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Oleadas de excitación recorrieron el cuerpo de la joven. Trató de soltarse, pero Rye le sujetaba la mano en ese lugar del que había estado ausente tanto tiempo, y el calor de su erección palpitaba, insistente, atravesando la tela del pantalón. Sujetándola por la nuca, la atrajo con vehemencia otra vez hacia él y la besó, hundiendo y sacando de manera rítmica su lengua caliente y ávida de la boca femenina: Laura recordó que fue él quien se lo enseñó, hacía años, en una caseta para guardar botes. La mano de la joven dejó de resistirse y se adaptó a la forma de él, que se impulsó hacia la caricia, sin dejar de apretarle el dorso de la muñeca, los nudillos y los dedos.

Laura lo comparó otra vez, sin quererlo, con el hombre que en ese momento la esperaba en la casa. Fue levantando la mano y luego bajándola, midiendo, recordando, mientras Rye con el movimiento de su cuerpo le suplicaba que tocara el satén de su piel, ya que ella no le permitía acceder al suyo.

La niebla enroscaba sus rizos sobre las cabezas de los dos, y llenaba la noche el perfume seductor de las flores. Tenían el aliento entrecortado por el deseo, y exhalaban como las olas del mar que se precipitaran sobre la arena, para luego retroceder.

– Por favor -gimió Rye, dentro de su boca-. Por favor, Laura amor. Hace tanto tiempo…

– No puedo, Rye -dijo, desdichada. Retirando de repente la mano, se cubrió la cara con las dos, y se quebró en un sollozo-. No puedo… Dan confía en mí.

– ¡Dan! -refunfuñó-. ¡Dan! ¿Y yo, qué? -La voz de Rye temblaba de furia. Le agarró el brazo y tiró de ella, casi hasta hacerla ponerse de puntillas-. ¡Yo confiaba en ti! ¡Confié en que me esperarías mientras yo navegaba en ese… desgraciado ballenero y aguantaba la pestilencia del aceite rancio y del pescado podrido, comía harina en la que asomaban gorgojos, y olía los cuerpos sucios de los hombres, incluyendo el mío día tras día! -Apretó con más fuerza, y Laura hizo una mueca de dolor-. ¿Tienes idea de cuánto ansiaba olerte? La sola noción estuvo por volverme loco. -En ese momento, la empujó, casi con desdén-. Tendido ahí, a la deriva cuando había calma ecuatorial, a merced de la falta de vientos, mientras los días pasaban y yo pensaba en ese tiempo que pasaba, cuando podría haber estado contigo. Pero yo quería traerte una vida mejor. ¡Por eso lo hice! -vociferó.

– ¿Y qué crees que estuve soportando yo? -exclamó Laura, proyectando hacia delante los hombros en actitud beligerante y con lágrimas corriéndole por las mejillas-. ¿Acaso crees que no sufrí cuando te vi meter ropa en ese baúl, cuando vi cómo desaparecían las velas y me preguntaba si volvería a verte con vida? ¿Cómo crees que fue cuando descubrí que estaba embarazada de tu hijo y supe que el niño jamás conocería a su padre? -Le tembló la voz-. Quería matarte, ¿sabes, Rye Dalton? ¡Quería matarte, porque habías muerto dejándome sola!

Lanzó una carcajada loca.

– ¡Sin embargo, no perdiste tiempo en encontrar a alguien que ocupara mi lugar!

Apretando los puños, Laura gritó:

– ¡Estaba embarazada!

– ¡De mi hijo, y recurriste a él!

Sus raíces casi se tocaban.

– ¿A qué otra persona podía recurrir? ¡Pero tú no lo comprenderías! ¿Cuándo fue la última vez que tu barriga se infló como un pez globo y no podías caminar sin que te doliese, o… o despejar el camino con la pala, o levantar un balde con agua? Mientras estuviste ausente, ¿quién crees que hizo todas esas cosas, Rye?

– Mi mejor amigo -respondió con amargura.

– También era mi mejor amigo. Y si no lo hubiese sido, no sé qué habría hecho yo. Se presentó sin que se lo pidiera, cada vez que lo necesité, y aunque no quieras creerlo, fue tanto por lo que te quería a ti como por lo que me quería a mí.

– Ahórrame dramatismos, Laura. Se presentó porque estaba impaciente por ponerte las manos encima, y tú lo sabes -repuso con frialdad.

– ¡Eso que dices es despreciable, y lo sabes!

– ¿Acaso niegas que tú sabías lo que sentía por ti desde que éramos jóvenes?

– No niego nada. ¡Intento hacerte entender lo que sufrieron dos personas al saber de tu muerte… lo que sufrieron juntos! Cuando supimos que el Massachusetts se había hundido, pasamos esos primeros días caminando por las dunas donde solíamos jugar los tres, diciéndonos que no podía ser verdad, que aún estarías vivo, por allí, en algún lado, y al minuto siguiente, convenciéndonos mutuamente de que teníamos que aceptarlo… que jamás volverías. Yo fui la más débil, con mucho. Yo… me dije que estaba comportándome igual que mi madre, y eso me pareció detestable, pero la desesperación fue la peor que yo hubiese conocido jamás. Descubrí que no me importaba vivir o morir y, en ocasiones, sentía lo mismo con respecto al niño que llevaba dentro de mí. Después del funeral fue lo peor… -La evocación le quebró la voz, y tembló-. ¡Oh, Dios, ese funeral sin el cuerpo… y yo, ya embarazada de tu hijo…!

– Laura…

Se le acercó, pero ella le dio la espalda y continuó:

– No podría haber pasado por ese… ese horror si no hubiese sido por Dan. Mi madre, como puedes imaginártelo, fue completamente inútil. Y tampoco me ayudó demasiado cuando nació Josh. Fue Dan el que me dio fuerzas, el que se sentó a mi lado cuando sentí los primeros dolores y luego se paseó fuera, y entró a ver al niño y a decirme que se parecía a ti, porque sabía que eso era lo que yo necesitaba escuchar para recuperar las fuerzas. Fue tu mejor amigo el que me aseguró que siempre estaría ahí, cada vez que Josh o yo lo necesitáramos, pasara lo que pasase. Estoy en deuda con él por eso. -Hizo una pausa-. Tú estás en deuda.

Rye contempló esa espalda, y luego se acercó y empezó a atarle con brusquedad el corsé.

– Pero, ¿qué es lo que le debo? -Interrumpió la tarea-. ¿A ti?

Incapaz de responder, Laura se estremeció. ¿Qué le debían a Dan? Sin duda, algo mejor que escabullirse en la noche y disfrutar de juegos sexuales. Rye reanudó la tarea de atarle los lazos.

– Tienes que entender, Rye. Ha sido el padre de Josh desde que nació. Ha sido mi esposo tres veces más tiempo que tú. No puedo… hacerlo a un lado, sencillamente, sin tener en cuenta sus sentimientos.

Sintió un tirón irritado en la espalda, más fuerte que los demás, y luego desapareció la tensión de su torso, mientras Rye continuaba torpemente la tarea.

– No soy muy bueno para estas cosas… no he tenido mucha ocasión de practicar.

En el tono de Rye apareció un matiz helado. Seguía enfadado con ella, y sin poder salir de la confusión imposible de resolver en que se habían sumido sus vidas. Cuando, al fin, logró terminar de atar corsé y vestido, dejó las manos sobre las caderas de ella.

– Entonces, ¿tienes intenciones de quedarte con él?

Laura cerró los ojos, fatigada, respiró profundamente, y comprendió que no estaba más cerca que él de la solución.

– Por ahora.

Las manos cálidas se apartaron.

– ¿Y no nos veremos?

– De este modo… no…

Tartamudeó y se interrumpió, pues dudaba de su propia capacidad para resistirlo.

La furia de Rye, que estaba bajo la superficie, volvió, emergiendo entre los dientes apretados:

– ¡Eso lo veremos… señora Morgan!

Giró sobre los talones y se perdió en la niebla silenciosa.

Capítulo5

En los días que siguieron, Laura y Dan guardaban una incómoda distancia. Desde la noche de la cena en casa de los Starbuck, Dan cada vez se mostraba más herido, exhibiendo con frecuencia una expresión dolida que punzaba la conciencia de Laura cada vez que alzaba la vista y la veía. No le había mentido cuando le preguntó si había estado con Rye esa noche, pero al verle los ojos enrojecidos, Dan supuso que no había sucedido lo peor… pues si hubo llanto… Con todo, esas mismas lágrimas le decían que ella aún sentía algo por Rye. Y la tensión aumentó.