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¡Todavía no!, gritó silenciosamente, y detuvo su carrera por el río y una vez más estaba en la habitación de sus hermanas. Todavía no, pensó nuevamente, en silencio. Abrió los ojos y le sonrió a Miriam, que la observaban ansiosamente.

— ¿Estás bien ahora? —preguntó Miriam.

—Todo está bien —dijo Molly y en algún lugar pensó que oía esa otra voz murmurando suavemente antes de desaparecer. Se estiró y rodeó el cuerpo de Miriam con los brazos y la atrajo a la esterilla y acarició su espalda, su cadera, su muslo.

—Todo está bien —murmuró de nuevo.

Más tarde, mientras las demás dormían, se puso de pie, temblando, junto a la ventana, y miró hacia el valle. El otoño había llegado muy temprano. Cada año llegaba un poco antes. Pero la gran habitación estaba tibia; su temblor no era consecuencia de la estación ni del aire nocturno. Pensó en los juegos de la esterilla y se le llenaron los ojos de lágrimas. Las hermanas no habían cambiado. El valle no había cambiado. Pero todo era diferente. Sabía que algo había muerto. Otra cosa había nacido y eso la atemorizaba y la aislaba más que la distancia y el río.

Miró las formas borrosas en las camas y se preguntó si Miriam sospechaba. El cuerpo de Molly había respondido; había reído y llorado con las otras y si una parte de sí misma no se había comprometido, otra parte, viva y vigilante, no había interferido.

Podría haberlo hecho, pensó. Podría haber destruido la otra parte, con la ayuda de Miriam y de las hermanas. Tendría que haberlo hecho, pensó y se estremeció de nuevo. Sus pensamientos eran caóticos; algo había venido a vivir con ella, algo vagamente amenazador que, sin embargo, podía darle la paz. Es el comienzo de la locura, pensó, agitada. Se volvería incoherente, gritaría por nada, trataría de hacer daño a los demás o a sí misma. Ó quizá iba a morir. Paz eterna. Pero lo que había sentido no era sólo la ausencia del dolor y el miedo, sino la paz que se siente después de un gran logro.

Y supo que era importante dejar venir las visiones, encontrar tiempo para estar sola y permitirles que la llenaran. Pensó en las hermanas, desesperada; nunca volverían a permitirle estar sola. Juntas eran algo completo; la ausencia de una descompletaba a las demás. La llamarían y la llamarían.

CAPITULO XIV

La cosecha ya había sido recogida; las manzanas colgaban rojas y pesadas en los árboles y los arces resplandecían como antorchas contra el infinito cielo azul. Los sicomoros y los abedules estaban dorados y el rojo de los zumaques se oscurecía hasta volverse casi negro. Por las mañanas, cada hoja de hierba estaba helada: brillaba hasta que el sol derretía el hielo. La pasión de los colores otoñales nunca había sido tan intensa, pensó Molly. ¡Cómo cambiaba la luz debajo de los arces! ¡Y el pálido resplandor que rodeaba a los sicomoros!

— ¿Molly? —La voz de Miriam la alejó de la ventana y se volvió, sin ganas—. Molly, ¿qué estás haciendo?

—Nada. Pensando en el trabajo de hoy. Miriam hizo una pausa.

— ¿Te llevará mucho más tiempo? Te echamos de menos.

—Creo que no —dijo Molly, dirigiéndose a la puerta. Miriam se movió ligeramente; su movimiento fue suficiente para que Molly volviera a detenerse.

—Dos o tres semanas más —dijo apresuradamente Molly, que no deseaba sentir la mano de Miriam en su brazo.

Miriam asintió. Había pasado el momento en que podría haber tocado a Molly, haberla abrazado. Estaba desconcertada. Una y otra vez, cuando deseaba abrazar a Molly, el momento pasaba, como había pasado ahora y se mantenían a distancia, sin tocarse.

Molly la dejó en la habitación y Miriam se dirigió al hospital.

— ¿Estás muy ocupado? —Preguntó, en la puerta de la habitación de Ben—. Me gustaría hablar contigo.

— ¿Miriam? —La inflexión fue automática, como el ligero gesto de asentimiento de ella. Sólo Miriam acudiría sola; una hermana más joven hubiese sido acompañada por ella—. Entra. Es por lo de Molly, ¿no?

—Sí. —Ella cerró la puerta y se sentó frente al escritorio, que estaba cubierto de papeles, notas, el cuaderno de anotaciones médicas que había llevado en el viaje. Ella miró los papeles y después al hombre y pensó que él también estaba diferente. Como Molly. Como todos los que se habían alejado.

—Me dijiste que volviera si no mejoraba. Está peor que antes. Hace infelices a todas las hermanas. ¿Puedes hacer algo por ella?

Ben suspiró, se recostó en su silla y miró el cielorraso.

—Llevará tiempo.

Miriam meneó la cabeza.

—Ya me lo imaginaba. ¿Cómo están Thomas y Jed? ¿Cómo estás tú?

—Mejorando —dijo Ben sonriendo apenas—. Ella también se pondrá bien. Créeme, Miriam; así será.

Miriam se inclinó hacia él.

—No te creo. No creo que quiera volver a nosotras. Se resiste. Si de ahora en adelante va a estar así, preferiría que no hubiese vuelto. Es muy difícil para las otras hermanas.

Estaba muy pálida y le temblaba la voz; le dio la espalda a Ben.

—Hablaré con ella —dijo Ben.

Miriam sacó un papel del bolsillo. Lo abrió y lo puso encima del escritorio.

—Mira esto. ¿Qué significa?

Eran las caricaturas de los hermanos que Molly había hecho al comienzo del viaje. Ben las estudió, la suya en particular. ¿Realmente tendría una expresión tan seria? ¿Tan decidida? Y seguramente sus cejas no eran tan gruesas y amenazadoras.

—Se está burlando de nosotros. No tiene derecho a reírse así de sus hermanos —dijo Miriam—. Pasa todo el tiempo observando, observando a sus hermanas mientras trabajan y juegan. No participa si no le doy vino y aun entonces siento una diferencia. Siempre está observando. A todos.

Ben alisó el dibujo y preguntó: — ¿Qué te propones, Miriam?

—No lo sé. Haz que deje de trabajar en los dibujos del viaje. Eso mantiene su cabeza en el viaje, en lo que sucedió. Haz que se una a sus hermanas en sus tareas cotidianas, como antes. No dejes que se aísle durante horas en ese cuartito.

—Tiene que estar sola para hacer los dibujos —dijo Ben—. Como yo tengo que estar solo para escribir mi informe y Lewis tiene que estar solo para juzgar la capacidad de la barca y los cambios que necesita.

—Pero tú y Lewis y los otros lo hacéis porque debéis; ella lo hace porque quiere. ¡Quiere estar sola! Busca excusas para quedarse sola y trabaja en otras cosas, no sólo en los dibujos del viaje. ¡Haz que te deje entrar en ese cuarto, y que te muestre lo que ha estado haciendo!

Ben asintió lentamente: —Iré a verla hoy —dijo.

Cuando Miriam se marchó, Ben estudió nuevamente los dibujos, sonriendo. Ciertamente los había captado, pensó. Cruel, fría y fielmente. Dobló el papel, lo guardó en su bolsillo y pensó en Molly y en los demás.

Había mentido acerca de Thomas. No había vuelto a la normalidad y quizá no volvería nunca. Dependía casi totalmente de sus hermanos. Se negaba a separarse de ellos, aun momentáneamente y dormía con uno u otro todas las noches. Jed estaba un poco mejor, pero también él necesitaba aliento constante.

Lewis no parecía afectado por el viaje. Había salido de esta vida y había vuelto a entrar en ella casi con indiferencia. Harvey estaba nervioso, pero menos que la semana anterior y mucho menos que cuando había vuelto a reunirse con sus hermanos. Eventualmente, se pondría bien.