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Formaban una pareja impresionante cuando se despidieron de los niños. Diez minutos después llegaron al restaurante y se dirigieron a la mesa reservada.

Era un local pequeño y bonito y los fines de semana bullía de actividad. La comida era deliciosa y el ambiente acogedor y romántico. Precisamente lo que necesitaban para relajar las tensiones de la víspera.

India sonrió a su marido cuando el camarero descorchó la botella de vino francés. Doug lo cató y lo aprobó.

– ¿Qué has hecho hoy? – preguntó retóricamente Doug dejando la copa en la mesa, aunque sabía que se había dedicado a los niños.

– Me ha llamado Raúl López. – Su marido se sorprendió pero no mostró demasiada curiosidad. Las llamadas del representante se reducían cada vez más y en general no servían de nada -. Me propuso un reportaje muy interesante en Corea.

– Típico de Raúl. – Doug parecía divertirse y en modo alguno se sintió inquieto por la información -. ¿Cuál es el país al que intentó enviarte la última vez? ¿Zimbabue? Me sorprende que te siga llamando.

– Supuso que estaría dispuesta a aceptar. Es para la revista dominical del Times y tiene que ver con la mafia de adopciones que asesina bebés en Corea. Raúl dice que requiere tres o cuatro semanas de trabajo y le he dicho que no puedo.

– Desde luego. No puedes ir a Corea, ni siquiera tres o cuatro minutos.

– Es lo que respondí. – India esperó que su marido le agradeciese su negativa. Deseaba que entendiese a qué había renunciado y que le habría encantado realizar ese encargo -. Dijo que volverá a llamar para un artículo más accesible, como el reportaje de Harlem – añadió India.

– ¿Por qué no te borras de la lista de colaboradores de la agencia? Sería lo más sensato. ¿De qué te sirve que cuenten contigo y que Raúl te llame para encargarte reportajes que, de todos modos, no realizarás? Francamente, me sorprende que siga llamando. ¿Por qué insiste?

– Porque soy muy buena en mi trabajo y todavía intereso a los directores de los medios de comunicación – replicó ella -. Te aseguro que resulta muy halagador.

India buscaba algo a tientas e intentaba recurrir a Doug, pero éste no captaba el mensaje. En ese aspecto nunca se daba por enterado y la situación lo superaba.

– No tendrías que haber cubierto la noticia de Harlem. Probablemente creó la sensación errónea de que estás dispuesta a recibir ofertas.

Era evidente que Doug deseaba que la puerta de su profesión estuviera cerrada todavía con más firmeza. De pronto le interesó la posibilidad de abrirla, aunque sólo fuera un poquito, siempre y cuando consiguiese un encargo como el de Harlem.

– Fue un reportaje extraordinario y me alegró haber participado en él – aseguró mientras el camarero les entregaba la carta.

De repente se le pasó el hambre. Volvió a sentirse fatal. Por lo visto, Doug no lo entendía. Tal vez no era culpa suya, ya que ni ella misma estaba segura de comprender lo que le pasaba. De la noche a la mañana le faltaba algo a lo que prácticamente había renunciado hacía catorce años y pretendía que Doug lo supiese sin habérselo explicado.

– Me encantaría volver a trabajar, aunque sólo sea parcialmente, si consigo combinarlo con el resto de mis tareas. En todos estos años no había vuelto a pensar en el trabajo, pero empiezo a echarlo de menos.

– ¿A qué se debe?

– No lo sé muy bien – respondió con franqueza -. Ayer Gail insistió en que desperdicio mi talento. Hoy telefoneó Raúl y el reportaje es muy interesante.

La discusión de la víspera había añadido leña al fuego. De repente experimentó la necesidad de confirmar su existencia. Tal vez Gail tenía razón y se había convertido, lisa y llanamente, en criada, cocinera y chófer. Quizá había llegado el momento de recuperar su profesión.

– Gail es una metomentodo, ¿no crees…? ¿Te apetece comer mollejas?

Al igual que la noche anterior, Doug despojaba de sentido sus palabras, por lo que se sintió muy sola.

– Creo que todavía se arrepiente de haber abandonado su profesión. No tendría que haberlo hecho – aseguró India e ignoró la pregunta sobre las mollejas. Pensó que probablemente Gail no comería con Dan Lewison si tuviera algo mejor que hacer, pero no lo comentó con Doug -. Me considero privilegiada. Si regreso al mundo laboral podré elegir lo que haga. No estoy obligada a trabajar a jornada completa ni a ejercer mi profesión en Corea.

– ¿Qué intentas decir? – Doug había pedido la cena y la miró. No estaba nada contento de lo que acababa de oír -. ¿Intentas decir que quieres volver a trabajar? Sabes perfectamente que es imposible.

Ni siquiera le dio la posibilidad de responder a la pregunta.

– Nada me impide hacer algún reportaje local, ¿verdad?

– ¿Para qué? ¿De qué te servirá exhibir tus fotos?

Su marido logró que sonara tan superficial e inútil que estuvo a punto de sentirse incómoda por lo que acababa de plantear. Repentinamente la resistencia de Doug la empecinó.

– No se trata de exhibirme, sino de utilizar el talento que poseo.

Con sus preguntas incisivas el día anterior Gail había abierto las compuertas y desde entonces la cascada iba creciendo. El rechazo de Doug logró que la cuestión se volviese todavía más importante.

– Si tanto deseas desarrollar tu talento aplícalo con los niños – le espetó Doug con desdeño -. Siempre has hecho excelentes fotos de nuestros hijos. ¿No te basta eso o se trata de otra de las cruzadas de Gail? Por alguna razón me parece que tiene algo que ver con eso. Raúl te ha alterado. Sólo pretende ganar dinero. Que se aproveche de otros. Dispone de muchos fotógrafos a los que puede enviar a Corea.

– Estoy segura de que dará con alguien – opinó India quedamente mientras les servían el paté -. No creo ser insustituible, pero los niños crecen y considero que de vez en cuando podría aceptar un encargo.

– Déjate de tonterías. No necesitamos otro salario y Sam sólo tiene nueve años. Nuestros hijos te necesitan.

– Doug, no se me ocurriría pensar en abandonarlos, simplemente digo que el trabajo es importante para mí.

Necesitaba que su marido la entendiera. La víspera le había dicho a Gail que apenas le importaba haber renunciado a su profesión, pero después de escuchar a su amiga y a Raúl y ver la actitud de Doug la cuestión adquiría gran importancia. Su marido se negó a tomarla en serio.

– ¿Por qué es importante? No lo entiendo. ¿Qué tiene de importante tomar fotos?

India tuvo la impresión de que intentaba escalar una montaña y no avanzaba ni un centímetro.

– Es mi modo de expresarme, lo hago bien y me encanta, eso es todo.

– Bien, pues, fotografía a los niños. También puedes retratar a sus amigos y regalar las fotos a sus padres. Puedes hacer muchas cosas con la cámara sin necesidad de aceptar encargos.

– ¿No has pensado que tal vez me gustaría hacer algo significativo? Quizá me apetece tener la certeza de que mi vida tiene sentido.

– ¡Pero bueno! – Doug depositó el tenedor en el plato y la miró contrariado -. ¿Qué diablos te pasa? Estoy seguro de que la culpa de todo es de Gail.

– No tiene nada que ver con Gail. – Aunque intentó defenderse, India se sintió impotente -. Se trata de mí. En la vida hay algo más que recoger el zumo de manzana que los niños derraman.

– Hablas como Gail – la acusó Doug molesto.

– ¿Y si ella tiene razón? Hace muchas tonterías porque se siente inútil y su vida carece de sentido. Si se dedicara a algo inteligente no necesitaría hacer cosas que realmente no sirven para nada.

– Si intentas decirme que engaña a Jeff, lo sé hace años. Si Jeff es tan ciego que no lo ve, no es mi problema. Gail persigue a todo lo que lleve pantalones en Westport. ¿Me amenazas con la infidelidad? ¿Es lo que pretendes decir?