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– Y no hablemos de lo peligroso que sería para ti – observó Paul. Supuso que tampoco le gustaría que su esposa se jugase el pellejo por un reportaje. Los peores lugares donde Serena había estado eran el salón Polo del hotel Beverly Hills y el despacho neoyorquino de su editorial. En toda su vida, nunca había corrido peligro alguno -. India, tendrás que buscar un término medio. No puedes privarte eternamente de algo que necesitas como el aire que respiras. Te hace falta, como a todos. Por eso yo no me jubilo. Mal que me pese, hasta cierto punto ostentar poder alimenta mi orgullo.

A India le agradó que Paul lo reconociese. De algún modo lo volvía vulnerable, palabra que muy pocos habrían utilizado para describirlo. India percibió claramente su accesibilidad al oírle contar lo que sentía por su esposa, en la manera de hablarle, en las cosas que compartían e incluso en su actitud con Sam. El magnate poseía mucho valor moral, sinceridad y ternura oculta. Le caía francamente bien, parecía un hombre apasionante.

Se levantaron de la mesa a las tres y media. Paul se ofreció a salir con Sam en el pequeño bote de vela que llevaban a bordo y enseñarle a navegar. El niño no cabía en sí de gozo. Paul le puso un chaleco salvavidas y pidió a los marineros que arriasen el bote. Descendieron por la escala y al cabo de unos minutos India los vio alejarse. Le preocupaba que pudiesen zozobrar, pero los amigos y la tripulación aseguraron que Paul era responsable y un excelente nadador. Le bastó ver la cara de su hijo para darse cuenta de que era feliz.

India vio que Sam reía y miraba a Paul. Desenfundó la cámara y con ayuda del teleobjetivo realizó una serie de tomas magníficas. Divisaba claramente los rostros y tuvo que reconocer que era difícil ver expresiones más dichosas que la de su hijo y la de su nuevo amigo.

Eran más de las cinco cuando, a regañadientes, Paul y Sam retornaron al Sea Star. Sam subió a bordo y exclamó sonriente:

– ¡Caray, mamá, ha sido fabuloso! ¡Fantástico! ¡Paul me enseñó a gobernar el bote!

Sam estaba feliz y Paul parecía contento. Era evidente que en el bote habían profundizado aún más su incipiente amistad.

– Lo sé. Cariño, os he visto y he hecho muchas fotos – dijo ella mientras Paul la miraba y sonreía.

Sam fue a buscar refrescos. Gracias a la hospitalidad de Paul se sentía a sus anchas en el velero y sabía que serían amigos para toda la vida. India tuvo la certeza de que su benjamín nunca olvidaría ese día.

– Es un niño genial. Debes de estar muy orgullosa de él. Es un chico listo, cortés, íntegro y con gran sentido del humor. Igual que su madre.

Paul tenía la sensación de que, al intimar con Sam, también conocía mejor a su madre. El pequeño actuaba como una especie de puente entre ambos.

– ¿Averiguaste tantas cosas en la hora que pasaste en un bote del tamaño de una bañera? – repuso India con tono burlón, aunque estaba emocionada por lo que Paul había dicho de su hijo.

– Es el mejor lugar para percibirlo. La navegación enseña muchas cosas sobre las personas, especialmente en un bote tan pequeño. Sam se mostró muy inteligente, sensato y cuidadoso. No tienes que preocuparte por él.

– De todos modos, me preocupo. – Sonrió y miró a Paul con confianza -. Forma parte de mis obligaciones. No cumpliría mi parte del pacto si no me ocupase de él.

– Es un navegante nato – declaró Paul.

– Como tú – repuso India sin ambages -. No dejé de observarte.

– Me gustaría ver las fotos.

– Las revelaré y mañana te las traeré.

– De acuerdo.

Sam se acercó a la carrera con dos latas de coca-cola, entregó una a Paul y sonrió a su madre. De momento, aquél venía siendo el mejor día de su vida.

Tomaron sus refrescos. Estaban cansados y sedientos, pero muy contentos. Al aumentar la brisa, a Paul le había costado gobernar el bote. No era fácil distinguir quién había disfrutado más.

Dirigieron sus miradas al bar, donde algunos invitados jugaban a los dados. Otros tomaban el sol, un par leía y alguien dormía. Había sido una tarde tranquila e India lo había pasado muy bien, pero ya era hora de irse y volver a casa. El niño se mostró alicaído.

– Sam, mañana volverás – recordó Paul -. Si te apetece venir temprano, adelante. Haremos varias cosas antes de zarpar.

– ¿A qué hora puedo venir, Paul? – preguntó Sam esperanzado.

Paul e India vieron su expresión y rieron.

– ¿A las nueve te parece demasiado tarde? – El magnate pensó que el niño estaba dispuesto a presentarse a las cinco de la madrugada -. No, mejor a las ocho y media. – Miró a India -. ¿Estás de acuerdo?

– Muy bien. Antes de salir de casa prepararé la comida y organizaré a los demás. Son bastante autosuficientes. Además, pasan todo el día con sus amigos y no creo que nos echen en falta.

– Si quieres, tráelos. Mis invitados no pasarán el día en el velero. Sólo estaremos Sam, tú y yo. Hay sitio de sobra para tus hijos si quieren venir.

– Lo consultaré. – Era una pena perderse semejante oportunidad, pero India tuvo la certeza de que a sus hijos no les atraería la invitación. Querían pasar hasta el último segundo con sus amigos y Sam era el único al que le gustaba navegar -. De todos modos, gracias por la invitación y por tu hospitalidad.

India estrechó la mano de Paul y sus miradas se encontraron. Ella percibió algo y no supo si era admiración, curiosidad, amistad… Algo eléctrico e inefable recorrió su interior y el momento pasó.

Madre e hijo montaron en las bicicletas mientras los invitados y los tripulantes los despedían con la mano. Súbitamente, la fotógrafa tuvo la sensación de que abandonaba su hogar o que las vacaciones más mágicas de su vida tocaban a su fin. Al igual que Sam, mientras pedaleaban sólo deseaba dar media vuelta y regresar al Sea Star.

Había sido una jornada perfecta y sólo pensaba en Paul mientras pedaleaba detrás de su hijo y hacía esfuerzos por no caerse de la bicicleta. El hombre que había conocido poseía unas cualidades muy peculiares y profundas, y estaba convencida de que tenía más fondo del que había percibido. No por nada lo llamaban el León de Wall Street. Sin duda, tenía un lado duro, tal vez implacable, aunque India había tratado con un hombre muy delicado y afectuoso. Tuvo la certeza de que Sam y ella jamás olvidarían aquel día.

6

Los chicos estaban en casa cuando Sam e India llegaron. Todos lo habían pasado bien y se alegraron de verlos. Sam contó cosas acerca de Paul, del velero y de las aventuras en el bote. Sus hermanos lo escucharon con cariño, aunque con poco interés. Para Sam los barcos eran lo que los aviones o los tanques para otros críos. A sus hermanos les traían sin cuidado. Mientras hablaban India fue a la cocina para ocuparse de la cena.

Preparó pasta, ensalada, pan de ajo y metió en el horno pizzas congeladas. Sospechaba que se sumarían varias bocas más a la cena y no se equivocó. A las siete se sentaron a la mesa y en ese momento se presentaron cuatro chicos, dos amigos de Jason y dos de Aimee. Era típico del estilo de vida estival. La actividad era informal y relajada y a India no le preocupaba que los niños invadiesen la casa. Formaba parte de la vida en la playa, era lo que cabía esperar y le gustaba.

Cuando terminaron de cenar Jessica la ayudó a recoger la mesa mientras los demás jugaban. Doug telefoneó justo cuando pusieron el lavavajillas en marcha. Sam le contó a su padre las aventuras vividas en el Sea Star. Describió la embarcación como si fuese el transatlántico más grande del mundo y precisó con todo lujo de detalles la complejidad de las velas y el programa informático para izarlas y arriarlas. Era evidente que Sam había aprendido muchas cosas y había prestado mucha atención a lo que Paul le explicaba.