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El público que venía para el Super Bowl era diferente del grupo anterior del Sugar Bowl. Era una concurrencia más diversificada en su origen y vestida más elegantemente. Los restaurantes sabían que sus clientes serían más nerviosos y más exigentes. El dinero corría siempre con gran fluidez en Nueva Orleans, pero ahora circulaba más todavía. Las colas frente a Galatoire's y Antoine's y The Court of Two Sisters llegaban hasta la mitad de la manzana y la música del barrio francés se oía por sus calles durante toda la noche.

Se habían agotado ya las entradas de pie, y el total estimado de la concurrencia al Super Bowl alcanzaba a ochenta y cuatro mil personas. Junto con los hinchas llegaron los jugadores, los ladrones y las prostitutas. La policía estaba muy ocupada.

Kabakov fue al aeropuerto el jueves y observó la llegada de los Washington Redskins y los Miami Dolphins. Se sentía molesto en medio del gentío al recordar la forma en que habían muerto los atletas israelitas en el aeropuerto de Munich, escudriñaba las caras de los aficionados y prestaba poca atención a los jugadores que descendían del avión saludando a la entusiasta multitud.

Kabakov visitó en una oportunidad a Muhammad Fasil.

Se paró a los pies de la cama en la enfermería de la prisión y miró al árabe durante cinco minutos. Corley y dos fornidos agentes del FBI lo acompañaban.

Kabakov habló por fin.

– Fasil, si te alejas de la custodia norteamericana, eres hombre muerto. Los norteamericanos podrán tramitar tu extradición a Israel para ser juzgado por la masacre de Munich y te ahorcarán en una semana. Me gustaría mucho poder presenciarlo.

«Pero si dices dónde está oculto el plástico, te acusarán de contrabando y pasarás un tiempo preso. Cinco años, quizá un poco más. No dudo que piensas que para entonces Israel habrá desaparecido y que ya no correrás peligro. Pero no habrá desaparecido por más que creas lo contrario. Piensa en eso un momento.

Los ojos de Fasil se entrecerraron hasta parecer dos guiones. Sacudió la cabeza y escupió a Kabakov manchándolo el frente de la camisa. El esfuerzo le resultó muy doloroso debido a las correas que le sujetaban los hombros, y se recostó contra la almohada haciendo una mueca de dolor. Corley dio un paso hacia adelante, pero Kabakov no se movió. El judío se quedó mirando a Fasil durante un momento y luego dio media vuelta y salió del cuarto.

A media noche del viernes se recibió la esperada decisión de la Casa Blanca. Salvo nuevos inconvenientes, el Super Bowl se jugaría en la fecha prefijada.

Earl Biggs y Jack Renfro, del Servicio Secreto impartieron las últimas instrucciones durante una reunión realizada en la oficina central del FBI de Nueva Orleans en la mañana del sábado 11 de enero. Estaban presentes treinta agentes del Servicio Secreto que se agregarían a los que viajaban con el presidente, cuarenta agentes del FBI y Kabakov.

Renfro estaba parado frente a un gran diagrama del estadio de Tulane.

– El estadio será inspeccionado minuciosamente otra vez en busca de explosivos a partir de las dieciséis de hoy -dijo-. La búsqueda terminará a medianoche, hora en que será sellado. Su equipo rastrillador está listo, Carson -no era una pregunta.

– Listo.

– Deberá tener además seis hombres con el detector electrónico en el palco del presidente para una última inspección mañana a las trece y cuarenta.

– Correcto. Ya han sido informados.

Renfro se volvió hacia el diagrama que colgaba de la pared.

– Una vez eliminada la posibilidad de que los explosivos estén escondidos en el estadio, el atentado puede llevarse a cabo de dos formas. Los guerrilleros podrán tratar de introducir la bomba en un vehículo o pueden decidir asistir al partido llevando escondida entre sus ropas la mayor cantidad posible de explosivos.

– Analicemos los vehículos en primer lugar -cogió un puntero-. Se prepararán barricadas para cerrar el paso de vehículos en Willow Street, a ambos lados del estadio y en Johnson, Esther, Barret, Story y Delord. Hickory estará bloqueada en su intersección con Audubon. Estas son barricadas positivas, capaces de detener a un vehículo que avance a gran velocidad. No quiero ver a nadie parado junto a un caballete haciendo señales a los coches de que deben desviarse. Las vías de acceso quedarán herméticamente cerradas en cuanto se llene el estadio.

Un agente levantó la mano.

– Sí.

– La televisión está enloqueciéndonos por la clausura de medianoche. Tendrán el camión con el equipo de color listo por la tarde, pero quieren tener acceso durante la noche.

– Difícil exigencia -dijo Renfro-. Dígales que no. Nadie entrará después de medianoche. Los camarógrafos pueden instalarse en sus lugares el domingo a las diez de la mañana. Nadie entrará con ninguna clase de objeto. ¿Donde está el representante de la FAA?

– Aquí -respondió un joven ligeramente calvo-. Se considera la utilización de cualquier máquina voladora debido a las personas detenidas. -Hablaba como si estuviera leyendo un informe-. Ambos aeropuertos han sido revisados minuciosamente tratando de encontrar armas escondidas. -El joven titubeó dudando entre decir «empero» o «no obstante»-. No obstante, ninguna máquina particular despegará del aeropuerto internacional de Nueva Orleans ni del de Lakefront mientras esté lleno el estadio, con excepción de los vuelos de carga y charter que han sido ya revisados individualmente por nosotros.

– Los vuelos comerciales funcionarán normalmente. La policía de Nueva Orleans vigilará ambos aeropuertos por si alguien tratara de secuestrar un avión.

– Muy bien -manifestó Renfro-. La fuerza aérea informa que ningún avión no identificado podrá entrar en la zona de Nueva Orleans. Estarán preparados para interceptarlo como lo estuvieron el 31 de diciembre. Naturalmente, tendrán que solucionar el problema bastante lejos de la ciudad. El perímetro establecido por ellos tiene un radio de doscientos kilómetros. Vigilaremos al público con un helicóptero.

– Respecto de la infiltración en el estadio. Por radio y televisión se les pide a los espectadores que se presenten una hora y media antes de la iniciación del partido -dijo Renfro-. Algunos lo harán y otros no. Antes de entrar al estadio tendrán que pasar por los detectores de metales que nos prestaron las líneas aéreas. Eso corresponde a usted, Fullilove. ¿Están preparados sus hombres para trabajar con esos equipos?

– Sí, señor.

– Los que lleguen tarde se enfurecerán si se pierden el puntapié inicial por tener que hacer cola para pasar por el detector de metales, pero no hay más remedio. ¿Tiene usted alguna sugerencia en especial, mayor Kabakov?

– Efectivamente -respondió Kabakov acercándose al frente del cuarto-. Respecto de detectores de metales y registros personales: Ningún terrorista va a esperar hasta estar frente al detector y que comience a sonar la alarma, para sacar su arma. Observen la fila que se aproxima al detector. Un hombre armado mirará a su alrededor en busca de otra forma de entrar. Va a mirar uno por uno a todos los policías. Tal vez su cabeza no se mueva, pero sus ojos sí lo harán. Si deciden que hay un sospechoso en la fila, agárrenlo de repente de ambos lados. No den previo aviso. Cuando se dé cuenta de que su disfraz ha caído, comenzará a matar a todos los que pueda antes de entregarse -Kabakov pensó que quizás a los oficiales no les gustaría que él les dijera lo que debían hacer. Pero no le importa.

– De ser posible, debería haber un pozo para granadas en cada entrada. Un círculo rodeado por bolsas de arena será suficiente; un pozo con bolsas de arena a su alrededor sería mejor. Es muy difícil coger una granada que rueda por el suelo entre la multitud. Y peor aún es cogerla y no tener dónde arrojarla. Las granadas de fragmentación que son las que generalmente utilizan, tienen una mecha de cinco segundos de duración. Está sujeta a su ropa por la argollita. No le arranquen la granada. Mátenlo o controlen antes sus manos. Luego quítensela con sumo cuidado.