En la cama cercana, Josiah se removió inquieto, y luego le llegó su voz en la oscuridad.
– Muchacho, pensar en ella esta noche no te hará mucho bien.
– Sí, como si no lo supiera… En este mismo instante está allá arriba, acostada con Dan, mientras que yo estoy aquí quieto, deseando.
– Mañana tendrás tiempo de sobra para decirle lo que sientes.
– No necesito decírselo: ella lo sabe.
– Así que te rechazó, ¿es así?
Rye apoyó un codo en el marco de la ventana, con renovada frustración.
– Sí, eso hizo. Pero ahí estaba el chico, convencido de que Dan es su padre, queriéndolo como si lo fuese, según lo que dice Laura. Eso es algo a tener en cuenta.
– ¿De modo que te habló del niño?
– Sí.
El rumor incesante del océano parecía murmurar a través de las ásperas paredes de la casa, mientras Rye seguía escudriñando por la ventana, hacia el patio en sombras. Cuando volvió a hablar lo hizo en voz baja, pero con un orgullo que casi le quebró la voz:
– Es un muchacho gallardo.
– Sí, con la boca como la de la abuela.
Rye volvió el rostro hacia la zona donde estaba la cama del padre, aunque no podía verlo bien.
– Tú has perdido un nieto, del mismo modo que yo una esposa. ¿Alguna vez lo trajo para que te conociera?
– Oh, ella no tiene nada que hacer en la tonelería, y dudo de que al chico le falte el amor de unos abuelos, ya que los padres de Dan cumplen ese papel. He oído decir que lo quieren como si fuese suyo.
Los enredos de la situación cada vez eran mayores. Recordando los días en que Rye se sentía libre para entrar en casa de los Morgan sin invitación, preguntó:
– ¿Eso significa que todavía están bien?
– Sí, los dos están de lo más saludables.
Se hizo un silencio momentáneo, hasta que Rye preguntó:
– Y Dan, ¿qué hace para poder mantenerla en tan buena situación?
– Trabaja como contable, para el viejo Starbuck.
– ¡Starbuck! -exclamó Rye-. ¿Te refieres a Joseph Starbuck?
– El mismo.
Eso lastimó a Rye, porque Starbuck era dueño de la flota de balleneros entre los cuales estaba el Omega. Era irónico pensar que él mismo había ido en procura de riquezas y perdiese a Laura a manos de un sujeto que se había quedado para contar esas riquezas.
– ¿Viste esas tres casas nuevas en la calle Main? -continuó Josh-. Starbuck las hizo construir para los hijos. Contrató a un arquitecto de Europa para que las diseñara. Las llama Los Tres Ladrillos. Starbuck ha gozado de una buena época. El Hero y el President volvieron repletos, y espera que lo mismo suceda con el Three Brothers.
Pero Rye casi no lo escuchaba. Lamentaba el día en que había salido en busca de riquezas… y las había conquistado, pues su parte, un sexto del total, sumaba cerca del millar de dólares, cantidad nada despreciable para ninguna clase de hombre. Pero el dinero no podía devolverle a Laura. Era obvio que Dan le daba una buena vida, que los mantenía a ella y al niño. Tragó saliva, y escrutó la oscuridad, en la dirección en que debía de estar lacima de la casa, recordando la cama de él y de Laura, ahora situada en el nuevo dormitorio.
«¡Maldición! La posee en mi propia cama, mientras que yo duermo en mi cama de niño, y como comida de soltero. Pero no por mucho tiempo -se prometió Rye Dalton-. ¡No por mucho tiempo!»
Capítulo3
Al día siguiente, la niebla se había extendido otra vez sobre Nantucket. Sus zarcillos húmedos parecieron olfatear las punteras de las botas de Rye Dalton como sabuesos de narices sensibles, y luego se retiraban en silencio para dejarlo pasar, sin tocarlo. Mientras se dirigía a grandes pasos a la oficina de Joseph Starbuek, la espesa niebla se movía y se rizaba por encima de su cabeza, y bajo las botas, los opacos adoquines grises parecían renegridos, brillantes de humedad. En el tazón de hierro de la fuente donde abrevaban los caballos se juntaban gotas que corrían en riachuelos, para luego caer con sonidos cantarines, aumentados por una extraña nota musical resonante, por esa niebla que todo lo envolvía. Casi formando un contrapunto, a continuación se oía el clic de las garras de Ship, que seguía a su amo.
Pero pese al día gris y húmedo, Rye Dalton gozó del lujo desacostumbrado de estar seco y limpio después de cinco años de ser salpicado por olas incesantes y de usar ropas endurecidas de sal.
Llevaba puesto un grueso suéter que le había tejido Laura hacía años, con un cuello que le llegaba hasta el mentón, casi rozándole las patillas que bajaban a su encuentro. Esas patillas tenían un color y una textura bastante parecidos al de la lana, y por las mangas bajaba una greca tejida que parecía delinear la fuerte curvatura de los músculos que cubría. Los pantalones acampanados, sin cintura, hechos de lana negra, sujetos por lazos por dentro de cada cadera, formaban una solapa sobre el estómago, donde metía las manos para abrigarlas mientras cruzaba los adoquines con zancadas largas, masculinas, que separaban la niebla y la impulsaban, rodando, tras él.
Los ladrillos de color salmón de la oficina de contabilidad tenían una apariencia espectral, se esfumaban ante la blancura deslumbrante de la puerta, los marcos de las ventanas y el cartel que resaltaba, incluso bajo ese cielo plomizo. En cuanto la mano de Rye tocó el cerrojo, Ship se sentó sobre la grupa, y se apostó ahí con la lengua colgando y la vista pegada a la puerta.
Dentro, un fuego encendido mantenía alejado el fresco de la primavera y el local bullía de actividad, como pasaba cada vez que llegaba a puerto un barco ballenero. Rye intercambió saludos con muchos conocidos de camino a la oficina de Joseph Starbuck, un individuo jovial, de patillas, que se apresuró a adelantarse con la mano extendida en cuanto él llegó a la puerta.
El apretón de Starbuck fue tan firme como el del tonelero.
– ¡Dalton! -exclamó-. Estoy orgulloso de este viaje que ha hecho. ¡Repleto, y a un valor de un dólar con quince el galón! ¡No podría estar más satisfecho!
– Sí, la verdad, la suerte fue halagüeña -replicó Rye, como se decía entonces.
Starbuck alzó una ceja.
– ¿Y se convertirá en un marino de agua dulce, o saldrá con el Omega en el próximo viaje?
Rye levantó las manos.
– No, basta de caza de ballenas para este tonto. Un viaje ha sido suficiente para mí. Me conformaré con fabricar barriles el resto de mi vida, junto con mi padre, pero aquí, en tierra firme.
– Aunque su parte es bastante jugosa, lo comprendo, Dalton. ¿Está seguro de que no se dejará tentar para salir otra vez… digamos, por un porcentaje de un quinto?
Sin dejar de clavar una mirada perspicaz en el rostro de Rye, Starbuck se dirigió al enorme escritorio de tapa móvil que dominaba la habitación.
– No, ni siquiera por un quinto. Este viaje ya me ha costado bastante.
Starbuck se puso serio, y metió los pulgares en los bolsillos del chaleco, mientras observaba al joven.
– Sí, y lo siento, Dalton. Qué conflicto para un hombre: llegar al hogar y… qué conflicto -clavó la vista en el suelo, pensativo, y finalmente volvió a mirarlo-. Y, por cierto, la señora Starbuck y yo le presentamos nuestras condolencias también por la pérdida de su madre.
– Gracias, señor.
– ¿Y cómo está su padre?
– Ágil como siempre, cortando duelas tan rápido que ese inútil de aprendiz no puede seguirle el paso.
Starbuck rió con ganas.
– Como no puedo convencerlo de que se embarque como tonelero, tal vez pueda persuadirlos a usted y a su padre de que esta vez acepten mi encargo de barriles.
– Sí, será un placer aceptarlo.
– ¡Bien! Les enviaré a mi agente para acordar el precio con ustedes antes de terminar el día.
– Perfecto.
– Supongo que habrá venido a cobrar su parte.