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Volaron en un viejo avión militar propiedad de Paul y sus amigos. India se sentó detrás de los pilotos y empezó a disparar la cámara. Las manadas de rinocerontes se desplazaban por las colinas y las plantaciones de plátanos parecían interminables. Estaba muy concentrada en lo que hacía y le habría gustado asomarse para obtener mejores tomas. Paul voló bajo sin necesidad de que su amiga se lo pidiera e India supo que lo hacía por ella. También se percató de que el magnate seguía la ruta más larga porque permitía hacer mejores fotos y cuando aterrizaron en Bujumbura se lo agradeció.

El mercado estaba en pleno ajetreo y tomó imágenes maravillosas que no se relacionaban con el artículo. Eran para su archivo personal y cabía la posibilidad de que pudiera venderlas. No pensaba perderse nada. Fotografió todo lo que vio. Cuando Paul y Randy recogieron las provisiones los inmortalizó cargando el avión con la ayuda de varios hutus ataviados con la vestimenta tradicional.

Antes de emprender el regreso se sentaron en el borde de la pista y comieron la fruta comprada en el mercado. De vez en cuando un armadillo pasaba lentamente. India cogía la cámara y lo fotografiaba.

– Esto es increíble, ¿no? – comentó Randy sonriente.

Era un hombre apuesto y, más que director, parecía una estrella cinematográfica. Por fortuna no tenía nada de arrogante y a India le caía muy bien. Casualmente había leído su reportaje sobre los abusos a menores en Harlem y el de la red de prostitución infantil en Londres.

Randy lo comentó y ella recordó las llamadas que por aquel entonces le hacía a Paul. Al evocarlas se le partía el corazón.

– Haces un trabajo excelente – la felicitó Randy.

– Tú también. Me refiero a la labor que realizas aquí.

India sonrió. Paul apenas le había dirigido la palabra, pero la había invitado a volar. Se trataba de una experiencia fascinante.

En cuanto terminaron de comer emprendieron el regreso al campamento. El vuelo era corto. India se repantigó en el asiento y se dedicó a mirar hacia abajo. Paul iba delante de ella, pilotaba el avión y no abrió la boca. Estaba dolorosamente callado.

Cuando aterrizaron India le agradeció el paseo y ayudó a descargar las provisiones hasta que aparecieron varios colaboradores. Paul y ella subieron al camión y Randy condujo el jeep hasta el campamento.

El magnate no había dejado de observarla. Señaló la cicatriz del accidente y preguntó:

– ¿Te duele?

Paul no terminaba de entenderlo. La cicatriz se veía cada vez menos, pero si observaba con atención comprobaba que aún no había cerrado del todo.

– No. A veces me pica. No está totalmente curada. Dijeron que tardaría mucho tiempo en desaparecer y supongo que al final no se verá. Pero no me importa.

Se encogió de hombros e interiormente volvió a darle las gracias al cirujano plástico que la había atendido. De no ser por él, la cicatriz tendría un aspecto mucho peor.

Paul deseaba disculparse por enésima vez, pero no le pareció correcto. Ambos se habían pedido perdón demasiadas veces, pero eso no cambiaba lo ocurrido, lo que Paul hizo y sus sentimientos.

Fueron andando hasta el campamento e India pensaba darse una ducha cuando una de las enfermeras se asomó por la ventana del hospital de campaña y la llamó.

– Cuando te fuiste recibimos un mensaje por radio. – Vaciló una fracción de segundo y a India se le paró el corazón -. Tu hijo tuvo un accidente en la escuela y se fracturó un hueso. No sé qué se rompió. Se oía muy mal y al final la comunicación se cortó.

– ¿Sabes quién ha llamado? – preguntó India angustiada.

Por lo que sabía, el mensaje podía ser de Doug, de Gail, de la canguro o de Tanya. Incluso podía haber llamado el médico, si es que alguien le había dado el número.

– No tengo ni idea.

La joven enfermera meneó la cabeza.

A India se le ocurrió una posibilidad de averiguar algo más e inquirió:

– ¿A qué hijo se refería?

– Tampoco lo sé. Se oía muy mal y había mucha estática. Si mal no recuerdo, dijo que el herido era tu hijo Cam.

– ¡Muchísimas gracias!

El accidentado era Sam y se había fracturado un hueso, pero India desconocía la gravedad de la herida. Estaba muy preocupada y se sintió culpable. Paul seguía a su lado y había escuchado el diálogo con la enfermera. Lo miró con expresión asustada. El se derritió por ella y se conmovió por el niño con el que había navegado en el Sea Star.

– ¿Puedo llamar a casa desde aquí?

La fotógrafa supuso que Paul lo sabría pues llevaba más tiempo en Ruanda.

– Puedes comunicarte por radio, que es como se han puesto en contacto contigo, pero es muy difícil entender lo que dicen. Hace semanas que yo ya no lo intento. Supongo que si ocurre algo importante ya me encontrarán. Si no hay otra alternativa contactarán con la Cruz Roja de Cyangugu. Está a dos horas de coche y dispone de línea telefónica.

India decidió jugárselo a cara o cruz.

– ¿Me llevarás? – preguntó con voz temblorosa.

Paul asintió sin vacilar. Era lo único que podía hacer pues India necesitaba averiguar lo sucedido con Sam.

– Por supuesto. Avisaré que nos llevamos el jeep y volveré en un minuto.

Paul tardó muy poco y subieron al jeep. Pusieron rumbo a Cyangugu cinco minutos después de que India recibiera la noticia del accidente de Sam. Guardaron silencio hasta que Paul intentó tranquilizarla.

– Probablemente no es grave – aseguró, e intentó mostrarse más tranquilo de lo que realmente estaba.

– Espero que tengas razón – replicó ella, tensa. Contempló el paisaje y de repente añadió con voz quebrada y agobiada por la culpa y el miedo -: Tal vez Doug está en lo cierto. Quizá no tengo derecho a hacer lo que hago. Estoy en las antípodas y, si a mis hijos les pasa algo, con suerte tardaré dos días en volver a casa. Ni siquiera pueden telefonearme. Creo que en este momento estoy en deuda con ellos.

– India, están con su padre – precisó el magnate -. Aunque sea grave Doug podrá afrontarlo hasta tu regreso. – Tanto para distraerla como por curiosidad, preguntó -: ¿Qué pasa con su novia? ¿Va en serio?

– Supongo que sí. Tanya y sus dos hijos se han ido a vivir con él. Los míos los detestan y creen que Tanya es tonta.

– Probablemente detestarían a cualquiera que en este momento apareciese en escena, tanto en la vida de Doug como en la tuya.

Paul se acordó de la cena en casa de India. En aquel momento le había parecido divertido, pero al recapacitar comprendió que los cuatro hijos de India lo odiaban y siempre lo odiarían. De hecho, todos habían sido amables menos Jessica, pero prefirió olvidarlo. Las palabras de Sean no habían caído en saco roto. Lo había aterrorizado la posibilidad de enredarse en criar cuatro chicos que, según Sean, probablemente acabarían entre rejas o víctimas de la droga, así como el hecho de que India pudiese quedar embarazada. En aquel momento el pánico lo había embargado. Solo pensó en Sam y lo recordó en la cabina, a su lado, mientras lo ayudaba a pilotar el Sea Star, y más tarde tumbado en un sofá, durmiendo con la cabeza en el regazo de su madre, mientras India le acariciaba el cabello y hablaba de su matrimonio. Ahora estaban en África y Sam había tenido un accidente. El deseo de llegar a la Cruz Roja de Cyangugu y telefonear, los sumía en la desesperación.

Después de esperar a que un rebaño de vacas cruzara la carretera, de retirar un caballo muerto y de que un grupo de soldados tutsis los autorizara a pasar un puesto de control, al cabo de tres horas llegaron a Cyangugu por caminos llenos de baches y erosionados a causa de las lluvias. La Cruz Roja estaba a punto de cerrar.