– ¿Por qué sabes tanto de tantas cosas diferentes? -preguntó la Modelo.
Habrían estado hablando, no recordaba bien, pero había muchos libros alrededor, abiertos en páginas. El inhalador de la fiesta descansaba casi vacío sobre una de las hojas abiertas.
– Porque quise ser todas esas cosas diferentes -admitió Patricia-. Quise ser arquitecta y música y fotógrafa y dj.
– ¿Y qué eres?
– Socia de mi novio en sus restaurantes. Imagino la decoración, selecciono la vajilla, preparo cada noche en mi iPod la música que sonará en el restaurante.
– ¿Por qué no insistes en ser dj? Ahora están muy de moda los que han vivido más de una década de música -añadió sin malicia ninguna la Modelo. Patricia se rió.
– Me gusta poner canciones de Anna Domino.
– Nunca he oído nada de ella.
– Fue una innovadora de los primeros ochenta. Copiaba mucho a Japan, en realidad todo el mundo copia a Japan y a Bauhaus, hasta en nuestros días.
– ¿Y siempre te escapas de tu novio con esta facilidad?
– Me drogaste.
La Modelo la abrazó y cubrió de largos, enamorados besos. Besos de modelo, al fin y al cabo, que tienen el sonido de la cámara disparando detrás.
– Me habría gustado que tú y yo fuéramos un escándalo. Y hacerme conocida en Londres -se sinceró Patricia en español, sabiendo que, si no hablaba en inglés, la Modelo no podría entenderla-. Pero no puedo hacerme muy conocida, estropearía mis planes. En la vida tienes que escoger entre ser rica o famosa. Rica es siempre mejor que famosa.
– Hablas muy deprisa, lo único que sé decir en español es «un poco de hielo, por favor». En España todas las bebidas están calientes -dijo la Modelo. Patricia se rió.
– Es lo que dicen de aquí -aceptó contestarle en inglés.
– A lo mejor no me entiendes bien porque hablo muy mal -agregó la Modelo-, estuve en un reality el verano pasado, casi iba a ganar pero me echaron la penúltima semana porque al final subtitulaban todas mis apariciones.
– ¿Subtitulaban?
– Sí, yo decía, «Estoy hasta el cono de todos vosotros» y subtitulaban todo menos el insulto. -La Modelo se reía. Volvieron a besarse, a separarse, a bailar un poco lo que salía por el iPod. De pronto empezaba «Here she comes», la versión de George Michael para un disco que no tuvo ninguna repercusión. Patricia se sintió perderse en recuerdos, bailando con Alfredo una nochevieja durante algún año de la década del dos mil, cuando parecían acumular triunfos como zapatos.
– No puedes ser rica y famosa, ni siquiera con un gran talento, ni siquiera con un golpe de suerte. Cuando envejeces, tienes que escoger -retomó Patricia sus reflexiones en español-. Tu droga me hace hablar más que pensar.
– Estás hablando en español, no entiendo nada de lo que dices -corrigió la Modelo.
– De repente tengo tanto que ocultar y explicarme al mismo tiempo -continuó Patricia, sin cambiar de idioma. Le parecía que a la Modelo le sonaría más masculina hablándole en castellano-, llegar a una ciudad nueva y montar el pitote puede ser una buena idea pero -jugaba con los cabellos de la Modelo- puede no ser nada, ni siquiera para llamar la atención de Alfredo.
– Alfredo -reaccionó la Modelo, dispuesta a hundir sus labios de nuevo en la entrepierna de Patricia-. Eso lo he entendido.
Se quedaron quietas. «Hay un tiempo para vestir las mesas mientras la noche parece congelarse, aquí viene, ella…», y la música se apoderaba del resto de la canción.
Patricia abrió los ojos, unas horas más tarde, atacada de jet lag, culpa y la garganta podridamente seca.
– Han cortado el agua, es un horror, porque uno de los vecinos descubrió con su divorcio que nuestras tuberías eran defectuosas desde el noventa y nueve -explicó la Modelo, hablándole muy lentamente-. A veces, casi como un milagro, brota alguna, fría, turbia -continuó la Modelo, agachada delante de los grifos de la bañera estilo Victoriano en la sala de baño más femenina y cursi que Patricia jamás había visto. ¿Cómo había llegado allí?, ¿durmió, lo poco que durmió, dentro de la bañera?
– Me siento sucia -dijo Patricia.
– En tu mente, cariño. Aquí, delante de mí, estás radiante.
Apareció el agua, muy fría y algo turbia, pero le sentó bien a su resaca-jet lag-culpa.
– Quiero confesarte algo -siguió la Modelo-. Me duele mucho que me llamen «la próxima Kate Moss». ¡Somos tantas próximas! -Empezaba a sollozar, la droga iniciaba el bajonazo. Patricia se levantó del pantano frío de la bañera y la cubrió con una toalla y se colocaron entre el bidé y el wáter.
– Me gusta tomarme las cosas con calma -continuó la Modelo-. Pero todo el tiempo es lo contrario, deprisa, deprisa.
Hablaba y lloraba y seguía besándola. Patricia se sintió como un helado manoseado por un perro y luego por su dueña. Hacía buen día, lo podía ver detrás de la claraboya en el baño. Tenía que huir, pero la Modelo la sujetaba más fuerte.
– También me encanta tu bolso. Fue, confieso, lo primero que vi de ti cuando entré en la fiesta.
Patricia dirigió la vista hacia el suelo. Allí, a los pies de la bañera, seguía el bolso. Debió de habérselo quitado, después de toda la noche, solo antes de entrar en el agua. ¡Qué loca!, aun sin ropa lo había llevado, temerosa de perderlo.
– Sé todo sobre los Chanel -continuó la Modelo-, me gusta tanto el color…
– Avena -dijo Patricia.
– ¿También te gusta poner nombres a los colores?
– Los colores no se ponen. Ya existen con esos nombres. Puedes añadir otro nombre, otro adjetivo, pero el nombre y el color tienen que corresponder.
– ¿Cuál es la diferencia entre la avena y el trigo?
– La avena tiene menos color -dijo Patricia. Era un nuevo día, y así lo iniciaba ella, hablando de nombres de colores en un baño lésbicamente cursi, completamente colocadas.
– Puedo decirte su número de fabricación: Boat, tres, dos, cinco, siete, seis, cinco -agregó la Modelo.
Patricia decidió ver en la etiqueta. Bingo, las cifras coincidían completamente.
– Seguir las numeraciones de los bolsos Chanel en los ochenta me ayudó a ganar un concurso de aritmética en el colegio -esgrimió la Modelo, devolviéndole ímpetu a sus dedos y deslizando la lengua sobre la piel desnuda.
¿Ese iba a ser su Londres? ¿Cunnilingus y más cunnilingus por parte de su novio y de una desconocida muy conocida? La Modelo lo hacía muy bien y Patricia podía, mientras la lengua avanzaba en su superficie e interior, dejarse llevar por sus propias fascinaciones. Londres, los manifestantes, la cuenta en Aruba. Marrero, allí saltaba, molestándola. Iba a ser todo más complicado ahora sin Lehman Brothers y sin Bear Stearns. «Recuerda que toda mujer tiene un secreto», decía la voz de ese nombre, Marrero. No, no, no si el mundo colapsaba, todo tipo de verdades saltarían desde cloacas taponadas.
– Te olvidas de mí -susurraba la Modelo.
Patricia apretaba sus muslos contra su cabeza y sentía su melena. Era más suave que la de Alfredo. ¿Cuándo iba a salir de ahí, regresar a la conferencia, si es que todavía duraba la conferencia? O a la casa. ¿A qué casa?
Sintió un verdadero terremoto en su interior. Se corría pero el orgasmo le abría un abismo delante y una pregunta suspendida: ¿era esto el colapso: pensar, vivir, deambular?
Hacía frío. ¿Quién le había dicho que en todas las casas inglesas siempre hacía frío? Tuvo la visión de alguien muy familiar, ella misma o su hermana, tiritando en una cama muy grande con dos, tres mantas muy gruesas. Sentirlo le devolvió cierta sobriedad. Estaba en un lugar grande, la Modelo era rica o vivía como si lo fuera, una diferencia que Alfredo siempre subrayaba: «En esta vida todo, absolutamente todo, se puede aparentar.» Alfredo estaría con la princesa. O no, tal vez esperándola en la casa donde se hospedaban. Ella, ella, Patricia, ¿por qué siempre hacía eso?: llegar a un sitio y dinamitarlo todo. «Porque todo se reconstruye siempre a través de las ruinas», se había respondido a sí misma más de una vez.