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No podía haber dicho algo mejor para que la sonrisa volviera a los labios de Lisa. Sintió que recuperaba la confianza y descendió lentamente por las escaleras, para dirigirse al armario y sacar su abrigo. Luego echó una ojeada a los papeles que se amontonaban en su escritorio y arrojó de sí un último resto de sentimiento de culpa. Iba a salir a pasársela bien, aunque fuera por una noche.

Volviéndose con el abrigo en la mano, miró a Carson con una sonrisa.

– ¿No es algo increíble? Este vestido era de mi madre. Nunca en mi vida me había puesto un atuendo como este.

En los ojos de él ardía una luz que la hizo sentir un escalofrío.

– Lo cierto es que es todo un cambio de imagen -dijo él.

Lisa rió de nuevo.

– Sólo por esta noche. Mañana volveré a mi ropa formal y a mi trabajo.

Cuando Carson la ayudaba a ponerse el abrigo, Lisa vio su propia imagen reflejada en el espejo. El vestido, el peinado, el maquillaje… Por espacio de un instante, se vio invadida de sensaciones que la dejaron sin aliento, el olor espeso de gardenias en el aire y el aroma del maquillaje y del lápiz de labios cuando su madre se inclinaba a besarla antes de salir de casa.

– Voy por el coche -dijo Carson, pero ella apenas le oyó. Estaba todavía contemplándose en el espejo, viviendo en el pasado, viendo a su hermosa y frívola madre, con su risa ronca y la manera seductora en que miraba al criado por encima del hombro. ¿Cómo sería ser una mujer así? La clase de mujer que hace que los hombres se vuelvan a mirarla; la clase de mujer que puede cambiar el curso de la vida de un hombre.

Capítulo 6

Lisa intentó librarse de todos aquellos pensamientos sacudiendo la cabeza con fuerza, y luego fue a reunirse en el coche con Carson. Hicieron la mayor parte del viaje a la ciudad en silencio.

Carson la miraba con el rabillo del ojo. Lo había sorprendido con aquel vestido, aquel peinado, aquella manera de andar tan sexy. ¿Sorprendido? No, más bien lo había dejado asombrado, tanto que se había quedado sin saber qué decir. ¿Era aquella de verdad la misma mujer que sólo unas horas antes se había puesto esas gruesas gafas sobre la nariz, asegurando que haría todo lo que estuviera en su mano para salvar a Loring's de la ruina? Era un poco inquietante saber que dentro de aquel preciso cuerpo vivía una mujer totalmente diferente.

– ¿A dónde vamos? -preguntó ella.

– A El Cocodrilo Amarillo, a no ser que quieras que vayamos a Santa Bárbara.

– No, El Cocodrilo Amarillo, está bien. No he estado nunca allí.

El lugar estaba lleno de humo, y era oscuro y ruidoso, con inesperados relámpagos de luz que surgían cuando menos se esperaba. El portero los observó con atención.

– Está todo bastante lleno -dijo con tono de desinterés-. No sé, a lo mejor pueden intentar compartir la mesa con alguien. De otro modo, olvídense del asunto hasta las diez.

Carson miró a Lisa y ella rió. Por supuesto que compartirían una mesa. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había hecho algo parecido, que de ninguna manera pensaba ahora darse la vuelta y marcharse a casa.

– Muy bien -le dijo Carson al portero-. Compartiremos una mesa.

El portero abandonó su puesto con desgana y los llevó hasta una mesa que estaba al lado del escenario, en el que había un grupo tocando. Los dos fueron caminando hacia allí por entre las mesas. De cuando en cuando, una cara se volvía para saludar. Carson parecía conocer allí a todo el mundo.

De pronto una mano surgió quién sabe de dónde, y tomó a Lisa por la muñeca.

– Oye, tú. ¿Te acuerdas de mí?

Se volvió a ver quién era el que la detenía, y a pesar de sí misma sonrió al reconocerle.

– Mike Kramer -dijo, contemplando aquel rostro que no había cambiado en veinte años, a pesar de que ahora tenía menos pelo y más papada.

El la miraba parpadeando.

– Dios mío -dijo por fin-. Madre mía, Lisa, nunca me había dado cuenta de lo mucho que te pareces a tu madre.

Ella le sonrió.

– Yo tampoco -luego recordó quién era Mike y qué era lo que debía sentir hacia él, y entonces su sonrisa desapareció-. Bueno, vamos a aquella mesa que está al lado del escenario.

– No, no, no -dijo Mike, mirándolos encantado-. Tienen que quedarse con nosotros. Insisto. Nos encantaría que se sentaran a nuestra mesa, ¿verdad Joanne?

Lisa se volvió a mirar a la mujer que estaba con Mike. Era una atractiva pelirroja con una animada sonrisa en el rostro.

– Claro que sí, Mike -dijo con voz de gatita-. Tus amigos son siempre bienvenidos.

Pero no estaba mirando a Lisa. Sus ojos estaban fijos en Carson, y Lisa se dio cuenta de que también él la veía a ella.

– Hola, Joanne -dijo Carson con rostro inexpresivo-. ¿Qué tal estás?

Joanne suspiró antes de contestar.

– Ahora mejor. Mucho, mucho mejor.

Mike estaba muy ocupado llamando a un camarero, y no había oído esta pequeña conversación. Lisa lo miró y se dio cuenta de que Mike no tenía la menor idea de que Carson y Joanne se conocieron de antes. Su instinto le decía que cuando se enterara no le iba a gustar. Esto no tenía buen aspecto. Se puso a ver si encontraba otra mesa en la que hubiera sitio.

– Bien, bien -dijo Mike-. Aquí estamos. Espera, espera -añadió, mirando a Lisa con atención-. Esta es tu manera de decirme que estás dispuesta a vender, ¿verdad?

Lisa lo miró con indignación. Tal como ella había pensado, todo esto no iba a acabar nada bien.

– ¿Qué? -preguntó. La enfurecía la sonrisa de Mike.

– Has venido aquí esta noche para decirme que he ganado, ¿verdad? Ese viejo mausoleo es mío por fin.

Lisa le miró con frialdad, y pensó en su abuelo.

– De eso nada, Mike Kramer -dijo pronunciando con claridad cada sílaba.

– ¿Qué quieres decir con eso de "de eso nada"? Sabes perfectamente que no puedes ocuparte de ese sitio tú sola -dijo. Luego se volvió a mirar a Carson-. Pero lo que pasa es que ya no estás sola, ¿verdad? Tienes a James en tu lado.

Carson lo miró con fijeza.

– Lisa está a cargo de Loring's. Lo único que yo hago es proteger el dinero del banco. Ella es perfectamente capaz de llevar el negocio. Y lo hará muy bien siempre que la competencia no le haga sabotaje.

Mike examinó a Carson con atención y luego rió.

– Hay una jungla ahí fuera -dijo-. Hay que ser duro para sobrevivir. De todos modos, Lisa y yo somos viejos amigos. Nos entendemos bien. Fuimos novios hace tiempo.

Lisa se reclinó en la silla y se forzó a mantener la calma. Mike siempre le había sacado de sus casillas. Le gustaba la forma en que Carson le contestó.

Tenía que aprender a mantener la calma como lo hacia él.

– ¿No te lo ha contado? -le preguntó Mike a Carson-. Fuimos juntos al colegio.

– Sí, es verdad -admitió ella con tono ácido-. Tú solías destrozar mis castillos de arena.

Mike se encogió de hombros y miró a Joanne como en busca de justicia.

– Esta mujer nunca ha sabido apreciar la crítica constructiva.

Antes que nadie tuviera tiempo de responder, Mike le pasó el brazo por los hombros a la pelirroja y la estrechó contra sí, como si estuviera estableciendo su territorio.

– Querida Lisa, esta es la mujer que va a ser la madre de mis hijos. ¿No es una preciosidad?

Lisa sonrió a Joanne. Eso quería decir que los dos iban a casarse. Pero entonces, ¿cuál era la razón de que los ojos de Joanne siguieran colgados de Carson? Era evidente que los dos se habían conocido bien en el pasado. Lisa comenzó a sentirse incómoda, y tuvo que recordarse que aquella noche había decidido pasarla bien.

Mike seguía diciendo lo maravillosa que era Joanne.

– Pero, ¿qué ha pasado con la otra copa que he pedido? -preguntó ella de pronto-. No me la han traído todavía.

Mike se levantó para ir a buscar al camarero, y entonces Joanne se volvió a Carson.

– Bueno, Carson -dijo, mirándolo con tal fijeza que Lisa sintió como si ella se hubiera vuelto invisible.