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– Estoy seguro de que, más que un fracaso por parte de Jeff, esa actitud tiene que ver con la integridad y la moralidad de Gail.

– Yo no pondría las manos en el fuego. Puede que Jeff sea un hombre estúpido – espetó India.

– No; Gail es la estúpida porque todavía abriga ilusiones pueriles sobre el amor y el romance. Sabes perfectamente que no son más que tonterías.

Ella guardó silencio y asintió con la cabeza. Sabía que si hablaba se echaría a llorar o se levantaría y se iría. Continuó sentada hasta que acabaron de cenar y hablaron de naderías.

Esa noche India oyó cosas más que suficientes para toda una vida. En una sola velada Doug cuestionó sus creencias, destrozó sus sueños cuando le explicó qué opinaba del matrimonio y, sobre todo, de ella. La consideraba alguien en quien confiar, alguien que cuidaba de sus hijos. Durante el regreso se planteó llamar a Raúl y aceptar el reportaje en Corea, pero no podía hacerle eso a sus hijos por muy enfadada o decepcionada que estuviese con su marido.

– Esta noche lo he pasado bien – aseguró Doug cuando estaban a punto de llegar a casa. India procuró no pensar en el nudo que tenía en el estómago -. Me alegro de que hayamos aclarado la cuestión de tu profesión. Supongo que ahora sabes qué pienso al respecto. Considero que la semana que viene debes llamar a Raúl y darte de baja en la agencia.

Ella tuvo la sensación de que Doug esperaba que cumpliese sus órdenes. El oráculo había hablado. Nunca la había tratado así, aunque lo cierto es que en el pasado ella tampoco lo había cuestionado.

– Sé lo que piensas sobre muchas cosas – repuso India en voz baja.

Permanecieron un rato en el coche y finalmente Doug apagó el motor.

– India, no permitas que Gail te llene la cabeza de tonterías. Dice muchos disparates con tal de justificar su comportamiento y, si te convence, mejor para ella. Aléjate de Gail. Te altera.

Era mentira. No era Gail quien la alteraba, sino él. Había dicho cosas que la perturbarían durante años y que jamás olvidaría. No la amaba, tal vez nunca la había amado. En su opinión el amor era cuestión de adolescentes y de insensatos.

– Tarde o temprano tenemos que madurar – afirmó Doug, abrió la portezuela del coche y miró a su esposa -. El problema es que Gail no ha madurado.

– Ella no, pero tú sí, ¿verdad?

India se expresó con profunda tristeza y, al igual que la víspera y esa noche en el restaurante, Doug no captó el significado. En veinticuatro horas había definido lo que para él era el matrimonio, había pasado por alto la importancia de la trayectoria profesional de India y lo que era más importante le había transmitido que no la amaba o, como mínimo, que no estaba enamorado de ella. India no sabía qué pensar, qué sentir o cómo continuar igual que antes sin que la afectase.

– Ese restaurante me encanta. ¿Qué opinas? – preguntó Doug mientras entraban -. La cena estaba mejor que otras veces.

En la casa reinaba el silencio e India supuso que sólo Jessica seguía despierta. Seguramente los demás dormían. Habían estado mucho rato fuera y Doug había necesitado varias horas para destruir la última y más querida ilusión de su esposa. Doug habló sin reparar en el daño que le había infligido. Se comportó como el iceberg que hundió al Titanic. India se preguntó si su barco se hundiría. Costaba pensar que se mantendría a flote, aunque tal vez ella debería seguir adelante como alguien en quien confiar, estable y una buena compañía. Era lo que Doug quería y esperaba. No quedaba espacio para su corazón y su alma ni tenía con qué alimentarlos.

– Estuvo bien. Muchas gracias por la invitación – dijo India y subió a ver a sus hijos.

Estuvo un rato con Jessica, que estaba viendo la tele. Tal como había supuesto, los demás dormían, así que pasó por sus habitaciones y se dirigió a su dormitorio. Doug se desvestía y la contempló con ceño. Percibió algo muy extraño en la postura de su esposa.

– ¿Sigues alterada por las tonterías que te dijo Gail?

India vaciló un segundo y negó con la cabeza. Doug era tan ciego y sordo que no se percató del daño que había provocado a su esposa y su matrimonio. No tenía sentido seguir hablando ni dar explicaciones. Lo miró y supo con certeza que nunca olvidaría ese momento.

3

A lo largo de las tres semanas siguientes India se comportó como un robot. Preparaba el desayuno, trasladaba a los niños en coche a la escuela, los recogía y los acompañaba a actividades extraescolares, desde el tenis hasta el béisbol. Por primera vez en años dejó la cámara en casa porque de repente le pareció absurdo llevarla. Experimentaba la sensación de haber sufrido una herida mortal de necesidad. Su espíritu había muerto y con el paso del tiempo el cuerpo lo seguiría. Con las cosas que había dicho y las ilusiones que su marido le había frustrado, India sentía como si le hubiera arrancado la vida, como si hubiese desinflado sus neumáticos. Todo lo que hacía le costaba un esfuerzo sobrehumano.

Como de costumbre, se topó asiduamente con Gail, por lo que supo que seguía saliendo con Dan Lewison. Habían comido juntos varias veces y Gail dio a entender que llegaron a citarse en un hotel. India imaginó lo demás pero, como no quería saberlo, se abstuvo de hacer preguntas.

No comentó con Gail las hirientes palabras de Doug. Su amiga notó que estaba deprimida y supuso que se debía a que rechazó el reportaje en Corea.

India no telefoneó a Raúl López para darse de baja de la lista de colaboradores de la agencia. No estaba dispuesta a hacerlo. Lo único que deseaba era ir a Cape Cod e intentar olvidar lo sucedido. Pensaba que quizá se calmaría cuando estuvieran distanciados. Necesitaba recobrar fuerzas, reconsiderar las afirmaciones de su marido y recuperar los buenos sentimientos hacia él si es que pretendía pasar el resto de su vida a su lado. Era muy difícil volver a sentir lo mismo por un hombre que, básicamente, decía que no te amaba y que sólo eras una compañía conveniente. Con un mero comportamiento irrespetuoso ese hombre había restado importancia a la profesión a la que había renunciado por él, pese a lo significativa que había sido para ella. Cada vez que lo miraba India tenía la sensación de que ya no lo conocía. Por lo visto, Doug ni siquiera sospechaba el mal que ocasionaron sus palabras. Para él nada había cambiado. Cada día viajaba a la ciudad en el tren de las siete y cinco, regresaba a la hora de cenar, contaba a su esposa cómo había ido la jornada y se dedicaba a leer informes. Como India se mostraba cada vez menos deseosa de compartir la cama, Doug lo achacó a que estaba cansada u ocupada. No se le ocurrió que ya no le apetecía hacer el amor con él.

Al final, India experimentó un profundo alivio cuando partió de vacaciones con los niños. Preparó el equipaje en sólo tres horas. En Cape Cod vestían informalmente, casi siempre usaban pantalones cortos, tejanos y trajes de baño y al final del verano dejaban la ropa que habían llevado. Con los niños siempre se planteaba la necesidad de llevar cosas nuevas. A lo largo de la última semana había logrado evitar a Doug, quien debido a las reuniones que mantenía con clientes nuevos durmió dos noches en la ciudad.

La mañana de la partida Doug salió al jardín, los despidió con la mano y a punto estuvo de olvidarse de dar un beso de despedida a su esposa; la besó deprisa y casi por obligación. A India no le importó. Los niños y el perro estaban en la camioneta y el equipaje se encontraba en el maletero, que iba tan lleno que tuvieron que cerrarlo entre tres.

– ¡No te olvides de telefonear! – gritó Doug cuando se alejaban.

India asintió con la cabeza, sonrió y aceleró con la sensación de que acababa de despedirse de un desconocido. Doug le comentó que el primer fin de semana no podría ir a verlos, y la noche anterior le dijo que, probablemente, tampoco podría trasladarse el 4 de Julio, ya que se le acumulaba el trabajo con los nuevos clientes. Pensó que India se lo había tomado muy bien porque no protestó y se lo agradeció. No se percató de que hacía varias semanas, mejor dicho, desde la cena en Ma Petite Amie, que India estaba demasiado callada.