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Lawrence habló de nuevo, con voz pensativa y el ceño ligeramente fruncido.

—Tendríamos que admitir que nos equivocamos —dijo—. No tiene nada que hacer entre nosotros. Los chicos de su edad lo rechazan; no tiene amigos. Es caprichoso y testarudo, alternativamente brillante y estúpido. Nos equivocamos con él. Ahora sus travesuras no son más que eso, travesuras infantiles, pero ¿y dentro de cinco años? ¿Diez años? ¿Qué podemos esperar de él en el futuro?

Dirigía sus preguntas a Barry. —Dentro de cinco años, como sabes, bajará por el río. Es durante estos próximos años que tendremos que controlarlo.

Sara se movió en su silla y Barry se volvió hacia ella.

—Hemos descubierto que no se arrepiente si lo aislamos —dijo Sara—. Por naturaleza es un ser aislado y, por lo tanto, si no le permitimos la soledad que busca, habremos encontrado el castigo correcto para él.

Barry meneó la cabeza.

—Ya discutimos eso —dijo—. No sería justo con los demás obligarlos a aceptarlo. Molesta a los otros chicos; éstos no deben ser castigados por su culpa.

—Los otros chicos no —dijo Sara enfáticamente—. Tú y tus hermanos votasteis por dejarlo aquí, para poder estudiar en él las claves que permitían enseñar a otros a soportar una existencia separada. Tenéis la responsabilidad de aceptarlo entre vosotros, de que su castigo sea vivir con vosotros, bajo vuestra vigilancia. O si no, admitid que Lawrence tiene razón, que cometimos un error y que es mejor corregir ese error ahora que dejarlo continuar.

— ¿Nos castigarías por las travesuras del chico? —preguntó Bruce.

—El chico no estaría aquí si no fuera por ti y tus hermanos —dijo Sara claramente—. Recordarás que en la primera reunión en que se trató de él, nosotros votamos por hacerlo desaparecer. Vimos venir los problemas desde el principio y fueron tus argumentos acerca de su posible utilidad los que nos convencieron. Si quieres conservarlo, consérvalo contigo, bajo tu observación, lejos de los otros niños, que sufren constantemente a causa de él y de sus travesuras. Es un aislado, una aberración, un alborotador. Estas reuniones son cada vez más frecuentes y sus travesuras cada vez más peligrosas. ¿Cuántas horas más tendremos que pasar discutiendo su conducta?

—Sabes que tu solución no es práctica —dijo Barry, impaciente—. Pasamos la mitad del tiempo en el laboratorio, en el recinto de las criadoras, en el hospital. No son lugares adecuados para un niño de diez años.

—Entonces, líbrate de él —dijo Sara. Se recostó en su silla y cruzó los brazos.

Barry miró a Miriam, que tenía los labios apretados. Ella enfrentó fríamente su mirada. Se volvió a Lawrence.

— ¿Se te ocurre alguna otra cosa? —Preguntó Lawrence—. Hemos probado todo lo que pudimos pensar, y nada sirvió. Esos chicos estaban tan furiosos esta mañana que podían haberlo matado. La próxima vez puede haber violencia. ¿Has pensado lo que puede significar la violencia en esta comunidad?

Eran un pueblo sin violencia en su historia. Los castigos físicos nunca habían sido considerados, porque era imposible hacer daño a uno sin hacérselo a los demás. Eso no se aplicaba a Mark, pensó súbitamente Barry, pero no lo dijo. La idea de hacerle daño, de causarle dolor físico, era repugnante. Miró a sus hermanos y vio en sus caras la misma confusión que sentía él. No podían abandonar al chico. Tenía claves acerca de cómo se podía vivir solo; lo necesitaban. Su mente se rehusaba a ir más lejos; necesitaban estudiarlo. Había tantas cosas incomprensibles en los seres humanos; Mark podía ser el eslabón que les permitiera comprender.

El hecho de que el chico fuera hijo de Ben, y que Ben y sus hermanos hubiesen sido uno solo, no tenía nada que ver. No sentía un vínculo especial con el chico. De ningún modo. Si alguien sentía ese vínculo tendría que ser Miriam, pensó, y la miró, buscando un signo de que sentía algo. Su cara era una máscara, sus ojos lo evitaron. Demasiado rígida, comprendió; demasiado fría.

Y si era así, pensó fríamente, como si reflexionara sobre un experimento insensato, entonces ciertamente era un error conservar al chico. Si un niño tenía poder para hacer daño a las hermanas Miriam y a los hermanos Barry, constituía una equivocación. Era impensable que un extraño pudiera llegar hasta las viejas heridas y transformarlas en nuevas, con consecuencias aún más destructoras.

—Podríamos hacerlo —dijo súbitamente Bob—. Hay riesgos, por supuesto, pero podremos controlarlo.

“Dentro de cuatro años —continuó, mirando a Sara— se marchará con la cuadrilla de caminos y desde ese momento dejará de ser una amenaza. Pero lo necesitaremos cuando vayamos a las ciudades. Puede encontrar los senderos, sobrevivir solo en los bosques sin correr el peligro de derrumbarse a causa de la separación. Lo necesitaremos. Sara asintió.

— ¿Y si es necesario hacer otra reunión como ésta, podemos acordar ahora que será la última?

Los hermanos Barry se miraron y luego asintieron de mala gana. Barry dijo: —De acuerdo. Lo controlamos o nos libramos de él.

Los médicos volvieron a la oficina de Barry, donde Mark los esperaba. Estaba de pie junto a la ventana, una figurita oscura contra el resplandor del sol. Se volvió para enfrentarlos y su cara pareció desprovista de rasgos. El sol daba en sus cabellos y les arrancaba reflejos rojizos.

— ¿Qué haréis conmigo? —preguntó. Su voz era firme.

—Ven y siéntate —dijo Barry, ocupando su lugar detrás del escritorio. El chico cruzó la habitación y se sentó en una silla, apoyándose apenas en ella, listo para saltar y huir.

—Tranquilízate —dijo Bob, y se sentó sobre el escritorio, balanceando las piernas, mientras miraba al chico.

Cuando los cinco hermanos estuvieron en la oficina la habitación pareció demasiado llena. El chico los miró a todos y finalmente concentró su atención en Barry. No volvió a preguntar.

Barry le habló de la reunión y, observándolo, pensó que tenía algo de Ben y algo de Molly, y para el resto se había remontado al pasado distante, a la reserva genética, tenía rasgos extranjeros y era diferente de todos los del valle. Mark escuchó atentamente, como escuchaba en clase cuando estaba interesado. Entendió inmediata y totalmente.

— ¿Por qué les parece tan horrible lo que hice? —preguntó cuando Barry calló.

Barry miró indefenso a sus hermanos. Así es como va a ser, hubiera querido decirles. No hay un terreno común de entendimiento. Era un extraño en todo sentido.

Súbitamente, Mark preguntó: — ¿Cómo puedo hacer para distinguiros?

—No necesitas hacerlo —dijo fríamente Barry.

Entonces Mark se puso en pie.

— ¿Debo ir a buscar mis cosas para traerlas aquí?

—Sí. Ahora, mientras los otros están en la escuela. Y vuelve directamente aquí.

Mark asintió. Al llegar a la puerta se detuvo, volvió a mirarlos, uno por uno, y dijo: —Quizá una marquita, muy pequeña, de pintura en los lóbulos de las orejas, o algo así…

Abrió la puerta y salió corriendo; lo oyeron reír mientras cruzaba el vestíbulo.

CAPITULO XXI

Barry miró el salón de conferencias y vio a Mark en el fondo; parecía aburrido y adormilado. Se encogió de hombros; que se aburra. Tres de los hermanos estaban en el laboratorio y el cuarto en el recinto de las criadoras. Eso dejaba la conferencia como única alternativa, y Mark tendría que aguantarla aunque lo matara.

—El problema que planteamos ayer, si lo recordáis —dijo Barry entonces, revisando sus anotaciones—, es que todavía no hemos descubierto la causa de la declinación de los seres clónicos después de la cuarta generación. La única forma que tenemos de luchar contra esto es aumentar nuestros “stocks” usando a los bebés reproducidos sexualmente, que son clonados antes del tercer mes, “in útero”. De este modo hemos podido mantener nuestras familias de hermanos y hermanas, pero debemos admitir que no es una solución ideal. ¿Alguien podría decirme cuáles son los inconvenientes más obvios del sistema?