Выбрать главу

Nicole miró la hora.

– Tenemos que salir a buscar a Wyatt.

– ¡Oh! ¡Ya es la hora! Voy a darme prisa.

Claire volvió corriendo al probador. Nicole se preguntó si debía reprocharse a sí misma haber engañado a su hermana para que se olvidara de hablar de su trágica vida, pero entonces pensó que se había ganado el indulto. Después de todo estaba allí, un viernes por la noche en el centro comercial, acompañando a una pareja que debería estar sola. Pero ellos se lo habían pedido, y ella no quería pasar la noche sola.

– Te espero fuera -dijo Nicole desde la entrada del probador.

– Saldré dentro de un segundo -prometió Claire.

Nicole salió de la tienda premamá y se encontró a Wyatt esperando frente al escaparate. Estaba observando un maniquí con un embarazo muy evidente, y parecía un poco incómodo.

– Hola -dijo ella-. Me debes una. Acabo de evitar que tu prometida se comprara algo espantoso.

– Lo has hecho por ti misma -respondió Wyatt-. A ti te habría importado más que a mí.

Nicole sabía que era cierto, así que no respondió. Miró la bolsa que Wyatt tenía en la mano. Era de una librería.

– Otro libro sobre el embarazo -bromeó-. ¿Os queda alguno por comprar?

– Queremos hacerlo bien -dijo Wyatt-. Tú también lo harías.

Nicole sabía que no, pero eso no era lo importante. Estaba a punto de sugerir que alquilaran una película, cuando Wyatt dijo:

– ¿Cómo te va?

Ella pestañeó.

– ¿Cómo?

– Hace unos días que no hablamos. ¿Estás bien? Ya sabes, esas cosas.

«Esas cosas» era la forma en la que los hombres se referían a lo emocional.

Wyatt era su amigo y cuñado desde mucho antes de haberse enamorado de Claire. Conocía todos sus secretos. Se había ofrecido para darle una paliza a Drew al enterarse de que la estaba engañando. Ella lo quería como a un hermano, salvo en aquel momento, en el que tenía ganas de darle un manotazo en la cabeza.

– ¿Habéis estado hablando de mí Claire y tú? -preguntó-. ¿He sido el tema de una de esas horribles conversaciones del tipo «¿qué vamos a hacer con la pobre Nicole?». Porque si es así, no es necesario. No necesito ayuda de ninguno de los dos. Estoy bien, mejor que bien.

A Wyatt no le impresionó su reacción.

– Apenas sales de casa y no ves a nadie. Y estás más malhumorada de lo normal.

– No estoy de humor para citas. Sé que es una sorpresa, pero así estamos.

– No juzgues a todo el mundo por Drew, ¿de acuerdo? Hay tipos estupendos por ahí. Sólo tienes que volver a subir al caballo, la carrera continúa.

– Por favor, dime que no acabas de decir eso. ¿Que me suba al caballo? Mi marido me engañó con mi hermana pequeña, en mi propia casa. No es un simple tropiezo. Es algo que le hace a una replantearse su orientación sexual, ¿sabes?

Sentía una opresión en el pecho. ¿Era ella, o acaso hacía mucho calor allí dentro?

– Mira, tengo que irme. Gracias por invitarme a cenar. Os llamaré luego.

Se dio la vuelta y se alejó.

– Nicole, espera.

Ella siguió caminando. Cuando vio la señal, se apresuró hacia el aparcamiento, increíblemente aliviada de haber quedado con ellos en el centro comercial. Al menos, tenía su propio coche.

Treinta minutos después, estaba en casa, donde todo era silencioso y familiar, y nadie le hacía preguntas tontas ni sentía compasión por ella. Había también demasiados recuerdos y un vacío que la impulsó a cambiar de canal en canal con el mando a distancia de la televisión, hasta que encontró una serie. Miró fijamente a la pantalla y se juró que no iba a llorar por Drew. Ni esa noche, ni nunca más.

Dos

El sábado por la mañana, Nicole llegó al obrador unos diez minutos antes de que Raoul comenzara su turno. En realidad, no estaba muy segura de que apareciera, pero cuando se acercaba a la puerta trasera de la pastelería, un adolescente alto de pelo oscuro se unió a ella.

– Buenos días -dijo Raoul educadamente.

Ella lo miró.

– Llegas temprano.

– No quería llegar tarde.

– Me impresiona que hayas venido.

– ¿No me esperaba?

– No.

– Le di mi palabra.

– Robaste cinco docenas de donuts. Eso hace que tu palabra sea cuestionable.

No lo estaba mirando mientras hablaba, así que no podía estar segura, pero tuvo la impresión de que el chico se estremecía. ¿Porque había dudado de él? ¿Por qué había mencionado el robo? Bien. Todas las mañanas deberían empezar con un ladrón de bollería hipersensible.

– Además, eres deportista -añadió, sin saber por qué se sentía obligada a hacer que se sintiera mejor-. Tengo algo en contra de los deportistas desde el instituto, porque ninguno de los chicos que me gustaban me hacía el menor caso.

– No me lo creo.

Ella suspiró.

– ¿Estás intentando ser encantador?

– Sólo un poco. Estoy practicando.

Nicole se imaginaba quién había sido su maestro.

– Déjalo para alguien más fácil de impresionar. Yo soy inmune a los encantos masculinos.

– Ya me he dado cuenta. No le cayó muy bien el entrenador Hawkins.

– Yo no diría eso -murmuró Nicole, aunque era cierto.

Hawk le había parecido guapísimo, y tenía un cuerpo asombroso, más de lo necesario para hacer que ella comenzara a arder, pero eso no significaba que le cayera bien. No había manera de que ella se dejara impresionar por su sonrisa estudiada y su atractivo sexual.

Raoul mantuvo la puerta abierta; Nicole entró en el obrador y saludó a Phil.

– Buenos días -dijo.

Phil, un hombre mayor vestido de blanco de pies a cabeza, incluyendo el delantal, se acercó a ellos.

– Buenos días -respondió, mirando a Raoul-. ¿Estás listo para trabajar?

– Sí, señor.

Phil no parecía muy convencido.

– Esto no va a ser fácil, y a mí no me interesan las quejas. ¿Me oyes? Nada de lloriqueos.

Raoul se irguió.

– Yo no lloriqueo.

– Ya lo veremos.

Phil se lo llevó.

Nicole los observó. Raoul iba a pagar lo que debía fregando los enormes tanques en los que se mezclaba la masa del pan. Después tendría que hacer una serie de tareas que conseguirían que pensara las cosas dos veces antes de intentar robar algo en vez de comprarlo. Nicole se preguntó si el chico aprendería la lección, o simplemente, la soportaría.

Cuatro horas después. Nicole había adelantado bastante trabajo administrativo, una tarea que siempre detestaba. Sin embargo, quería quedarse durante todo el turno de Raoul, y no podía trabajar en el obrador hasta que hubiera podido librarse del bastón. Archivó las facturas y les puso una etiqueta para enviárselas a su contable. Phil llamó a la puerta, que estaba entreabierta, y entró al despacho.

– ¿Cómo va la cosa? -preguntó Nicole.

– Bien, mejor de lo que esperaba. El chico sabe trabajar. Hace lo que le dicen, sin poses tontas, sin remolonear. Me gusta.

Nicole arqueó las cejas.

– Eso no es muy corriente.

– Dímelo a mí. Creo que deberías ofrecerle trabajo. Necesitamos a alguien como él fuera de las horas álgidas. Va al instituto y juega al fútbol americano, así que creo que tendrá esas horas libres, y es cuando nos vendría bien.

– De acuerdo. Hablaré con él.

Nicole se puso en pie y se estiró. El dolor de la rodilla cada vez era menos intenso, y estaba mejorando.

Raoul se encontraba en la parte de atrás, amontonando sacos de harina, asegurándose de que no se inclinaran y se cayeran.

– Buen trabajo -lo felicitó Nicole-. Has impresionado a Phil, y eso no es fácil.

– Gracias.

– ¿Quieres un trabajo de verdad? Media jornada. Lo organizaríamos teniendo en cuenta las horas de instituto y de entrenamiento. El sueldo no es malo.

Le dijo un salario por hora que era ligeramente superior a lo que ganaría en un restaurante o en una tienda.