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– ¿Se te ha ocurrido que si hubiera seguido con mi trabajo tal vez ahora tendría un Pulitzer?

India lo miró a los ojos. Francamente, no se consideraba merecedora de un Pulitzer, pero la posibilidad existía. Había dejado huella en su profesión antes de consagrarse a la tarea de esposa y madre.

– ¿Eso piensas? – repuso Doug, sorprendido -. ¿Te arrepientes de haberlo dejado? ¿Eso intentas decir?

– No, no he dicho eso. Jamás me he arrepentido, pero tampoco lo considero un juego. Hice seriamente mi trabajo y fui muy buena… todavía lo soy… – Miró a su marido y se percató de que no la entendía. Doug se las había ingeniado para que pareciese un juego, una diversión a la que se había dedicado antes de centrarse en la vida real. Aunque era cierto que lo había pasado bien, varias veces se había jugado el pellejo para conseguir fotos extraordinarias -. Doug, menosprecias mi trabajo. ¿No eres consciente de lo que dices?

Para ella era fundamental que Doug la entendiera. Si la comprendía, las opiniones de Gail no tendrían fundamento. Pero si su esposo consideraba que aquello a lo que había renunciado carecía de importancia, ¿qué le quedaría? Hasta cierto punto se sintió una nulidad.

– Me parece que estás demasiado sensible y que exageras. Sólo he dicho que trabajar como reportera gráfica no es lo mismo que estar en una empresa. No es tan serio ni requiere la misma disciplina y capacidad de evaluación.

– Claro que no, es mucho más difícil. Si realizas la clase de tarea a la que mi padre y yo nos dedicamos te juegas la vida. Si no estás atento y alerta vuelas por los aires, te matan. Es mucho más duro que trabajar en un despacho y menear papeles.

– ¿Pretendes decirme que por mí renunciaste a la panacea de tu vida? – preguntó molesto y sorprendido. Se levantó, cruzó el dormitorio y abrió la lata de coca-cola que India le había llevado -. ¿Quieres que me sienta culpable?

– No, pero merezco que mis logros sean reconocidos. Abandoné una profesión muy respetable para venirme a este barrio residencial y cuidar de nuestros hijos. Hablas como si para mí el trabajo hubiera sido un juego y me hubiese dado lo mismo abandonarlo. Te aseguro que representó un gran sacrificio.

India lo observó beber el refresco. Doug acababa de abrir la caja de Pandora, y lo que vio no le gustó nada: su marido no tenía en cuenta su labor hasta la fecha y a lo que había renunciado.

– ¿Te arrepientes de haber hecho un sacrificio tan grande? – preguntó él y depositó la lata en la mesa auxiliar.

– No, claro que no, pero creo que tendrías que reconocerlo. No puedes descartarlo sin más.

Doug lo había minimizado y por eso India estaba tan afectada.

– De acuerdo, lo reconozco. ¿Damos por zanjada la cuestión? ¿Nos relajamos? He tenido un día muy duro en el despacho.

Pero su tono la irritó todavía más, ya que daba a entender que era más importante que ella.

Doug recogió los papeles y se empeñó en ignorarla mientras India lo miraba incrédula. Le costaba aceptar lo que su marido había dicho. No sólo había menospreciado su trabajo, sino el de su padre. Sus comentarios la habían herido. Doug jamás había mostrado tamaña falta de respeto, razón por la cual las opiniones de Gail no sólo se volvieron reales, sino válidas.

India no volvió a dirigirle la palabra hasta que se acostaron. Permaneció largo rato en la ducha y reflexionó. Doug había herido sus sentimientos. Al acostarse no hizo el menor comentario. India estaba segura de que su marido se disculparía. Solía reparar en estas cuestiones y pedirle disculpas.

Pero en esta ocasión no abrió la boca. Apagó la luz, le volvió la espalda y se durmió como si no pasara nada. India no le dio las buenas noches y estuvo despierta hasta muy tarde, meditando acerca de los comentarios de Gail y las palabras de su marido mientras yacía a su lado y lo oía roncar.

2

Como de costumbre, la mañana siguiente fue caótica e India tuvo que llevar a Jessica al instituto porque se retrasó. Doug no hizo el menor recordatorio sobre la charla de la víspera y se fue antes de que India pudiese despedirlo.

De regreso en casa India se puso a limpiar la cocina y se preguntó si su marido estaba arrepentido. Seguramente por la noche se disculparía. No era propio de él guardar silencio. Tal vez el día anterior había sido extenuante en el despacho o estaba de mal humor y quería provocarla. Doug se había expresado con gran calma, mostrando muy poca consideración por lo que ella había hecho antes de casarse. Él nunca se había comportado de un modo tan insensible y descaradamente explícito. El teléfono sonó cuando terminaba de colocar los platos en el lavavajillas y pensaba dirigirse al cuarto oscuro para revelar las fotos del partido. Había prometido al capitán del equipo que se las entregaría enseguida.

Respondió al cuarto timbrazo y supuso que era Doug para disculparse. Esa noche cenarían en un elegante restaurante francés y la velada resultaría más gozosa si, como mínimo, Doug reconocía su error al hacerla sentir tan poca cosa.

– ¿Sí?

India sonrió con la certeza de que era su esposo, pero no oyó la voz de Doug, sino la de su representante, Raúl López. Era muy conocido en el campo de la fotografía y el periodismo gráfico y estaba en la cresta de la ola. La misma agencia, aunque no Raúl personalmente, había representado a su padre.

– ¿Cómo está la progenitora del año? ¿Sigue haciendo fotos de los niños sentados en el regazo de Papá Noel y se las regala a las madres?

Las Navidades anteriores, India colaboró desinteresadamente con un refugio infantil y había realizado esa tarea, pero a Raúl no le había sentado demasiado bien. Hacía años que insistía en que India desaprovechaba su talento. Cada dos años realizaba para la agencia algún reportaje que convencía a Raúl de que algún día la fotógrafa retornaría al mundo real. Tres años antes había llevado a cabo un magnífico reportaje sobre los abusos a menores en Harlem. Lo realizó mientras sus hijos estaban en la escuela y no se había saltado ni un solo día para recogerlos en coche. Aunque no estuvo de acuerdo, Doug le permitió hacerlo. Durante semanas India habló con su marido de las condiciones de vida de esos niños. Al igual que antes de casarse, fue galardonada por el reportaje.

– Muy bien. ¿Y tú, Raúl?

– Agobiado de trabajo. Estoy cansado de intentar que los artistas que represento sean razonables. ¿Por qué a las personas creativas os cuesta tanto tomar decisiones inteligentes?

Raúl había empezado la mañana con mal pie. India rogó que no le pidiera que hiciese una locura. Pese a las limitaciones que había impuesto a medida que pasaban los años, ocasionalmente Raúl todavía le solicitaba algo imposible. El representante también estaba alterado porque a comienzos de abril había perdido a uno de sus mejores clientes, un hombre simpatiquísimo y gran amigo, en la corta guerra santa librada en Irán.

– ¿Qué estás haciendo? – preguntó Raúl e intentó mostrarse más amable.

Cuando tenía carta blanca Raúl era genial para emparejar el fotógrafo con el reportaje adecuado.

– La verdad, estaba cargando el lavavajillas. ¿Encaja con la imagen que tienes de mí? – India rió.

Él se lamentó.

– Desgraciadamente encaja a la perfección. ¿Cuándo crecerán tus hijos? El mundo no esperará una eternidad.

– Pues tendrá que esperar.

Ella no sabía si, una vez crecieran sus hijos, Doug estaría dispuesto a que aceptase encargos. De momento lo que quería era ocuparse de su familia y su hogar. Lo había repetido tantas veces que Raúl casi la creía, aunque nunca se daba totalmente por vencido. Todavía abrigaba la esperanza de que un día ella abriría los ojos y dejaría Westport deprisa y corriendo.