Cuando la soltó, Nicole dijo:
– Gracias por venir a rescatarme.
– Cuando quiera. Nadie se mete con mi chica.
Aquellas palabras no significaban nada. Tenían un trato, sólo eso. Sin embargo, eso no impidió que se le acelerara un poco el corazón y que se preguntara cómo serían las cosas si fuera verdad.
Cuando Nicole llegó a casa después de trabajar, se encontró a siete adolescentes muy altos sentados en las escaleras de la entrada de su casa. Raoul no estaba con ellos; estaría en el entrenamiento de fútbol hasta las cinco. Entonces ¿quiénes eran?
– ¿Puedo ayudaros en algo? -les preguntó Nicole después de aparcar en el garaje y dar la vuelta a la casa.
Los chicos se pusieron en pie.
– Sí, señora. Me llamo Billy. El entrenador Hawk nos pidió que pasáramos por aquí después de clase. Que echáramos un vistazo para asegurarnos de que todo iba bien.
Tres de ellos tenían balones de baloncesto. Por su altura, se imaginó cuál era su deporte.
– Pero Hawk no es el entrenador de baloncesto -dijo ella.
– Sí, señora. Pero nos cae bien, y estamos encantados de echarle una mano.
Nicole estaba perpleja. No podía creer que Hawk hubiera hecho aquello. Buscarle guardaespaldas. ¡Su vida no era tan arriesgada, al menos para su integridad física!
– ¿Y qué se supone que tenéis que hacer? -preguntó, intentando averiguar si aquello le resultaba divertido o molesto.
– Esperarla, mirar por la casa y quedarnos aquí hasta que llegue Raoul.
– Pero si no me conocéis.
Billy frunció el ceño.
– Bueno, eso no importa.
Ella tuvo la sensación de que no iban a marcharse hasta que hubieran cumplido su misión. Probablemente, sería más fácil aceptar su presencia que luchar contra ella.
– Está bien -dijo, y abrió la puerta-. Mirad. Supongo que tendréis hambre, así que voy a la cocina a sacar algo de comer.
Billy sonrió.
– Gracias. Se lo agradecemos.
Cinco minutos después, habían echado un vistazo por toda la casa y se habían reunido en el salón. Todos se presentaron, pero sus nombres eran un borrón. Nicole sacó patatas fritas, refrescos y galletas, y después fue a su despacho y llamó al instituto. Unos minutos más tarde, Hawk respondió al teléfono.
– Estoy en mitad del entrenamiento.
– Entonces ¿por qué respondes mi llamada?
– He pensado que a lo mejor tenía que aplacarte un poco.
– ¿Porque quizá me sintiera molesta debido a tu suposición prepotente de que necesito que me protejan del hombre con quien estuve casada? Me has mandado jugadores de baloncesto.
– Son más altos que los de béisbol. Y Drew es del tipo de hombre que se asusta de la estatura.
Posiblemente, pero eso no era lo importante.
– No tenías derecho a hacer esto.
– Se metió en tu casa sin permiso.
– Tenía una llave. Y yo voy a cambiar la cerradura.
– Pero todavía no la has cambiado, y los chicos sólo se van a quedar hasta que llegue Raoul. ¿No puedes ser paciente hasta ese momento?
– No sé si debería abrazarte o darte un golpe.
– ¿Por qué no me atas y te aprovechas de mí?
Eso hizo sonreír a Nicole.
– Me estás haciendo enfadar, Hawk. Esto no es parte del trato.
– Ahora sí. No me gusta que ese tipo haya aparecido cuando sabía que ibas a estar dormida. Quería tener ventaja, y eso no está permitido.
– No necesito que me proteja ningún hombre.
– Yo necesito saber que estás a salvo.
Nicole suspiró.
– Está bien. Dejaré que se queden.
– Bien.
– De todos modos, no podría librarme de ellos yo sola -murmuró.
– Siempre eres cortés. Es una de las cosas que más me gustan de ti. ¿Quieres venir a cenar a mi casa esta semana?
Aquel cambio de tema la tomó por sorpresa.
– ¿A cenar?
– Sí, a mi casa. Con Brittany. Los tres solos.
Nicole no supo qué decir. Cenar en su casa no era una cita pública destinada a prolongar la mentira de que eran una pareja de verdad. Parecía una cita de verdad. ¿Quería ella una cita de verdad?
Qué pregunta tan tonta, pensó al recordar el cosquilleo que notaba en el estómago.
– Me encantaría.
– ¿Qué te parece el miércoles por la noche? Yo cocinaré.
– Estoy impaciente.
Quizá más de lo que debería.
Nicole llegó a casa de Hawk a las cinco y media. Brittany y él vivían en uno de los barrios más antiguos de Seattle, con árboles crecidos y detalles de arquitectura estupendos. Los jardines estaban verdes, los porches eran grandes y los juguetes de los niños se hallaban alineados en las aceras. No era exactamente el lugar donde uno esperaría encontrar a un antiguo jugador de la Liga Nacional de Fútbol millonario.
Nicole aparcó en la calle y se acercó a la puerta principal. Hawk abrió antes de que llamara.
– Hola -saludó. La tomó entre sus brazos y la besó.
Ella cerró los ojos y se abandonó a la sensación que le producían sus labios. Le gustaba su forma de darle la bienvenida. El calor se intensificó, el deseo se despertó y, entonces, Nicole oyó el sonido de unos pasos en las escaleras y se apartó de mala gana.
– Hola -devolvió el saludo a Hawk-. No me imaginaba que vivirías en un lugar así.
– ¿Qué quieres decir?
– En un barrio de clase media lleno de familias. ¿Dónde están las verjas y los coches caros?
Él se echó a reír.
– No es mi estilo. Serena y yo compramos esta casa cuando me pagaron la prima inicial del fichaje. Después de haber vivido en una casa tan pequeña durante la universidad, esta casa nos parecía una mansión. Nos gusta vivir aquí. Es nuestro hogar.
Brittany apareció en el vestíbulo.
– Hola, Nicole. ¿Cómo estás? Papá dice que va a cocinar, pero en realidad es una barbacoa, que no cuenta. Va a obligarnos a nosotras a hacer la ensalada. ¿Quieres ver la casa?
Nicole sonrió ante la energía de Brittany.
– Me encantaría -respondió, y dejó el bolso en la consola de la entrada-. Me encantan las casas de estilo, con todos sus detalles y toques únicos.
Brittany arrugó la nariz.
– Quieres decir que es vieja. Cuando sea mayor, quiero un piso alto con vistas.
– ¿Y cómo vas a pagar ese piso de lujo? -preguntó Hawk.
Brittany le dedicó una sonrisa resplandeciente.
– Tú me la vas a comprar, papá, porque me quieres.
Él refunfuñó, pero Nicole vio que tenía una mirada de buen humor. Hawk no sólo era guapo, sino que además tenía una gran relación con su hija. A Nicole le gustaba eso.
– Aquí está el salón -dijo Brittany, guiando a Nicole por la casa-. Las molduras son originales de la casa. Las molduras no eran corrientes cuando se construyó, así que creemos que el constructor las trajo de otra casa, quizá de alguna en la que había vivido.
Nicole miró a su alrededor. La estancia estaba abarrotada. Las molduras eran lo de menos, pensó al ver los sofás, que eran muy grandes y estaban tapizados con telas florales, y los adornitos que llenaban todas las superficies. Aunque normalmente a ella le gustaban las casas con decoración campestre, porque eran acogedoras, aquello resultaba demasiado recargado.
Los cojines y las cortinas eran de flores, las alfombras eran de yute trenzado y había una familia de patos de porcelana sobre la repisa de la chimenea. Por las mesillas había conejitos, platitos de colores y fotografías enmarcadas. Cientos de fotografías.
Nicole se acercó a un grupo de fotografías que había en la pared. En ellas aparecía un Hawk más joven con una joven muy guapa. Serena. Había fotografías de los dos riéndose, fotografías de la boda, y fotografías de una ceremonia de la Liga Nacional de Fútbol Americano. Y más fotos de los padres felices con su bebé.
Sobre la chimenea había también algunas fotografías de Brittany, desde su nacimiento hasta los diez años, más o menos.