—Si vuelve a suceder —dijo lentamente, no muy seguro de la dirección en que iban sus pensamientos—, volveremos a tener una reunión terrible, como ésta, y volveremos a discutir las mismas alternativas inútiles.
Barry asintió.
—Lo sé. Eso es lo que me provoca pesadillas. Cada día necesitamos más gente para recolectar, para reparar los caminos, para hacer expediciones a las ciudades. Podría haber más casos como el de Molly.
—Dejadla a mi cuidado —dijo Ben abruptamente—, La pondré en la vieja granja Sumner. Haremos la Ceremonia de los Perdidos y la declararemos muerta. Las hermanas Miriam cerrarán el círculo y dejarán de sufrir. Y yo podré estudiar sus reacciones.
—Hace frío en la casa —dijo Ben—, pero la estufa la calentará. ¿Te gustan estas habitaciones?
Habían recorrido toda la casa y Molly había elegido el ala del segundo piso, que daba al río. Tenía grandes ventanas sin cortinas, y la fría luz de la tarde llenaba la habitación, pero en verano sería tibia y le daría el sol, y siempre se podía observar el río. La habitación adjunta debía de haber sido el cuarto de los niños, o un cuarto de vestir, pensó. Era más pequeña, con altas ventanas dobles que llegaban casi hasta el techo. Pintaría allí. Había un balconcito fuera.
Ya se oía la música que llenaba el valle al comenzar la ceremonia. Se bailaría, se comería y se bebería mucho vino.
—No hay electricidad —dijo ásperamente Ben—. Los cables están mal. Los arreglaremos en cuanto se derrita la nieve.
—Eso no me importa. Me gustan las lámparas y el fuego del hogar. Puedo quemar leña en la estufa.
—Los hermanos Andrew te traerán leña y todo lo que necesites. Dejarán todo en la galería.
Molly fue hasta la ventana. El sol, cubierto por unas finas nubes, colgaba en la cima de la colina. Comenzaría a deslizarse hacia el otro lado y pronto estaría oscuro. Por primera vez en su vida estaría sola por la noche. Dio la espalda a Ben, contemplando el río y pensando en la vieja casa, tan alejada de los otros edificios del valle, escondida por árboles y arbustos que habían crecido tanto como los árboles.
Si tenía una pesadilla y su sueño era inquieto, o gritaba, nadie la oiría, no habría nadie a su lado para calmarla y consolarla.
—Molly. —La voz de Ben seguía siendo áspera, como si estuviera muy enfadado con ella, y ella no entendía por qué estaba enfadado—. Si sientes miedo, puedo quedarme contigo esta noche…
Entonces ella se volvió y lo miró con la cara en sombras; la luz fría y la nieve y el cielo gris quedaban detrás de ella, y Ben supo que no sentía miedo. Sintió lo mismo que aquella noche en el río: ella era bellísima y la luz de la habitación venía de ella, de sus ojos.
—Eres feliz, ¿verdad? —le preguntó maravillado.
Ella asintió.
—Encenderé fuego en el hogar. Y después acercaré una silla y me sentaré y miraré las llamas y escucharé su música, y después de un rato iré a acostarme y quizá lea un rato, hasta tener sueño… —Le sonrió—. Todo está bien, Ben. Me siento…, no sé cómo me siento. Como si me hubiese quitado un gran peso de encima. Ya no lo siento y me noto ligera y libre y, sí, hasta feliz. Quizá esté loca. Quizá eso sea lo que significa volverse loca.
Volvió a la ventana.
— ¿Son felices las criadoras? —preguntó después de un momento.
—No.
— ¿Cómo viven?
—Te encenderé el fuego. La chimenea está bien; la revisé.
— ¿Qué les sucede, Ben?
—Se les da un curso, para que aprendan a ser madres. Creo que esa vida termina por gustarles.
— ¿Se sienten libres?
El había empezado a poner leños en el hogar y dejó caer uno que hizo mucho ruido, mientras se ponía en pie.
—Nunca dejan de sufrir por la separación —dijo—. Lloran hasta dormirse cada noche, y toman drogas todo el tiempo, y hay sesiones de condicionamiento para obligarlas a aceptarlo, pero cada noche lloran hasta dormirse. ¿Es eso lo que querías oír? Querías pensar que son tan libres como tú ahora, libres para estar solas, para hacer lo que les da la gana, sin responsabilidades para con los demás. ¡Pero no es así! Las necesitamos y las usamos del único modo posible, para que las hermanas que no son fértiles sufran el menor daño posible. Y cuando ya no pueden criar, si están sanas, trabajan en la guardería. Y si no están sanas, las ponemos a dormir. ¿Es eso lo que querías oír?
— ¿Por qué me has dicho eso? —susurró ella, palidísima.
— ¡Para que no te hagas ilusiones acerca de este nidito! Podemos usarte, ¿entiendes? Mientras seas útil a la comunidad se te permitirá vivir aquí, como una princesa. Mientras seas útil.
— ¿Útil? ¿Cómo? Nadie quiere ver mis cuadros. Y ya he terminado los mapas y los dibujos del viaje.
—Voy a disecar cada uno de tus pensamientos, cada uno de tus deseos, cada uno de tus sueños. Voy a descubrir qué te sucedió, qué fue lo que hizo que te separaras de tus hermanas, qué fue lo que te impulsó a transformarte en un individuo, y cuando lo descubra, sabremos cómo impedir que suceda de nuevo.
Ella lo contempló y ahora sus ojos ya no eran luminosos; tenían grandes sombras oscuras, quedaban ocultos. Dulcemente, se liberó de las manos de Ben que sujetaban sus hombros.
—Examínate a ti mismo, Ben. Observa cómo escuchas voces que nadie más puede oír. Examínate a ti mismo. ¿Quién más se enfada por la forma en que tratamos a las criadoras? ¿Por qué luchaste por salvar mi vida, cuando el bien de la comunidad exigía que me pusieran a dormir, como a una criadora agotada? ¿Quién más que tú se interesa por ver mis cuadros? ¿Quién más preferiría estar aquí, en esta habitación fría y oscura, con una loca, en vez de participar en la celebración? Nuestro apareamiento no es gozoso, Ben. Cuando nos abrazamos hacemos una cosa dura, amarga, cruel, que nos llena de tristeza, y ninguno de los dos sabe por qué. Examínate a ti mismo, Ben, y después hazlo conmigo y mira si hay una causa que puedas desenterrar y destruir sin destruir también a los portadores.
Salvajemente la atrajo a sí y apretó con fuerza la cara de Molly contra su pecho, para que no pudiera seguir hablando. Ella no se resistió.
—Mentiras, mentiras —murmuró él—. Estás loca.
Apoyó su mejilla sobre los cabellos de Molly y los brazos de la muchacha se movieron por su espalda para abrazarlo. El se alejó y le dio la espalda. Ahora la habitación estaba totalmente oscura y ella no era más que una sombra entre sombras.
—Me marcho —dijo él bruscamente—. No tendrás dificultades para encender el fuego aquí. He encendido la estufa de abajo y el calor subirá pronto. No tendrás frío.
Ella no dijo nada y él salió apresuradamente del cuarto. Una vez fuera, echó a correr por la nieve y corrió hasta que no pudo correr más y le faltó el aliento. Se volvió para mirar la casa; ya no era visible, la ocultaban los árboles negros.
CAPITULO XVII
Ahora lloviznaba y ya no había viento. Las cumbres de las colinas estaban ocultas tras las nubes y el río escondido tras la niebla. Se oía el firme golpeteo de los martillos, amortiguado por la lluvia, pero tranquilizador. Bajo el cobertizo había gente trabajando, construyendo la tercera barca. El año anterior habían sido granjeros, maestros, técnicos, científicos; este año construían una barca.
Ben contemplaba la lluvia. La breve tregua terminó y el viento aulló por el valle, arrastrando olas de lluvia. La escena desapareció y sólo quedó la lluvia golpeando en la ventana.
Molly se preguntaría si iría a verla, pensó. La ventana tembló bajo la creciente fuerza del viento. ¡Basta!, pensó. No; no se preguntaría nada. Ni siquiera se daría cuenta de su ausencia. Tan súbitamente como había empezado, el viento se calmó y el cielo se abrió tanto que el sol casi proyectó sombras. Para ella era lo mismo que él estuviera, o no, pensó. Mientras hablaba con él, mientras respondía a sus preguntas, pintaba o dibujaba o limpiaba los pinceles. A veces, cuando estaba inquieta, lo hacía andar con ella, siempre por las colinas, dentro de los bosques, lejos del valle habitado donde su presencia estaba prohibida. Lo mismo que hubiera hecho estando sola.