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Un tenso silencio se hizo en el coche durante el trayecto de vuelta a Manhattan, que fue quebrado finalmente por Corley.

– Siento mucho lo que pasó, amigo.

– No soy su amigo, amigo -respondió Kabakov tranquilamente.

– Los de la aduana descubrieron el plástico y pedían a gritos que detuviéramos a esos tipos. No tuvimos más remedio que hacerlo.

– No se preocupe, Corley. Estoy aquí para ayudarlos, amigo. Échele un vistazo a esto. -Kabakov le entregó una de las fotografías que le habían dado al abandonar la embajada. Estaba todavía mojada, recién salida del cuarto oscuro.

– ¿Quién es?

– Muhammad Fasil. Lea su historia.

Corley dejó escapar un silbido.

– ¡Munich! ¿Cómo pueden estar tan seguros de que es realmente él? La tripulación del Leticia no lo identificará. Por consejo del abogado, por supuesto.

– No necesitarán identificarlo. Siga leyendo. Fasil estaba en Beirut el día siguiente a nuestra incursión. Debimos haberlo pescado junto con los demás pero no sabíamos que estaba allí. Una bala le rozó la mejilla. El libanés del carguero tenía una cicatriz fresca en la mejilla. Así lo dijo Fawzi.

La fotografía había sido tomada en un café de Damasco con poca luz y no era muy nítida.

– Si tiene el negativo podríamos mejorarla utilizando la computadora de la NASA -dijo Corley-. De la misma forma en que agrandan las fotografías del Proyecto Mariner -Corley hizo una pausa-. ¿Ha hablado con usted algún representante del Departamento de Estado?

– No.

– Pero su gente ha hablado con usted.

– Mi gente, como usted dice, Corley, habla siempre conmigo.

– Referente a trabajar con nosotros. Le habrán aclarado que usted deberá ayudarnos con sus ideas y que nosotros nos encargaremos de ponerlas en práctica, ¿verdad?

– Así es, viejo amigo.

Kabakov y Moshevsky se bajaron en la embajada israelí. Esperaron hasta que el coche desapareció, llamaron un taxi y se dirigieron a la casa de Rachel.

– Corley sabe de todos modos donde estamos ¿verdad? -preguntó Moshevsky.

– Sí, pero no quiero que ese desgraciado piense que puede presentarse en cualquier momento -dijo Kabakov. Mientras hablaba no pensaba en Corley ni en el apartamento de Rachel. Estaba pensando en Fasil. Fasil. Fasil.

Muhammad Fasil estaba también sumido en sus pensamientos acostado sobre la cama del cuarto de huéspedes de la planta baja en casa de Lander. Fasil tenía pasión por los chocolates suizos y estaba saboreando uno en ese momento. En campaña comía el rancho de los fedayines, pero en privado le gustaba refregar el chocolate suizo entre los dedos hasta que se derretía, y entonces se los lamía. Fasil tenía unos cuantos placeres privados de ese tipo.

Poseía cierta dosis de una pasión superficial y la medida de sus emociones visibles era amplia pero no profunda. Pero él era en verdad profundo, y frío, y en esas frías profundidades anidaban ideas ciegas y salvajes que se rozaban y mordían mutuamente en la oscuridad. Había descubierto su personalidad muy temprano. Al mismo tiempo se encargó de hacerse conocer por sus compañeros de colegio, los que entonces lo dejaron solo. Tenía magníficos reflejos y una gran fuerza. No tenía miedo ni piedad, pero poseía malicia. Era la prueba viviente de que la fisonomía no es una ciencia exacta. Era delgado y bastante atractivo. Pero era un monstruo.

Resultaba curioso cómo los únicos que lo descubrían eran los más primitivos y los más astutos. Los fedayines lo admiraban de lejos y alababan su comportamiento en el campo de batalla, sin darse cuenta de que su frialdad era algo diferente del valor. Pero no le era posible mezclarse con los más ignorantes y analfabetos entre ellos, los que mordisqueaban trozos de oveja y engullían garbanzos junto al fuego. Esos hombres supersticiosos no tenían callos en sus instintos. Al poco rato de estar con él se sentían incómodos, y en cuanto sus modales se lo permitían se alejaban. Tendría que solucionar ese problema si es que pensaba convertirse en su jefe algún día.

Abu Ali también. Ese hombrecito inteligente, ese psicólogo que había recorrido los intrincados vericuetos de su mente, había reconocido a Fasil. Una vez, mientras estaba tomando el café, Ali describió uno de sus primerísimos recuerdos: un cordero que caminaba dentro de su casa. Le preguntó luego a Fasil cuál era su primer recuerdo. Fasil respondió que era el de su madre matando un pollo metiéndole la cabeza en el fuego. Después de haber hablado comprendió que ésa no era una conversación cualquiera. Afortunadamente Abu Ali no había podido hacerle daño a Fasil ante los ojos de Hafez Najeer, porque Najeer era a su vez un sujeto muy extraño.

Las muertes de Najeer y Ali habían dejado una brecha en la dirección de Septiembre Negro que Fasil pensaba llenar. Por ese motivo estaba ansioso por regresar al Líbano. Un rival podría surgir o hacerse fuerte en ausencia de Fasil dentro de las sangrientas guerras intestinas de la política de los fedayines. Había gozado de un gran prestigio en el movimiento después de la masacre de Munich. ¿Acaso no lo había abrazado personalmente el presidente Khadafy cuando llegaron a Trípoli los guerrilleros supervivientes para ser recibidos como héroes? Fasil tuvo la impresión de que el gobernante de Libia abrazó a los hombres que habían estado presentes en Munich con más emoción de lo que lo abrazó a él que era el que había planeado el golpe. Pero Khadafy había quedado indudablemente muy impresionado. ¿Acaso no le había entregado cinco millones de dólares de recompensa a Al Fatah por lo de Munich? Eso era otro resultado de sus esfuerzos. Si el golpe que pensaban dar en los Estados Unidos tenía éxito y si Fasil asumía la responsabilidad de ser su ejecutor, sería el guerrillero más famoso del mundo entero, más conocido aún que ese idealista llamado Guevara. Fasil creía que entonces podría contar con el apoyo de Khadafy -y el tesoro de Libia- para asumir el mando de Septiembre Negro y reemplazar eventualmente a Yasir Arafat como jefe máximo de Al Fatah. Fasil sabía perfectamente bien que todos los que habían tratado de reemplazar a Arafat habían muerto. Necesitaba tiempo para montar una base segura, porque los asesinos de Arafat se presentarían en cuanto hiciera el primer amago de asumir el poder.

Ninguno de sus propósitos podría cumplirse si lo mataban en Nueva Orleans. Originalmente no había pensado tomar parte en la acción, como no lo hizo tampoco en Munich. No tenía miedo de hacerlo, pero estaba obsesionado por la idea de lo que podría llegar a ser si vivía. Todavía estaría en el Líbano de no haber ocurrido ese incidente en el Leticia.

Fasil podía advertir que las posibilidades de escapar a salvo de Nueva Orleans no eran muy buenas según el plan actual. Su trabajo consistía en utilizar sus músculos y cubrir con sus armas a los que aseguraban la bomba al dirigible en el aeropuerto Lakefront en Nueva Orleans. No era posible sujetar la barquilla a la aeronave en ningún otro lugar, era necesario contar con el personal de tierra y el mástil de amarre porque el dirigible había de mantenerse bien firme al realizar el trabajo.

Lander podría engañar al personal de tierra durante unos cuantos minutos con la excusa de que la barquilla contenía un misterioso equipo de televisión, pero la treta no duraría mucho. Habría lucha y después del despegue, Fasil quedaría al descubierto en el aeropuerto, posiblemente rodeado ya por la policía. Fasil no consideraba ese papel digno de sus habilidades. Ali Hassan se habría encargado de cumplir con esa tarea de no haber muerto en el barco. Era indudablemente un trabajo que no justificaría la pérdida de Muhammad Fasil.