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En menos de media hora el FBI tenía el cuarto de al lado y un agente en el conmutador telefónico. Awad no recibió ninguna llamada ni bajó tampoco a comer. A las ocho de la noche pidió por teléfono que le mandaran un bistec a su cuarto. Se lo subió un agente que recibió una moneda de veinticinco centavos como propina, la que sujetó cuidadosamente por el borde hasta llegar abajo donde debía ser investigadas las impresiones digitales. La vigilancia duró toda la noche.

El domingo 5 de enero amaneció frío y nublado. Moshevsky se sirvió un café bien cargado y le pasó una taza a Kabakov y otra a Corley. A través de las delgadas paredes de la casilla podían oír las paletas del rotor del gran helicóptero sacudiendo el aire al elevarse nuevamente.

Kabakov había actuado contrariando sus instintos al abandonar el hotel donde se alojaba Awad, pero el sentido común le decía que ése era el lugar donde debía apostarse y esperar. No podía vigilar muy de cerca sin correr el riesgo de ser visto por Awad o por Fasil si llegaba a ir allí. La vigilancia del hotel estaba bajo el control directo del agente de Nueva Orleans y era de lo mejorcito que había visto Kabakov. No dudaba ni por un momento de que vendrían a ver el helicóptero antes de revisar la bomba. Awad podría modificar la carga para que se adaptara al helicóptero, pero no podía modificar a éste para adaptarse a la carga. Tenían que ver primero el helicóptero.

Ese era el lugar más expuesto. Los árabes estarían a pie en este laberinto de materiales de construcción en medio de civiles, dos de los cuales sabían que eran peligrosos. Por suerte Maginty no había aparecido, lo que hacia sentirse muy aliviado a Kabakov. Durante los seis días que se había prolongado la espera, había dado parte de enfermo dos veces y había llegado tarde otras dos.

La radio de Corley chilló. Manipuló el botón de contacto.

– Unidad Cuatro a Unidad Uno. -Ese era el agente del sexto piso del Marriott llamando al agente a cargo de la operación.

– Adelante, Cuatro.

– Mayfly salió de su cuarto rumbo a los ascensores.

– Correcto, Cuatro. ¿Oyó eso, Cinco?

– Cinco a la orden -transcurrió un minuto.

– Unidad Cinco a Unidad Uno. Está en estos momentos en el vestíbulo de entrada -la voz de la radio era ahogada y Kabakov supuso que el agente del vestíbulo de entrada estaba hablando a un minúsculo micrófono colocado en su solapa.

Kabakov miró la radio y se le crispó un músculo de la mandíbula. Si Awad se dirigía a otro lugar de la ciudad, podría unirse a sus perseguidores en cuestión de minutos. Oyó débilmente en la radio el ruido de la puerta giratoria y luego los de la calle al salir al exterior el agente en pos de Awad.

– Este es Cinco, Uno. Camina hacia el Oeste por Destur -una larga pausa-. Uno, va a entrar a la Bienville House.

– Tres, cubra el fondo.

– De acuerdo.

Pasó una hora y Awad no había salido. Kabakov pensó en todos los cuartos en que había tenido que esperar. Había olvidado qué enfermo y cansado se siente un hombre al tener que permanecer en un cuarto vigilando constantemente. Nadie conversaba. Kabakov miró por la ventana. Corley tenía la vista fija en la radio. Moshevsky inspeccionaba algo que se había sacado de la oreja.

– Unidad Cinco a Unidad Uno. Acaba de salir. Acompañado por Roach. -Kabakov inspiró profundamente y expiró lentamente. Roach era Muhammad Fasil.

Cinco seguía hablando.

– Tomaron un taxi. Patente número cuatro, siete, cinco, ocho. Patente comercial de Lousiana cuatro, siete, ocho, Juliett Lima. Móvil Doce tiene… -Un segundo mensaje lo interrumpió.

– Unidad Doce, lo tenemos. Doblaron hacia el Oeste por Magazine.

– De acuerdo, Doce.

Kabakov se aproximó a la ventana. Vio cómo el personal de tierra colocaba un aparejo en la próxima carga, actuando uno de ellos como director de cargas.

– Unidad Doce a Unidad Uno. Doblaron hacia el Norte por Poydras. Parece que van hacia ustedes, J-7.

– Este es J-7, gracias, Doce.

Corley permaneció en la casilla mientras Kabakov y Moshevsky se situaban afuera. Kabakov se escondió en la parte posterior de un camión, oculto por una cortina de lona. Moshevsky en un baño portátil que tenía un pequeño agujerito en la puerta. Los tres hombres formaban un triángulo perfecto alrededor de la pista de aterrizaje del helicóptero.

– J-7, J-7, ésta es la Unidad Doce. Los sujetos están en Poydras y Rampart, rumbo al Norte.

Corley esperó hasta que Jackson, que piloteaba el helicóptero, estuviera lejos del techo y listo para descender para hablarle por la frecuencia de su máquina.

– Va a tener compañía. Tómese un descanso dentro de cinco minutos.

– De acuerdo -Jackson parecía muy tranquilo.

– J-7, habla Unidad Doce. Están del otro lado de la calle, bajándose del taxi.

– De acuerdo.

Kabakov no había visto nunca a Fasil y ahora lo observaba por una rendija de la cortina como si fuera un extraño ser viviente. El monstruo de Munich. Seis mil kilómetros era una larga persecución.

La máquina fotográfica, pensó. Ahí es donde oculta su arma. Debía haberte liquidado en Beirut.

Fasil y Awad se detuvieron junto a una pila de tablas a un lado de la pista, observando el helicóptero. Estaban muy cerca de Moshevsky pero fuera de su ángulo de visión. Conversaban. Awad dijo algo y Fasil asintió con la cabeza. Awad, dio media vuelta y trató de abrir la puerta del escondite de Moshevsky. Estaba cerrada. Se acercó al siguiente baño portátil y al cabo de un momento se reunió nuevamente con Fasil.

El helicóptero tocó tierra y volvieron entonces las caras para evitar la nube de polvo. Jackson saltó de la cabina y se dirigió hacia el bebedero utilizado por los obreros.

Kabakov se alegró al verlo moverse lenta y naturalmente. Se sirvió un vaso de agua y sólo entonces pareció advertir a Fasil, acusando su reconocimiento con un casual movimiento de la mano.

Muy bien, pensó Kabakov, muy bien.

Fasil y Awad se acercaron a Jackson. Fasil le presentó a Awad. Estrecharon sus manos. Jackson movía la cabeza en señal de asentimiento. Caminaron hacia el helicóptero, conversando animadamente, y Awad gesticulando con los típicos ademanes de los pilotos hablando de su trabajo. Awad se apoyó contra la puerta lateral y miró al interior. Hizo una pregunta. Jackson pareció titubar. Miró a su alrededor como si estuviera buscando a su jefe y luego asintió. Awad subió de un salto a la cabina.

Kabakov no temía que Awad se llevara el helicóptero, sabía que Jackson tenía un fusible del contacto en su bolsillo. Jackson subió a su vez a la cabina. Fasil inspeccionó los alrededores con su mirada alerta pero tranquilo. Transcurrieron dos minutos. Jackson y Awad bajaron. Jackson meneaba la cabeza y señalaba su reloj.

Todo marcha bien, pensó Kabakov. Como lo esperaba Awad le había pedido permiso a Jackson para acompañarlo. Jackson le respondió que no podía hacerlo subir durante las horas de trabajo por razones del seguro, pero que quizás podía arreglarlo para otro día en que el jefe llegará más tarde a trabajar.

Se estrecharon nuevamente las manos. Ahora irían en busca del plástico.

Maginty se acercó por el ángulo de la casilla, escarbando las viandas que constituían su almuerzo. Estaba en el centro de la pista cuando vio a Fasil y se quedó paralizado.

Los labios de Kabakov se movieron silenciosamente al lanzar un juramento. Oh, no. Sal de ahí, hijo de puta.

Maginty palideció y se quedó boquiabierto. Fasil estaba mirándolo. Jackson sonrió ampliamente. Jackson salvará la situación. Jackson se encargará de arreglarlo, pensó Kabakov.

La voz de Jackson resonó con más fuerza. Moshevsky lo oyó. -Discúlpenme un momento, amigos. Eh, Maginty, menos mal que apareciste, ya era hora.