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Nicole lo fulminó con la mirada.

– No sabías nada de esto, ¿verdad? -le preguntó, y después volvió su furia hacia Raoul-. No es aceptable que estés viviendo en una casa abandonada. Y el hecho de que sea bastante segura no es suficiente. Tienes que vivir en una casa de verdad, con agua y calefacción, y con un tejado que no tenga goteras en cuarenta y siete sitios.

– No pasa nad… -Raoul intentó hablar, pero se interrumpió cuando Nicole lo atravesó con la mirada.

– No digas que no pasa nada -le gritó-. Sí pasa. Esta situación es inaceptable.

Hawk agradecía su pasión y su energía al tratar aquel tema, y sabía que tenía razón. Raoul no podía vivir así. Entre otras cosas, se acercaba el invierno. Se iba a congelar sin calefacción.

– No voy a ir a un refugio -dijo Raoul con firmeza-. Lo digo en serio. No voy a ir.

Por cómo lo decía, Hawk pensó que el chico ya había estado en uno de ellos. ¿Qué había sucedido para que él supiera tan poco acerca de su jugador estrella? Pensaba que lo sabía todo acerca de sus chicos. ¿Y por qué no le había pedido ayuda Raoul?

– No vas a ir a un refugio -afirmó Hawk-. Ya pensaremos en algo. Mientras, puedes venir a vivir conmigo.

Nicole y Raoul se lo quedaron mirando fijamente.

– No es buena idea -dijo ella.

– Entrenador, eso sería estupendo, pero…

Entonces Hawk lo entendió.

– Brittany -murmuró. Tener a su novio viviendo bajo el mismo techo que ella no era inteligente.

Nicole murmuró algo entre dientes y luego dijo:

– Puede vivir conmigo.

Hawk y Raoul se quedaron boquiabiertos.

– ¿Qué pasa? Tengo una habitación libre en casa, vivo en el barrio del instituto y ya trabaja para mí. Alguien responsable debe echarle un ojo -se volvió hacia Raoul y le dijo-: Si vamos a hacer esto, tendrás que seguir mis reglas. Nada de fiestas, y cumplirás mi horario. Harás los deberes e irás a clase. Ahora eres un adulto, así que debes comportarte como tal. Tienes que ser responsable. Si es demasiado duro para ti, entonces tendrás que irte a otra parte.

Hawk no podía creerlo. ¿Nicole iba a acoger a Raoul en su casa? Tuvo que contener una sonrisa. Demonios, era mejor de lo que él había pensado.

Raoul asintió lentamente.

– Tus reglas son razonables -le dijo-. Las cumpliré.

– Más te vale. Lo digo en serio. Soy muy estricta. Te sentirás atrapado, te lo prometo.

– Atrapado está muy bien -dijo Raoul, a punto de sonreír.

Hawk también tenía ganas de sonreír. Nicole pensaba que era muy dura, pero en realidad, por dentro era de mantequilla.

Y a él le gustaba. Le gustaba mucho.

Jesse se quedó junto a la casa de Matt un buen rato, mirando la puerta y recordando el primer día que habían ido juntos hasta allí, cuando él estaba buscando apartamento. Entonces eran completamente felices, estaban enamorados. Ella sabía que lo había estropeado todo. Lo que no sabía era si podría arreglarlo.

Le dolía todo el cuerpo. Había oído decir que el embarazo era un milagro, que debería estar resplandeciente. En vez de eso, se sentía destrozada. No podía dejar de llorar. ¿Cómo era posible que una persona lo perdiera todo tan rápidamente? Y sin embargo, a ella le había ocurrido…

Tocó el timbre y esperó, con un nudo en el estómago. Estaba conteniendo las lágrimas. Él tenía que creerla. Tenía que conseguir que lo entendiera, de algún modo.

Se abrió la puerta y Matt apareció ante ella. Ella lo miró, deleitándose al verlo por primera vez desde hacía semanas.

Tenía buen aspecto. Era alto y delgado, pero cada vez más musculoso, gracias a sus visitas regulares al gimnasio. Ella había sido quien le había dado la idea de hacer ejercicio para ponerse en forma, y él se la había llevado a la cama y la había recompensado por sus buenas ideas. Era muy bueno recompensándola, y diciéndole que la quería. Tenía luz en los ojos, y una sonrisa muy especial. Sin embargo, en aquel momento no estaba sonriendo.

– No tengo nada que decirte -aseguró Matt, y comenzó a cerrar la puerta.

Ella empujó y consiguió entrar.

– Tenemos que hablar.

– Puede que tú tengas que hablar, pero yo no tengo por qué escucharte.

Dios, su tono era tan frío, pensó ella con tristeza. Como si la odiara. ¿Era posible? ¿Había sustituido el odio al amor, ella ya no le importaba en absoluto?

No quería pensar en ello porque, si lo hacía, iba a desmoronarse. Lo quería. Ella, que había jurado que nunca arriesgaría su corazón, se había enamorado de un maniático de los ordenadores con unos ojos preciosos y una sonrisa que hacía flotar su alma.

– Matt, por favor -susurró-. Por favor, escúchame. Te quiero.

Él entornó los ojos.

– ¿Es que te crees que lo que tú digas significa algo para mí? ¿Crees que tú significas algo para mí? Yo aprendo rápido, Jesse. Siempre ha sido así. Confié en ti, me entregué a ti por completo. Te quería. Quería casarme contigo, incluso compré un anillo, lo cual me convierte en un idiota, pero ése es un error que no voy a cometer de nuevo.

Ella se dio cuenta de que se le estaban cayendo las lágrimas, y notó un dolor punzante en el corazón.

– Te quiero, Matt.

– Mentira. Yo sólo he sido una diversión para ti. ¿Es que te gustaba reírte con tus amigos del adicto a los ordenadores socialmente inepto?

– No es eso, y tú lo sabes.

– Yo no sé nada de ti. Era un juego. Tú ganaste, yo perdí. Ahora, márchate.

– No. No me voy a ir hasta que me escuches. Hasta que lo comprendas.

– ¿Comprender qué? ¿Que mientras te acostabas conmigo y fingías que me querías, te acostabas también con Drew? ¿Y con quién más, Jesse? ¿Con cuántos tipos más?

– Ya basta. No me acosté con Drew, ni con ningún otro. Drew y yo solíamos charlar. Podía hablar con él de cosas que nunca le hubiera contado a Nicole, eso era todo. Una noche empezó a besarme, y yo me asusté. No sabía qué hacer.

– No me interesa, no me vas a convencer. Vete. No quiero volver a verte.

Aquellas palabras le estaban haciendo demasiado daño, pensó ella, usando toda la fuerza para no desplomarse al suelo.

– Estoy embarazada -susurró.

Él se quedó mirándola fijamente, y se encogió de hombros.

– ¿Y a mí qué me importa?

Jesse se estremeció, como si la hubiera golpeado.

– Te lo he dicho. No me acosté con Drew. El niño es tuyo.

– No -dijo él, como si ni siquiera considerara la posibilidad.

– Matt, escúchame. Es tu hijo. Aunque me odies, tu hijo debe importarte. No estoy mintiendo, puedo demostrarlo. En cuanto nazca el bebé, le haremos las pruebas de ADN.

Él siguió mirándola, y después caminó hacia la puerta.

– No lo entiendes, ¿verdad, Jesse? No me importa. Ya no significas nada para mí. No creo que ese niño sea mío, y aunque lo fuera, no quiero tener un hijo contigo. No quiero tener nada que ver contigo, no quiero volver a verte, pase lo que pase.

– Matt, por favor.

Él abrió la puerta y miró hacia fuera.

– Vete.

Jesse salió de la casa y bajó las escaleras hacia el coche. Se sentó al volante y lloró hasta que se le quedaron los ojos secos. Se sentía vacía, sin nada.

Lo cual era la triste verdad de su vida. Nadie de los que quería deseaba tener que ver con ella. Nadie estaba dispuesto a darle una oportunidad.

Nicole miró a Raoul, que estaba metiendo sus cosas en casa. Ella observó las bolsas de basura negras y tomó nota de que debía comprarle un par de maletas decentes la próxima vez que saliera. Nadie debería llevar lo que tenía en bolsas de basura.

– Las habitaciones están arriba -informó-. Te voy a instalar en la habitación de invitados.

– Gracias por hacer esto -dijo Raoul.

– De nada -contestó ella, y lo precedió escaleras arriba-. Mira, el baño está ahí. Hay toallas fuera, y tienes más en el cajón de abajo. Ahí está la televisión. No me importa lo que veas, pero te agradecería que bajaras el volumen a partir de las nueve. He puesto un teléfono en la mesilla. Me levanto muy temprano, así que nada de llamadas tarde, ¿eh?