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Cuando India despertó notó que el día era muy soleado y que una suave brisa agitaba las cortinas de la ventana de su dormitorio. Se desperezó, se levantó, contempló el océano y divisó el velero más grande que había visto en su vida. Varias personas trajinaban en cubierta, en el palo mayor ondeaban diversas banderas, el casco era azul oscuro y la superestructura plateada. El conjunto ofrecía una vista espectacular y en el acto supo a quién pertenecía la embarcación. No hacía falta que los Parker telefoneasen. El velero se veía a kilómetros mientras navegaba majestuoso. Corrió a despertar a su hijo.

– ¡Venga, Sam! ¡Levántate! ¡Quiero mostrarte algo! ¡Ya ha llegado!

– ¿Qué dices?

El niño se levantó adormilado y siguió a su madre hasta la ventana.

Ella señaló el velero.

– ¡Caray, mamá! ¡Es fantástico! ¡Seguro que se trata del velero más grande del mundo! ¿Ya se va?

A Sam le aterraba perderse la posibilidad de subir a bordo.

– Está entrando en el club náutico.

Habían izado una vela balón de colores vivos y el espectáculo era increíble. El viento arreció y la embarcación avanzó con elegancia hacia el muelle. India corrió a su dormitorio y cogió la cámara. Salió con su hijo pequeño a la terraza y fotografió el velero. Se dijo que, en cuanto las revelase, regalaría las fotos a Dick Parker. El barco era maravilloso.

– ¿Por qué no llamamos a Dick? – preguntó Sam, a quien le costaba refrenar su entusiasmo.

– Deberíamos esperar un rato. Sólo son las ocho de la mañana.

– ¿Y si regresan a Nueva York antes de que podamos visitarlo?

– Cariño, acaban de llegar y Dick ha dicho que se quedarán una semana. No te perderás nada. ¿Qué te parece si antes de telefonear preparo unas crepes?

Fue lo único que se le ocurrió para ganar tiempo y Sam accedió de mala gana. A las ocho y media el niño ya no aguantaba más y suplicó a su madre que telefonease.

Contestó Jenny. India se disculpó por llamar tan temprano y le expuso la situación. Jenny rió al enterarse de la impaciencia de Sam.

– Si quieres que te diga la verdad, acaban de llamar desde el barco y nos han invitado a comer. Atracarán en el club náutico.

– Es precisamente lo que le dije a Sam. Me pareció que el velero navegaba en esa dirección.

Sam había salido a la terraza con los prismáticos, pero el velero ya había doblado el promontorio y no se divisaba.

– ¿Por qué no venís con nosotros? – propuso Jenny -. Estoy segura de que les da igual que seamos dos más. ¿Los otros también querrán venir? Llamaré a Paul, aunque sé que no le molestará.

– Lo consultaré y te llamaré de nuevo. Jenny, muchas gracias. Aunque no creo que Sam pueda resistir hasta mediodía. Quizá necesite que le administres un calmante.

– ¡Ya verás cuando Sam suba a bordo! – exclamó Jenny.

Cuando sus hijos mayores se levantaron, India les comunicó la llegada del velero y les preguntó si querían visitarlo. Habían hecho planes y estar con sus amigos les interesaba más que el barco.

– ¡No sabéis lo que os perdéis! – comentó Sam mientras sus hermanos desayunaban. India había preparado crepes para todos y, aunque Sam ya había comido, los acompañaba -. ¡Es el velero más grande del mundo! ¡Deberíais verlo!

– ¿Cómo lo sabes? – preguntó Jason sin inmutarse.

Los jóvenes Tilton habían recibido la visita de una prima de Nueva York, a la que Jason consideraba la chica más guapa del mundo. No había velero que le llegase a la suela de los zapatos, y no estaba dispuesto a desaprovechar la ocasión de pasar el día con ella.

– Mamá y yo lo vimos esta mañana. Es tan grande como… es tan grande como…

Sam se quedó sin palabras e India sonrió.

Aimee era la única que, como su padre, se mareaba, por lo que se negaba a navegar ni aunque la ataran en cubierta. Jessica ya había hecho planes más interesantes con los Boardman. Tres muchachos, uno de los cuales estudiaba el primer curso en Duke, y su mejor amiga la atraían mucho más que el mejor de los veleros.

– A Sam y a mí nos han invitado a comer a bordo – explicó India -. Tal vez nos inviten de nuevo y podréis venir. Recorreremos el barco de arriba abajo y haré muchas fotos.

Un velero de cincuenta metros de eslora era algo que no podía perderse por nada del mundo.

A mediodía madre e hijo cogieron las bicicletas y se dirigieron al club náutico. El niño estaba tan nervioso que le costaba mantener el equilibrio. En dos ocasiones estuvo a punto de caer e India le instó a que se serenase y le aseguró que el velero no zarparía sin ellos.

– Mamá, ¿crees que hoy navegaremos?

– No lo sé, aunque es posible. Supongo que es bastante trabajoso entrar y salir del puerto. Tal vez no quieran navegar. Al menos lo visitaremos.

– No te olvides de tomar muchas fotos – insistió Sam.

India rió. Era muy divertido ver tan feliz y emocionado a su hijo. Compartir esa experiencia con él era como verla a través de los ojos de un niño y estaba casi tan entusiasmada como Sam.

Llegaron sin dificultades al club náutico y pedalearon por el muelle sin apartar la mirada del velero. Era imposible pasar de largo, ya que sobresalía en un extremo del muelle y el palo mayor se elevaba tanto como un edificio de varios pisos. A primera vista parecía más grande que el club náutico. Varios veleros estaban fondeados, pero ninguno podía compararse con el que se encontraba al final del muelle.

India comprobó aliviada que los Parker habían llegado y los esperaban. Habría sido incómodo subir al velero rodeada de desconocidos, pero a Sam le habría dado lo mismo tener que avanzar entre piratas. Nada lo habría amedrentado. Corrió por la pasarela y se arrojó a los brazos de Dick Parker mientras su madre recogía las bicicletas. India vestía camiseta y pantalón corto blancos y se había recogido la melena en una coleta sujeta con una cinta blanca. Más que la madre parecía la hermana mayor de Sam. Vio a los Parker y sonrió.

Diversas personas se encontraban en cubierta, repantigadas en cómodos sillones y en dos sofás grandes y elegantes, forrados con lona azul. Marineros y tripulantes con pantalón corto azul marino y camiseta blanca trajinaban sin cesar. India contó como mínimo seis invitados, entre los que destacaba un individuo canoso, alto y de aspecto juvenil. Cuando se acercó vio que su cabello había sido del mismo tono que el suyo y que estaba salpicado de canas. De penetrantes ojos azules y apuestas facciones bien cinceladas, tenía hombros anchos y un cuerpo largo, delgado y atlético. Vestía pantalón corto blanco y camiseta roja. El hombre se acercó presuroso a Dick Parker. Cruzó su mirada con la de India y rápidamente se dirigió a Sam, sonrió y le tendió la mano.

– Seguro que eres Sam, el amigo de Dick. ¿Por qué has tardado tanto? Te estábamos esperando.

– Mi mamá pedalea muy despacio. Si voy muy rápido se cae de la bici – explicó el niño.

– Me alegro de que estéis aquí – declaró el anfitrión con gesto afable y miró a India con expresión risueña.

Paul experimentó una afinidad instantánea con Sam y quedó intrigado por su madre. Era una mujer atractiva, parecía inteligente y su expresión denotaba un carácter afable. Evidentemente se sentía orgullosa de su hijo y, al hablar con él, Paul llegó a la conclusión de que tenía sobrados motivos para estarlo. Sam era listo, educado, se interesaba por todo y hacía infinidad de preguntas sorprendentemente complejas. Incluso sabía que el yate era un queche, había calculado correctamente la altura del palo mayor basándose en la eslora y conocía los nombres de las velas. Era evidente que los veleros lo apasionaban, razón por la cual el anfitrión simpatizó aún más con él. Al cabo de cinco minutos Sam se sentía a sus anchas. Se hicieron amigos en un abrir y cerrar de ojos y Paul no tardó en llevarlo a la cabina de mando.