—Descansemos un momento —dijo. Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en un enorme tronco. Mark, que iba delante, retrocedió y se puso en cuclillas a unos metros de distancia.
—Dime qué es lo que notas —dijo Barry, después de un momento—. Enséñame las huellas de su paso por aquí.
Mark pareció sorprenderse ante la petición.
—Todo muestra que pasaron por aquí —dijo, y señaló el árbol en que se apoyaba la espalda de Barry—. Ese es un nogal… ¿ves? Nueces.
Separó las hojas secas del suelo y aparecieron varias nueces medio podridas.
—Los chicos las encontraron y las tiraron. Y allí —dijo, señalando—, ¿ves ese brote? Alguien lo dobló; todavía no se ha enderezado. Y las marcas de sus pies, que removieron el polvo y las hojas del suelo. Es como un letrero que dijera: por aquí, por aquí.
Barry notaba las diferencias donde Mark se las indicaba, pero cuando miraba en otra dirección también le parecía verlas.
—Eso es agua —dijo Mark—. Es la marca que deja la nieve al derretirse. Es diferente. — ¿Cómo aprendiste todo esto? ¿Molly? Mark asintió.
—Nunca se perdía, nunca. No olvidaba el aspecto de las cosas, y si las veía de nuevo, las reconocía. Me enseñó. O yo nací con esto y me enseñó a usarlo. Yo tampoco me pierdo.
— ¿Puedes enseñarlo a otros?
—Supongo que sí. Ahora que te lo he mostrado todo, podrías guiarme, ¿no? —Le había vuelto la espalda, observando el bosque, y ahora volvió a mirar a Barry—. Sabes hacia dónde tenemos que ir, ¿no?
Barry miró cuidadosamente a su alrededor. Las marcas de pasos estaban en la senda que acababan de recorrer, donde Mark se las había enseñado. Vio la huella del agua y buscó el camino que debía seguir. No había nada. Volvió a mirar a Mark, que sonreía. —No —dijo—. No sé hacia dónde ir. Mark rió.
—Porque hay rocas —dijo—. Ven. Empezó a andar nuevamente, esta vez por un sendero rocoso.
— ¿Cómo lo sabes? —Preguntó Barry—. No han dejado huellas en las rocas.
—Porque no hay huellas en ningún otro sitio. Así que tiene que ser por aquí. ¡Mira! —Señaló otro árbol torcido; éste era más fuerte, mayor, tenía raíces más profundas—. Alguien tiró de ese brote y lo dejó balanceándose. Probablemente lo hizo más de uno, porque aún no está derecho. Además, puedes ver que han pateado los guijarros.
El sendero rocoso se volvió más profundo y se convirtió en el lecho de un arroyo. Mark observaba cuidadosamente los bordes y pronto giró de nuevo, señalando las marcas de pasos. El bosque era más tupido aquí. Enormes árboles de hoja perenne cubrían la ladera que empezaron a bajar, y a veces tenían que abrirse camino entre las ramas que se tocaban en el bosque de píceas. El suelo era marrón y elástico, por las incontables agujas.
Barry se descubrió conteniendo la respiración para no turbar el silencio del gran bosque y entendió por qué los otros hablaban de una presencia, algo que los vigilaba mientras andaban entre los árboles. El silencio era tan intenso que parecía un mundo soñado donde las bocas se abren y se cierran y no se oye ningún sonido, donde los instrumentos musicales enmudecen extrañamente, donde uno grita y grita en silencio. Tras él sentía moverse los árboles, cerca, cada vez más cerca.
Luego, súbitamente, descubrió que estaba escuchando algo que estaba más allá del silencio, algo que era como una voz o voces que se mezclaban en susurros, demasiado distantes para distinguir las palabras. Como Molly, pensó, y un estremecimiento de miedo lo hizo temblar. Las voces se desvanecieron. Mark se había detenido y miraba a su alrededor.
—Aquí dieron la vuelta —dijo—. Deben de haber almorzado aquí y decidieron volver, pero se perdieron. Ves, se desviaron demasiado y siguieron cada vez más lejos del camino por donde habían venido.
Barry no veía nada que indicara eso, pero sabía que estaba indefenso en aquel bosque oscuro y sólo podía seguir al niño.
Volvieron a subir, y las píceas ya no estaban tan juntas y ahora había álamos y chopos bordeando un arroyo.
—Tendrían que haberse dado cuenta de que no habían pasado por aquí —dijo Mark, irritado. Ahora andaba más rápido. Se detuvo de nuevo, sonrió y después pareció preocupado.
—Algunos echaron a correr aquí —dijo—. Aguarda. Veré si volvieron a reunirse o si tenemos que buscarlos.
Desapareció antes de terminar de hablar y Barry se dejó caer al suelo para esperarlo. Las voces volvieron, casi instantáneamente. Miró los árboles, que parecían inmóviles y supo que las ramas más altas se agitaban por el viento y provocaban el susurro que parecía una voz, pero igualmente se esforzó por entender las palabras. Apoyó la cabeza en las rodillas y trató de hacer callar las voces.
Sus piernas latían y sentía mucho calor. Arroyos de sudor corrían por su espalda y se encorvó más, para que la camisa se pegara a sus hombros y absorbiera el sudor. No podían enviar a su gente a vivir en el bosque; estaba seguro. Era un ambiente hostil, con un espíritu malévolo que los aplastaría, los enloquecería, los mataría. Ahora sentía su presencia, acercándose, oprimiéndolo, palpándolo… Se puso de pie, de golpe y comenzó a seguir a Mark.
CAPITULO XXII
Barry oyó voces de nuevo, pero esta vez eran voces reales, voces infantiles y aguardó.
—Bob, ¿estás bien? —gritó cuando vio a su hermano. Bob estaba sucio y tenía manchas en la cara; asintió y saludó con la mano, jadeante.
—Estaban trepando hacia la cumbre —dijo Mark, que apareció de pronto junto a Bob. Había llegado desde otra dirección, invisible hasta que habló.
Ahora llegaban los chicos y su aspecto era peor que el de Bob. Algunos habían llorado. Tal como había dicho Mark, pensó Barry.
—Pensamos que sabríamos dónde estábamos si trepábamos un poco más —dijo Bob, mirando a Mark, como si buscara su aprobación.
Mark meneó la cabeza.
—Si no sabes dónde estás, baja, sigue un arroyo —dijo—. Irá hasta otro arroyo más grande y finalmente al río, y podrás seguirlo hasta donde quieras llegar.
Los chicos miraban a Mark con no disimulada admiración.
— ¿Sabes cómo hay que bajar? —preguntó uno de ellos.
Mark asintió.
—Primero, descansad unos minutos —dijo Barry—. Ahora ya no oía las voces y los bosques no eran más que bosques oscuros, totalmente deshabitados.
Mark los hizo descender rápidamente, no por donde habían subido ni por donde los había encontrado, sino por un camino más directo que los llevó hasta el valle en menos de media hora.
— ¡Hacerles correr ese riesgo fue una equivocación! —dijo Lawrence enfadado. Era la primera reunión del consejo desde la aventura en el bosque.
—Es necesario que aprendan a vivir en los bosques —dijo Barry.
—No tendrán que vivir en ellos. Lo mejor que podemos hacer con los bosques es talarlos lo antes posible. Tendremos un refugio para ellos en las cascadas, donde vivirán igual que aquí, en un claro.
—En cuanto te alejas de este claro los bosques se hacen sentir —dijo Barry—. Todo el mundo ha hablado del mismo terror, de la sensación de estar encerrado por los árboles, de ser amenazado por ellos. Tienen que aprender a vivir con eso.
—Nunca vivirán en los bosques —dijo Lawrence, decidido—. Vivirán en un dormitorio a orillas del río, y cuando viajen lo harán en una barca y cuando se detengan se detendrán en otro claro, donde habrá un reparo decente, donde los bosques habrán retrocedido y serán mantenidos así.