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India saltó del jeep antes de que Paul parara, se dirigió a la mujer que echaba el cerrojo a la puerta y le explicó la situación. La voluntaria asintió con la cabeza. La fotógrafa se ofreció a pagar lo que fuese.

– Tal vez no consigas hablar a la primera. A veces las líneas se colapsan y hay que esperar horas. De todos modos, inténtalo.

India levantó el auricular con mano temblorosa. Paul la observó con seriedad y guardó silencio. La voluntaria se dirigió al despacho y cogió varios papeles. Había sido muy amable con India y no tenía prisa. Por suerte las líneas no estaban colapsadas.

A la fotógrafa le pareció milagroso que el teléfono sonara en Westport. Como no sabía dónde recabar información, decidió que lo más directo era llamar a su casa. Doug respondió al segundo timbrazo. Al oír esa voz conocida India tuvo que esforzarse para contener el llanto y reprimió otro ataque de pánico por su benjamín.

– Hola, soy yo. ¿Cómo está Sam? ¿Qué ha pasado?

– Estaba jugando al béisbol en la escuela y se rompió la muñeca – respondió Doug sin inmutarse.

– ¿La muñeca? – India se quedó desconcertada -. ¿Eso es todo?

– ¿Esperabas que fuese algo más grave?

– Claro que no. Pensé que era grave porque enviaste un mensaje. No sabía qué había pasado. Supuse que había sufrido un terrible accidente, que se había fracturado el cráneo y estaba en coma.

Paul la observaba con atención.

– Pues yo creo que lo ocurrido es lo suficientemente grave – declaró Doug pomposamente -. Le duele mucho. Tanya no ha dejado de cuidarlo. Durante el resto del curso no podrá formar parte del equipo.

– Dile que le quiero y da las gracias a Tanya de mi parte.

Pensaba pedirle hablar con Sam, pero notó que Doug quería decirle algo más y que estaba muy descontento.

– Tanya se merece una medalla. Al fin y al cabo, Sam no es su hijo, pero se está portando de maravilla. Si estuvieras donde tienes que estar y lo cuidaras no tendríamos que asumir tus responsabilidades.

Era el mismo Doug de siempre, la misma historia de siempre, la misma culpa de siempre. Pero esta vez no la afectó como en el pasado. En el último año había madurado y Doug ya no la dominaba. Había dejado de sentirs culpable, salvo cuando surgía un imprevisto como el accidente de Sam. De haber sido grave no se habría perdonado a sí misma. Agradeció a Dios que no le hubiera pasado nada serio al niño.

– Doug, también son tus hijos. – Le devolvió limpiamen la pelota -. Míralo de esta manera: gracias a mí pasas tres semanas seguidas con ellos.

– Me sorprende que te desentiendas tan a la ligera – repuso él fríamente.

India se enfadó. Paul no dejaba de observarla.

– He viajado tres horas para hablar por teléfono y me esperan otras tres de regreso al campamento. Yo no diría que me desentiendo de las cosas. – Estaba harta de Doug. Además, ocupaba la línea de la Cruz Roja e impedía que la voluntaria se fuera a casa sin que existiese motivo que lo justificara. A Sam no le había pasado nada grave -. Quiero hablar con mi hijo.

– Está durmiendo. Pasó la noche en vela a causa del dolor y Tanya le administró un sedante.

Se le revolvió el estómago al pensar que Sam estaba herido, sobre todo porque no podía estar a su lado.

– Cuando despierte dile que le quiero muchísimo – dijo con lágrimas en los ojos.

De pronto no sólo añoraba a Sam, sino a los otros. Había seis horas de diferencia y sabía que el resto de sus hijos estaban en clase, por lo que no podía hablar con ellos.

– Dicho sea de paso, supuse que llamarías ayer, que es cuando se accidentó.

Por si hacía falta, Doug le lanzaba un último dardo envenenado.

Su tono la enfureció tanto que la angustia pasó a segundo plano.

– Recibí tu mensaje hace tres horas. Antes de irme te expliqué que las comunicaciones son muy malas. Dile a Sam que cuando regrese le firmaré la escayola.

Había decidido ignorar las sarcásticas acusaciones de su ex marido.

– La próxima vez procura no tardar tanto – apostilló Doug con tono desagradable.

Lo habría mandado a freír espárragos. India colgó, suspiró y dijo a Pauclass="underline"

– Sam está bien, se ha roto la muñeca. Aunque podría haber sido peor.

– Ya.

Paul estaba muy serio e India pensó que se había enfadado por haberle pedido que la llevase a Cyangugu. No se lo reprochaba. Como de costumbre, Doug se había portado como un cerdo.

– Lamento haberte pedido que me trajeras por nada.

Lo miró, incómoda y a la vez aliviada. A pesar de todos los inconvenientes se alegraba de que Paul la hubiese acompañado.

– Sigue siendo un energúmeno, ¿no?

Paul podía imaginar las tonterías que Doug había dicho.

– Lo es y siempre lo será. Así son las cosas. Pero ha dejado de ser mi problema; ahora es Tanya la que carga con él. Doug no desaprovecha ninguna ocasión para propinar golpes bajos.

– Llegué a odiarlo – reconoció Paul.

Ya no le molestaba como antes o, mejor dicho, de momento no lo afectaba porque había adoptado cierto distanciamiento. Compadeció a India por tener que aguantar a su ex marido. Estaba impresionado por la manera en que ella había manejado la situación. Doug ya no conseguía atormentarla ni hacerla sentir culpable. Sus juegos perversos solo ponían de manifiesto su propia estupidez.

– Y yo llegué a amarlo. – India sonrió -. Me parece que todavía sé muy poco de la vida.

Luego dio las gracias a la voluntaria de Cruz Roja y pagó la llamada.

Emprendieron el regreso. Tardaron más que a la ida y llegaron al campamento a las nueve de la noche. No habían comido en todo el día y estaban famélicos.

– Te llevaría a La Grenouille, pero la caminata es muy larga – bromeó Paul, y sonrió compungido cuando entraron en la cocina y descubrieron que los armarios estaban cerrados a cal y canto.

– No padezcas. Me basta con una rana – ironizó India divertida, y estaba tan hambrienta que se la habría comido.

– A ver qué puedo cazar.

Paul parecía exhausto cuando abandonaron la cocina. La jornada había sido agotadora: había pilotado el avión para recoger las provisiones y conducido muchas horas para enterarse de que Sam se había roto la muñeca jugando a béisbol.

– Lamento haberte cansado tantas molestias – repitió India.

Durante el regreso se había disculpado varias veces y no podía dejar de hacerlo.

– Yo también estaba preocupado – reconoció él cuando se detuvieron en un claro en medio del campamento.

Se plantearon cómo se las apañarían para cenar. Estaban a muchos kilómetros de la civilización. A India se le ocurrió una idea y miró a Paul con expresión traviesa.

– Seguro que en el hospital hay comida para los enfermos – comentó -. Podemos birlar algo.

– Venga, intentémoslo – aceptó él sonriente.

En el hospital encontraron varios cajones con galletas, una caja de pomelos, varios paquetes de cereales que parecían en buenas condiciones, seis enormes botellas de leche y una bandeja de gelatina de fresa. Había muchas cajas enviadas por una congregación religiosa de Denver.

– Vaya, Escarlata… creo que podremos cenar.

Paul imitó a Rhett Butler y partió dos pomelos mientras India echaba copos de trigo en un cuenco, añadía leche y servía dos raciones de gelatina. Estaban tan hambrientos, que les pareció delicioso. Incluso se hubieran zampado los copos de trigo a palo seco. No habían probado bocado desde el tentempié en la pista de Cyangugu.

– ¿Galletas dulces rancias, o saladas mohosas? – ofreció india.

– El menú es tan bueno que no sé qué elegir – replicó Paul y señaló las rancias.

Comieron hasta saciarse. Ya relajados, hablaron de los hijos de India y Paul le contó la conversación que hacía dos meses había sostenido con Sean. Al narrarla rió a mandíbula batiente.