distante treinta kilómetros, los motores trabajando al máximo, haciendo unos enormes bigotes de agua al hendir las olas. A pesar de estar bien cargado, la magnífica lancha desarrollaba una velocidad de aproximadamente diecinueve nudos. El guardacostas tenía cierta ventaja respecto a velocidad. Trataría de mantener el carguero entre ellos mientras fuera posible.
– Sintoniza la banda de dos mil ochenta y dos kilociclos.
Correspondía a la frecuencia internacional de emergencia del radioteléfono, era una frecuencia utilizada para realizar peticiones de auxilio entre los barcos.
El carguero había quedado bien atrás, pero mientras lo observaban vieron aparecer la lancha guardacostas, levantando una gran cortina de agua a su paso. Lander miró por encima de un hombro y vio la proa de su perseguidor balancearse ligeramente hasta quedar apuntando directamente a ellos.
Fasil trepó por la escalerilla hasta que su cabeza quedó por encima del nivel del puente de mando.
– Nos está dando órdenes de detenernos.
– Al diablo con él. Cambia a la frecuencia de los guardacostas. Está marcada en el dial. Veremos si llama pidiendo ayuda.
La lancha avanzaba hacia el último resplandor en el Oeste, con sus luces apagadas. Detrás de ellos aparecía graciosamente, entre dos bigotes de espuma, la lancha guardacostas persiguiéndolos como un perro.
Dahlia había terminado de instalar la pantalla del radar sobre la baranda del puente. Tenía una forma semejante a un barrilete y estaba formada por varillas metálicas. La compró en una tienda dedicada a implementos navieros, le costó doce dólares y se estremecía con el cabeceo de la lancha en la marejada.
Lander envió a Dahlia abajo para verificar que todo estuviera bien sujeto. No quería que nada se soltara por la vibración que tendría que soportar la lancha.
Revisó la cabina de mando en primer lugar y luego se dirigió a la de proa donde Fasil escuchaba la radio con el ceño fruncido.
– Nada todavía -le dijo hablando en árabe-. ¿Para qué demonios la pantalla de radar?
– Los guardacostas deben habernos visto ya, de todos modos -respondió Dahlia. Tenía que hablar a gritos para que pudiera oírla por la vibración del barco-. Cuando el capitán del guardacostas se dé cuenta de que la persecución va a seguir en la oscuridad, hará que el operador del radar nos localice mientras somos todavía visibles y luego no tendrá problemas en identificar el «blip» que haremos en su pantalla cuando haya oscurecido -Lander había explicado anteriormente todo esto con gran lujo de detalles-. Con ese reflector, el ruido será intenso y profundo, bien perceptible a pesar de la interferencia del oleaje. Como el reflejo de un barco de casco metálico.
– Crees…
– Escúchame -dijo la muchacha apresuradamente mirando hacia el puente de mando situado por encima de su cabeza-. No debes tratarme de ningún modo con familiaridad ni tocarme ¿comprendes? Debes hablar exclusivamente en inglés en su presencia. No se te ocurra nunca subir al primer piso de su casa. No debes tratar de sorprenderlo. Por el buen éxito de nuestra misión.
El rostro de Fasil estaba iluminado por debajo de los controles de la radio y sus ojos resplandecían en sus oscuras órbitas.
– Por el éxito de la misión, entonces, camarada Dahlia. Lo complaceré mientras trabaje eficazmente.
– Si no lo complaces, descubrirás que puede trabajar con gran eficiencia -respondió la joven pero sus palabras se perdieron en el viento cuando subió a proa.
Había oscurecido. Se veía solamente la débil luz de la bitácora del puente, visible solamente a los ojos de Lander. Podía ver las luces rojas y verdes del guardacostas con gran claridad como así también la de su poderoso faro horadando la oscuridad. Calculó que el barco del gobierno tenía medio nudo de ventaja sobre él y que ellos le llevaban cuatro millas y media de distancia. Fasil subió la escalera y se paró junto a Lander.
– Ha enviado un mensaje radial advirtiendo a la aduana acerca del Leticia. Dice que él se encargará de detenernos.
– Dile a Dahlia que ya es casi la hora.
Avanzaban hacia los bancos de arena a toda velocidad. Lander sabía que los hombres del guardacostas no podían verlo, sin embargo podían registrar la menor alteración en su curso. Le parecía sentir los dedos del radar sobre su espalda. Sería mejor si hubiera otros barcos… ¡sí! Por la banda de babor aparecieron las luces de posición de un barco a medida que se acercaron se hicieron visibles las luces de un costado. Un carguero con rumbo al Norte, avanzando a toda máquina. Alteró ligeramente su rumbo para pasar lo más cerca posible de su costado. Lander vio en su mente la pantalla del radar del guardacostas, la luz verde titilando frente al operador que observaba cómo convergían la gran imagen del carguero y la más pequeña de la lancha, sus «blips» haciéndose más fuertes a medida que la aguja barría la pantalla.
– Prepárense -le gritó a Dahlia.
– Vamos -le dijo ésta a Fasil, que se abstuvo de hacer preguntas. Empujaron juntos la pequeña plataforma provista de flotadores, apartándola de los explosivos firmemente sujetos. Cada flotador consistía en un tambor de cinco litros con un agujerito en la parte superior y una canilla en la inferior. Dahlia sacó el mástil de la cabina, y el reflector del radar del puente. Ajustaron el reflector en la punta del mástil y sujetaron a éste dentro de un agujero expresamente hecho en la plataforma. Ayudada por Fasil sujetó una soga de dos metros a la parte inferior de la plataforma y le ató al otro extremo un gran trozo de plomo. Levantaron la vista de su trabajo para ver las luces del carguero prácticamente encima de ellos, su costado semejante a un enorme acantilado. Pasaron junto a él en menos de lo que canta un gallo.
Lander que había puesto rumbo al Norte, miró hacia la popa, tratando de mantener al carguero entre su barco y el guardacostas. Los ecos del radar se habían mezclado, y la gran mole del barco lo protegía de la persecución del radar.
Calculó la distancia que lo separaba de sus perseguidores.
– Media vuelta a las canillas. -Acto seguido detuvo los motores-. Arrójenlo por la borda.
Dahlia y Fasil dejaron caer la plataforma flotante por un lado de la lancha, y su mástil se meneó agitadamente mientras el peso que colgaba por abajo lo mantenía firme como una quilla, con el reflector del radar bien por encima de la superficie del agua. El aparato se meció nuevamente cuando Lander aceleró a fondo rumbo a la costa, rumbo al Sur con todas las luces del barco apagadas.
– El operador del radar no puede estar seguro de si la imagen del reflector es la nuestra, si se trata de algo nuevo, o si estamos avanzando del otro lado del carguero -dijo Fasil-. ¿Cuánto tiempo seguirá flotando?
– Quince minutos con las canillas a medio abrir -respondió Dahlia-. Habría desaparecido cuando llegue el guardacostas.
– ¿Seguirá entonces al carguero rumbo al Norte para ver si navegamos junto a él?
– Quizás.
– ¿Qué es lo que puede ver de nosotros en estos momentos?
– Tratándose de un barco de madera, yo diría que muy poca cosa por no decir nada. Ni siquiera la pintura tiene plomo. Habrá ciertas interferencias desde el barco. El ruido de las máquinas ayudará también si se detienen a escuchar. No sabemos todavía si ha mordido el anzuelo.