Выбрать главу

– Habrías superado las pesadillas, todos lo hacemos – musitó India.

Paul negó con la cabeza, la miró y recordó dolorosamente las razones por las que la había amado: era una mujer delicada, muy cariñosa y preciosa.

– Sé que jamás me sobrepondré a la muerte de Serena.

– Porque no quieres.

La afirmación era muy dura, pero India se expresó delicadamente.

– Supongo que tienes razón.

La fotógrafa sospechaba que en vida Serena le había parecido bastante menos perfecta, pero no se atrevió a expresarlo. Los recuerdos de su difunta esposa estaban teñidos de rosa y salpicados por la magia del tiempo, la pérdida y la distancia. En carne y hueso Serena había sido de trato difícil e India estaba convencida de que, en lo más recóndito de su alma, Paul lo sabía.

– Paul, puesto que lo has mencionado, no permitas que Sean se inmiscuya en tu vida. No tiene derecho. Tiene su vida y su familia, no se ocupará de ti, no te cogerá la mano ni te hará reír y no se inquietará si padeces pesadillas. Me parece que está celoso y quiere tenerte sólo para él. Lo digo por tu propio bien: no se lo permitas.

– He pensado mucho en ello. Los hijos son egoístas a cualquier edad, al menos en lo que a los padres se refiere. Esperan que des, des y sigas dando y quieren contar contigo cuando te necesitan, te venga bien o no. Cuando te hace falta un mínimo de comprensión de su parte te vuelven la espalda y te advierten que no tienes derecho a pedirla. Dios no lo quiera, pero si mi nuera muriese y yo le dijera a Sean que debe pasar solo el resto de su vida, pensaría que me he vuelto loco.

Ambos sabían que ese comentario era cierto. Los hijos pueden ser egoístas y poco cuidadosos con sus padres a cualquier edad. A veces las cosas son así, como en el caso de Paul, aunque no siempre ocurre lo mismo.

– Me figuré que le molestaría nuestra relación y me pregunté cómo lo manejarías.

– India, la verdad es que lo manejé muy mal, como todo lo demás. La fastidié por completo.

Cada vez que veía aquella cicatriz y recordaba cómo habían terminado, Paul era consciente de lo mal que había actuado.

– Tal vez no estabas preparado. Había pasado muy poco tiempo desde…

Solo habían transcurrido seis meses desde la muerte de Serena, lo cual no era un período muy largo.

El magnate meneó la cabeza.

– No estaba preparado y ahora sé que nunca lo estaré. – La miró apenado. Lo habían pasado muy mal y finalmente habían perdido la batalla. Al menos él estaba vencido -. Mi querida amiga, espero que encuentres al hombre que por ti sea capaz de atravesar un huracán. Te lo mereces más que nadie.

Paul hablaba en serio. A esas alturas sólo deseaba que India encontrase el amor y se liberara del dolor que él le había causado.

– Yo también – reconoció apenada.

Pero, ¿dónde y cuándo? Le pareció que, si ocurría, le llevaría mucho tiempo. Aún tenía que liberarse de muchas cosas. A Paul le pasaba lo mismo. Afortunadamente ahora podían charlar y compartir una velada amistosa.

– Tienes que estar lista cuando ese hombre llegue – aconsejó él -. No te ocultes bajo las mantas con los ojos cerrados ni en un lugar perdido como este. Esa no es manera de encontrar a la persona que necesitas. Y para eso tienes que salir al mundo.

Pero ella no estaba dispuesta a exponerse.

– Tal vez me encuentre él a mí.

– No te hagas muchas ilusiones. Requiere un pequeño esfuerzo de tu parte. Al menos tienes que mostrarle el camino. No es fácil atravesar un huracán, hay que lidiar con los vientos, el mal tiempo y un montón de situaciones peligrosas. India, si quieres que se acerque tienes que resistir y hacerle señas para que encuentre el camino.

Sonrieron y en silencio se desearon la felicidad, fuera cual fuese la que cada uno deseaba.

Era casi medianoche. Paul se levantó y recogieron los restos de la cena. Habían abordado muchos temas importantes y lo habían pasado bien juntos.

– Me alegro de que lo de Sam no sea nada – dijo Paul mientras India guardaba la caja de cereales y asentía con la cabeza. De pronto el magnate rió entre dientes -. Por cierto, cuando encuentres al hombre dispuesto a cruzar un huracán por ti esconde a tus hijos. De lo contrario podría echarse atrás. Por fabulosa que sea, una mujer con cuatro hijos impone respeto.

India no le creyó. Era cierto que sus hijos lo habían acobardado, pero no ocurriría lo mismo con todo el mundo.

– Paul, mis hijos son encantadores – dijo -. El hombre adecuado me querrá con ellos. No es una desventaja. Además, a medida que pase el tiempo crecerán.

Cuando Paul rompió la relación, India se había sentido, como mercancía defectuosa, como si no fuera lo suficientemente buena. No estaba a la altura de Serena y tenía muchos hijos. Individualmente, sus críos eran muy agradables, tanto como ella. Al recordar algunos comentarios de Paul, la fotógrafa intuyó que poseía cualidades a cuya altura Serena jamás habría estado y la idea la reconfortó.

Paul la acompañó a la tienda. La cena había sido muy agradable y representaba un momento crucial, la despedida de lo que habían compartido y la bienvenida a la amistad renovada. Conservaban elementos positivos, se habían desprendido de los negativos y descubierto nuevas facetas.

– Hasta mañana – se despidió él -. Que descanses. – El día había sido muy largo y estaban agotados. Paul la miró, sonrió y añadió algo que la conmovió hasta la médula -: Me alegro de que estés aquí.

– Yo también – admitió ella.

Se despidió con un ademán y entró en la tienda.

Se alegraba de que sus caminos hubieran vuelto a cruzarse. Tal vez era el destino. Desde el primer encuentro habían recorrido un largo itinerario por carreteras peligrosas y terreno accidentado. Por fin veía que el sol asomaba tras las montañas. A Paul aún le quedaba mucho trecho por recorrer, y ella abrigó el deseo de que, por su bien, algún día llegara a la meta.

26

Las dos semanas siguientes pasaron volando, aunque India echó de menos a sus hijos. Acompañó a Paul en varias misiones aéreas de transporte y realizó varios viajes en jeep con Randy e Ian. Fotografió a cuantos niños vio, y entrevistó a toda la gente que pudo. Sabía que su reportaje sería extraordinario.

Por las noches Paul e India sostenían charlas interminables. Habían hecho las paces con el pasado y juntos lo pasaban de maravillas. Bromeaban y compartían el sentido del humor. Ella descubrió que, aunque no mantuvieran la misma relación de antaño, se respetaban mucho el uno al otro. Parecía que Paul la rondaba sin cesar, la protegía y se ocupaba de facilitarle las cosas. Ella se interesaba por su bienestar.

Se las ingeniaron para compartir la última noche de India en Ruanda. Paul le contó sus proyectos. En junio dejaría Ruanda y organizaría otro puente aéreo en Kenia. Aunque no era seguro, seguía pensando que en verano regresaría a Europa o Estados Unidos y pasaría una temporada en el Sea Star.

– En ese caso, llámame.

Paul le preguntó si iría a Cape Cod. Ella respondió que pasaría julio y la primera semana de agosto en la playa. Después dejaría la casa y los niños a Doug y Tanya.

– Es un acuerdo bastante civilizado – opinó Paul mientras compartían una coca-cola.

– Lo es.

– ¿Qué harás el resto de agosto?

Paul sabía que no le quedaba más alternativa que regresar a Westport.

– Me gustaría trabajar. Le he pedido a Raúl que me busque algo interesante.

El reportaje de Ruanda le había encantado. Había sido mucho mejor de lo que esperaba y encontrar a Paul lo había convertido en una experiencia inolvidable. Por fin la última pieza del rompecabezas estaba colocada: aunque aún lo amaba estaba en condiciones de dejar que siguiese con su vida.