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– ¿Llamas para encomendarme una misión a lomos de una mula en un rincón perdido del norte de China?

Era la clase de encargo para el que la llamaba, aunque ocasionalmente le proponía un trabajo factible, como el reportaje de Harlem. A India le encantaba, razón por la cual no quiso que eliminaran su nombre de la lista de colaboradores de la agencia.

– No exactamente, aunque tampoco vas tan desencaminada – repuso mientras pensaba cómo plantear la cuestión. Sabía que era muy difícil convencerla, pues vivía dedicada exclusivamente a sus hijos y su marido. Como no estaba casado ni tenía familia le resultaba difícil entender que la fotógrafa estuviese tan empeñada en arrojar su profesión por la borda. Era una mujer de un talento fuera de serie y Raúl consideraba que su renuncia era imperdonable. De pronto decidió jugarse el todo por el todo -: Se trata de un trabajo en Corea. El reportaje es para la revista dominical del Times y quieren asignarlo a un independiente en lugar de a un fotógrafo de plantilla. En Seúl hay una mafia de adopciones que se ha desmandado. Corre la voz de que matan a los niños que no son adoptados. El trabajo es relativamente seguro a menos que husmees demasiado. India, se trata de una noticia interesantísima, y cuando la revista publique el reportaje podrás venderlo a las agencias de prensa. Alguien tiene que hacerlo, necesito tus fotos para dar validez al artículo y te prefiero al resto de los fotógrafos. Sé que adoras a los niños y pensé… bueno, es perfecto para ti.

India experimentó una subida de la adrenalina. El tema la afligió como nada la había afectado desde el reportaje de Harlem. Pero Corea quedaba muy lejos. ¿Qué diría a Doug y sus hijos? ¿Quién los llevaría en coche y les prepararía la cena? La mujer de la limpieza sólo iba dos veces por semana, hacía muchos años que India se ocupaba de todas las tareas domésticas y sin ella no se las arreglarían.

– ¿De cuánto tiempo hablamos?

Si sólo era una semana tal vez Gail accedería a sustituirla, pero India oyó suspirar a Raúl. Tenía la costumbre de hacerlo cada vez que se preparaba para decir algo que sabía que no le gustaría.

– De tres semanas, quizá cuatro – respondió finalmente.

India se sentó en un taburete y cerró los ojos. No quería perderse el reportaje, pero debía pensar en sus hijos.

– Raúl, sabes que no puedo. ¿Para qué me has llamado? ¿Para que me sienta fatal?

– Tal vez. Puede que un día de éstos te enteres de que el mundo necesita tu trabajo. No quiere que le muestren fotos bonitas, sino las injusticias que existen. Podrías convertirte en la persona que acabe con el asesinato de bebés en Corea.

– ¡No eres justo! – exclamó acalorada -. No tienes derecho a hacerme sentir culpable. Sabes que no puedo aceptar un encargo de cuatro semanas. Tengo cuatro hijos y un marido y no dispongo de ayuda.

– Contrata una niñera o divórciate. No puedes seguir sentada viendo pasar los años. Ya has desperdiciado catorce. Me extraña que todavía haya alguien dispuesto a ofrecerte trabajo. Eres tonta si desperdicias tu talento.

Sus palabras disgustaron a India.

– Raúl, no he desperdiciado catorce años. Tengo hijos sanos y felices precisamente porque cada día los llevo a la escuela, los recojo, asisto a sus actividades deportivas y les preparo la cena. Si en esos catorce años hubiera muerto, tú no estarías aquí para ocupar mi lugar.

– En eso tienes razón – reconoció él -. Pero tus hijos ya son mayores. Podrías volver a trabajar, al menos en reportajes como este. Tus hijos ya no son bebés. Estoy seguro de que tu marido lo entendería.

A juzgar por el episodio de la noche anterior, era imposible que Doug lo comprendiese. India ni siquiera consiguió imaginarse diciéndole que se iba un mes a Corea. Quedaba descartado en el contexto de su matrimonio.

– Raúl, no puedo y lo sabes. Sólo has conseguido hacerme sentir desgraciada – aseveró con tono nostálgico.

– Me alegro. Tal vez decidas volver al mundo real. Si con mi llamada lo consigo habré prestado un gran servicio a la humanidad.

– Tal vez. De todos modos, me siento halagada. No creo haber sido tan competente. Puedes estar seguro de que no prestarías un servicio a mis hijos.

– Muchas madres trabajan y sus hijos sobreviven.

– ¿Y si yo no sobreviviera?

India tenía el ejemplo de su padre, muerto cuando ella sólo contaba quince años. Nadie podía garantizar que no le sucedería lo mismo, sobre todo dada la clase de reportajes que la habían hecho famosa. El de Corea habría sido seguro en comparación con los realizados antes de casarse.

– No pasaría nada – aseguró Raúl -. Yo jamás te haría encargos de alto riesgo. Lo de Corea es algo peligroso, aunque no puede compararse con Bosnia u otros puntos candentes del planeta.

– Raúl, lo siento mucho, pero no puedo.

– Lo sabía. Llamarte fue una tontería, pero tenía que intentarlo. Ya encontraré otro fotógrafo, no te preocupes – dijo desilusionado.

– No te olvides completamente de mí – dijo India apenada.

Experimentó algo que hacía años no sentía. Deseaba cubrir ese reportaje y se sintió amargamente decepcionada por tener que descartarlo. Era la clase de sacrificio del que había hablado la víspera con Doug y este no le había dado la menor importancia. Su marido le había transmitido la sensación de que aquello a lo que había renunciado por él y por los niños no tenía el menor sentido.

– Si tardas mucho en volver a hacer algo significativo es posible que me olvide de ti. No puedes retratar eternamente a Papá Noel.

– Tal vez tenga que hacerlo. Consigue un reportaje más cercano, como el de Harlem.

– Sabes perfectamente que esos encargos son poco habituales y se los asignan a los fotógrafos de plantilla. Quisieron resaltar la importancia de ese artículo y tuviste suerte. – Raúl hizo una pausa, suspiró y apostilló -: Veremos qué consigo. Di a tus hijos que crezcan más rápido.

¿Y a qué velocidad crecería Doug, si es que maduraba? A juzgar por los comentarios de la víspera, no comprendía que su profesión había sido muy importante para India.

– Te agradezco que hayas pensado en mí. Deseo de todo corazón que encuentres un fotógrafo excelente.

India ya estaba preocupada por los bebés coreanos.

– Una excelente fotógrafa acaba de rechazar el encargo. Volveré a llamarte. No olvides que me debes el próximo reportaje.

– En ese caso ocúpate de que no tenga que trepar a la copa de un árbol en Bali.

– Hago lo que puedo. Cuídate.

– Tú también. Gracias por llamar. – Como si de pronto se acordara de algo, India añadió -: Por cierto, pasaré el verano en Cape Cod. Estaré julio y agosto enteros. ¿Tienes el número de teléfono?

– Sí. Avísame si haces buenas fotos de veleros. Las venderemos a Hallmark.

Había realizado ese trabajo cuando los niños eran muy pequeños. Le había gustado, pero Raúl se había puesto furioso. En lo que a él se refería, India era una valiosa reportera gráfica y no debía tomar fotos de nada ni de nadie que no estuviese sangrando, muerto o agonizante.

– No seas tan criticón. Sirvieron para pagar dos años de guardería.

– Eres imposible.

Colgaron, pero India no recobró la calma. Por primera vez en mucho tiempo tuvo la sensación de que le faltaba alguna cosa.

Aún estaba triste cuando por la tarde se encontró con Gail en el supermercado. Su amiga parecía más animada que de costumbre y llevaba falda y tacones. Al acercarse India notó que se había perfumado.

– ¿Adónde te habías metido? ¿Has ido de compras a la ciudad?

Gail meneó la cabeza, sonrió con complicidad y bajó la voz para responder:

– He comido con Dan Lewison en Greenwich. No está tan desesperado como me imaginaba. Lo pasamos francamente bien y bebimos un par de copas de vino. Es un encanto y si lo miras un rato acabas por encontrarlo muy atractivo.