—Dividámonos en parejas —dijo Lewis, tomando nuevamente el mando—. Nos encontraremos aquí a mediodía. Molly y Jed, por aquí. Ben y Thomas, por allá. Harvey y yo iremos por allí.
Señaló mientras hablaba y los otros asintieron. Molly había localizado sus objetivos: el edificio de Correos, las oficinas del Senado, el edificio de la Administración central…
—Hemos sido ingenuos —dijo súbitamente Thomas, mientras Ben y él se acercaban al derruido edificio de Correos—. Pensamos que habría unos pocos edificios en pie, con las puertas abiertas. Lo único que tendríamos que hacer sería entrar, abrir un par de cajones y sacar lo que necesitamos. Y seríamos héroes al volver a casa. Qué estupidez, ¿no?
—Ya hemos encontrado mucho… —dijo Ben con calma.
—Lo que hemos aprendido es que no lo podemos hacer así —replicó Thomas en tono cortante —. No lograremos nada.
Rodearon el edificio. El frente estaba bloqueado; por el costado una pared se había derrumbado y el interior estaba hundido y chamuscado.
El cuarto edificio en que trataron de entrar también había ardido, pero sólo estaba parcialmente destruido. Allí encontraron oficinas, escritorios, archivos.
— ¡Archivos de la pequeña industria! —dijo Thomas de golpe, alejándose de los archivadores para mirar excitado a Ben.
Ben meneó la cabeza.
— ¿Y qué?
—Pasamos por una habitación donde había listines de teléfonos. ¿Dónde estaba? —Nuevamente, Ben parecía no entender y Thomas rió—. ¡Listines de teléfonos! ¡Allí estarán los depósitos! ¡Las fábricas! ¡Los almacenes!
Encontraron la habitación donde varios listines estaban amontonados en el suelo, y Thomas comenzó a examinarlos cuidadosamente uno por uno. Ben cogió otro y comenzó a abrirlo.
—Con cuidado —advirtió Thomas—. El papel está quebradizo. Salgamos de aquí.
— ¿Ese servirá? —preguntó Ben señalando el listín que llevaba Thomas.
—Sí, pero necesitamos el edificio central de la compañía telefónica. Quizá Molly pueda encontrarlo.
Esa tarde, el siguiente día y el otro continuaron la búsqueda de información útil. Molly puso al día su mapa de Washington, localizando los edificios que podían contener cosas útiles, marcando los edificios peligrosos, las zonas inundadas; muchos sótanos estaban llenos de agua maloliente. También dibujó muchos de los esqueletos con los que tropezaban continuamente. Los bocetó tan desapasionadamente como dibujaba los edificios y las calles.
El cuarto día encontraron el edificio central de la compañía telefónica. Thomas se instaló en una de las oficinas y comenzó a revisar los listines de las ciudades del Este, retirando cuidadosamente las páginas que podían ser útiles. Ben dejó de preocuparse por él.
El quinto y el sexto día llovió, una lluvia tupida y gris que inundó las zonas más bajas e hizo subir el agua por encima del nivel de los sótanos en algunos edificios. Si la lluvia continuaba mucho tiempo toda la ciudad quedaría inundada, como evidentemente había sucedido muchas veces en el pasado. Luego el cielo se aclaró y los vientos cambiaron, girando al norte. Temblando de frío, continuaron su búsqueda.
Mientras dibujaba, Molly pensó: millones de personas, cientos de millones de personas, todas muertas. Dibujó el derruido monumento a Washington, la estatua rota de Lincoln y las palabras de la inscripción que quedaban en el pedestaclass="underline" “Una nación indi…” También dibujó el esqueleto del edificio de la Corte Suprema…
No acamparon en la ciudad; dormían todas las noches en la barca. Estaban reuniendo demasiado material para llevarlo consigo; cada tarde, cuando se iban de la ciudad, se llevaban cargamentos de documentos, libros, mapas, estadísticas, y después de cenar, cada uno revisaba su parte del material, tratando de ordenarlo. Tomaron notas detalladas acerca del estado de los edificios que exploraban, lo que contenían, la utilidad de los materiales que conservaban. La próxima expedición podría ponerse a trabajar inmediatamente.
Estaban los esqueletos, algunos encima de los escombros, otros medio enterrados, otros en los edificios. Con cuánta facilidad podían ignorarlos, reflexionó Ben. Otra especie, ya extinguida, una lástima. A otra cosa.
La novena noche tomaron decisiones definitivas acerca de lo que llevarían en la barca. Encontraron una habitación intacta en un edificio parcialmente destruido y almacenaron allí los sobrantes de materiales para el próximo grupo.
Al décimo día zarparon hacia el hogar, esta vez remando contra la corriente, con una brisa fresca que soplaba desde el noroeste y llenando la gran vela que no habían podido usar hasta ahora. Lewis ató el timón y el viento los empujó río arriba.
¡Vuela, vuela!, exhortó silenciosamente Molly a la barca. Estaba en la proa, anunciando los peligros, algunos de ellos antes de que fueran visibles. Allí había un tronco de árbol, recordaba, y después una locomotora, un banco de arena… Por la tarde, el viento cambió y sopló del norte, y tuvieron que arriar la vela para no correr el riesgo de encallar. Gradualmente, la excitación que todos sentían un rato antes, dejó lugar a la férrea determinación y finalmente a una estúpida paciencia, y cuando se detuvieron para pasar la noche todos sabían que habían recorrido poco más de la mitad de la distancia que habían viajado en esa misma etapa rumbo a la ciudad.
Esa noche Molly soñó con figuras que danzaban. Alegremente corrió hacia ellos con los brazos extendidos; sus pies no tocaban la tierra mientras se precipitaba para alcanzarlas. Luego el aire se espesó y tembló y las figuras se distorsionaron, y cuando una de ellas la miró, el contorno de su cara estaba mal, sus rasgos estaban mal, un ojo demasiado alto, la boca deformada. Molly se detuvo contemplando el grotesco rostro. Se sentía impulsada hacia él a través del aire espeso que lo deformaba todo. Luchó, tratando de retroceder, pero sus pies se movieron, su cuerpo los siguió y sintió que el aire se cerraba a su alrededor, sofocándola. La caricatura de su propia cara hizo una mueca y la figura extendió hacia ella brazos que parecían serpientes. Molly despertó sobresaltada y por unos instantes no supo dónde estaba. Alguien gritaba.
Se dio cuenta de que era Thomas, y Ben y Lewis forcejeaban con él, lo sacaban de su litera y lo llevaban a proa, debajo del dosel. Harvey fue a popa y gradualmente volvió el silencio, pero pasó mucho tiempo antes de que Molly volviera a dormirse.
Al tercer día, el viaje de vuelta se había transformado en una pesadilla. El viento era más peligroso que útil y no volvieron a intentar izar la vela. La corriente era fuerte, el agua barrosa. Debía de haber llovido mucho más tierra adentro que en Washington. Además, el aire seguía siendo frío hasta mediodía, cuando el sol calentaba demasiado para las ropas abrigadas que se habían puesto antes. Cuando se ponía el sol, hacía demasiado frío para las ropas livianas que se habían puesto después de comer. Siempre tenían demasiado calor o demasiado frío.
Ben y Lewis se alejaron de los demás y contemplaron la puesta de sol desde un montículo, junto al río.
—Tienen hambre, eso es parte del problema —dijo Ben, y Lewis asintió—. Además, Molly tiene la regla y no deja que nadie se le acerque. Anoche casi le rompe la cabeza al pobre Harvey.
—Harvey no me preocupa —dijo Lewis.
—Ya lo sé. No sé si Thomas podrá volver. Anoche le di tranquilizantes con la cena. No sé qué puede pasar de un día al siguiente.