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Raoul colocó el último de los sacos, y después se limpió las manos en el delantal que Phil le había encontrado.

– No puedo -dijo, sin mirarla.

– De acuerdo.

– Necesito el dinero. No es eso.

– Entonces, ¿qué es? ¿Es que estamos en temporada de castings para los nuevos programas de televisión y tu representante quiere que vayas a Los Angeles?

El comentario consiguió arrancarle una pequeña sonrisa que desapareció rápidamente. Parecía que el chico estaba reuniendo valor antes de mirarla.

– No querrá contratarme cuando conozca mi historial. Voy a cumplir dieciocho años dentro de un par de semanas. Cuando sea mayor de edad, puedo pedir que anulen mi expediente juvenil; hasta entonces tengo antecedentes penales.

Ella se quedó un poco sorprendida, y también decepcionada.

– ¿Qué hiciste?

– Robé un coche cuando tenía doce años, para impresionar a mis amigos. Fui un idiota, y me detuvieron cinco minutos después. Desde entonces no he vuelto a meter la pata, salvo los donuts, y usted ya lo sabe. He aprendido la lección -dijo Raoul, y bajó la vista-. No tiene por qué creerme.

Había una razón, pensó Nicole. Comprobar su historia era fácil, así que sería tonto si mintiera. Y Raoul no le parecía nada tonto.

– Comenzar tu carrera criminal robando un coche es impresionante. La mayoría de la gente roba algo en una tienda. Tú fuiste directo a primera división.

Raoul sonrió ligeramente.

– Era un niño. No tenía sentido común.

Todavía era un niño. ¿Tenía más sentido común ahora?

– La oferta sigue en pie. No es un trabajo fácil, pero es honrado. Y podrás comerte todos los croissants que sobren y admita tu estómago.

– Mi estómago admite mucho.

– Entonces, es un buen trato para ti.

Él la miró a los ojos.

– ¿Y por qué va a confiar en mí?

– Todo el mundo la pifia alguna vez -respondió Nicole.

Pensó en su hermana pequeña. Jesse había tenido cien o doscientas oportunidades, y las había echado a perder todas.

– Entonces acepto el trabajo -dijo Raoul-. Tengo entrenamiento todas las tardes, así que quizá pudiera trabajar por las mañanas, antes del instituto.

– Habla de eso con Phil. Él va a ser tu jefe. Si te interesa trabajar más horas cuando acabes la temporada, díselo.

Raoul asintió.

– Gracias. No tiene por qué hacer nada de esto. Podía haber llamado a la policía.

Nicole no se molestó en señalar que lo había intentado, pero en vez de la fuerza pública de Seattle, era Hawk quien había aparecido en la pastelería.

– ¿Qué pasa con los hombres y el fútbol? -le preguntó-. ¿Por qué jugáis? ¿Por la gloria?

– A mí me encanta este deporte -confesó Raoul-. Quiero ir a la universidad. No puedo permitírmelo, así que espero conseguir una beca para jugar.

– ¿Y después jugarás en la liga profesional y ganarás millones?

– Quizá. Las probabilidades están en contra, pero el entrenador dice que tengo talento.

– ¿Y él está en posición de juzgarlo?

Raoul frunció el ceño.

– Es mi entrenador.

Lo cual no respondía la pregunta, pensó Nicole. ¿Cómo iba a saber un entrenador de instituto si un jugador podía llegar a la liga profesional?

– ¿No sabe quién es? -dijo Raoul en tono de asombro-. No tiene ni idea…

Nicole se movió con incomodidad.

– Es tu entrenador.

Y era un monumento de hombre, aunque aquello no tenía nada que ver con la conversación.

– Es Eric Hawkins. Jugó en la liga profesional durante ocho años, y se retiró en la cumbre. Es una leyenda.

A Nicole le costó creer aquello.

– Qué suerte tiene.

– Es el mejor. No necesita trabajar. Está dando clases de fútbol en el instituto porque ama este deporte, y porque quiere contribuir.

Nicole tuvo que contener un bostezo. Raoul estaba recitando algo que parecía un discurso enlatado. Probablemente, el chico lo había oído miles de veces en boca de la leyenda.

– Bueno es saberlo -dijo, y se sacó cuarenta dólares del bolsillo trasero del pantalán-. Toma.

Él no tomó el dinero.

– No puede pagarme.

– Claro que sí. No serás empleado oficialmente hasta que firmes el contrato. Así que por ahora toma esto. Pronto tendrás que fichar y tendrás un cheque de verdad.

Él metió las manos detrás de la espalda.

– He trabajado para pagar los donuts que robé.

– En realidad, ni siquiera conseguiste sacarlos por la puerta. No se te da muy bien lo de robar -dijo Nicole, y suspiró al ver que él no sonreía-. Mira, hoy has trabajado duro. Te lo agradezco. Te has ganado esto. Tómalo o me pondré de muy mal humor, y eso no quieres verlo.

Raoul aceptó el dinero.

– Usted cree que es muy dura, pero no me asusta.

Eso estuvo a punto de conseguir que Nicole se echara a reír.

– Dame tiempo, chico. Dame tiempo.

Nicole acompañó a Raoul a la pastelería, donde llenó un par de bolsas con croissants y pasteles del día anterior.

– No tiene por qué hacer esto -dijo él, mientras miraba con melancolía las bolsas.

– Tú puedes hacerte cargo de estas calorías. Y, como te he dicho, es un extra.

– ¿Y hay más extras?

Aquella pregunta no la había formulado Raoul. Nicole no tuvo que darse la vuelta, ni preguntarse quién había hablado. Y, por si acaso había alguna confusión en su cerebro, todo su cuerpo se encendió para dar la bienvenida.

Se irguió y se preparó para el impacto. Después se dio la vuelta. Hawk estaba detrás del mostrador, con aquella sonrisa suya tan sexy, tan segura.

– ¿Qué quieres? -le preguntó ella, sin preocuparse demasiado de si sonaba irritable o no.

– Una pregunta interesante -murmuró, y después le guiñó el ojo a Raoul-. He venido a ver cómo ha trabajado mi jugador estrella. Te ha impresionado, ¿verdad?

Nicole se vio atrapada. Le había gustado mucho el trabajo de Raoul y le había ofrecido el puesto de buena gana, pero con Hawk allí, sentía la necesidad de decir que todo había ido mal y que se alegraba de librarse de él.

– Ha estado bien -dijo, mientras le entregaba las bolsas a Raoul. No quería ver la decepción en los ojos del chico, así que añadió-: Mejor que bien. Lo ha hecho estupendamente.

– Lo sabía.

– Esto no tiene nada que ver contigo. Sé que es un concepto asombroso, así que debería darte un minuto para que lo asimiles.

Hawk se echó a reír.

– Raoul, ya puedes marcharte. Te veré en el entrenamiento, dentro de un par de horas.

Raoul asintió y se marchó. Nicole lo miró mientras salía, porque era más fácil que intentar no mirar a Hawk. Aquel hombre era como un afrodisíaco, y ella odiaba que tuviera el poder de conseguir que se sintiera incómoda en su propia piel.

– No tienes por qué quedarte aquí -le espetó.

– Quiero agradecerte que le hayas dado una oportunidad a Raoul -dijo Hawk, inclinándose un poco hacia ella, aunque sin moverse.

Buen truco, pensó Nicole.

– Ha trabajado duro. Eso sucede con mucha menos frecuencia de la que me gustaría. Le he ofrecido trabajo.

Hawk arqueó una ceja.

– Te ha impresionado de verdad.

– Raoul necesita el trabajo, y yo necesito ayuda. No le des más importancia de la que tiene.

Parecía que aquellos ojos oscuros podían ver su interior.

– Quieres que la gente piense que eres dura.

– Soy dura.

– Por dentro eres de mantequilla.

Nicole irguió los hombros.

– Podría haber metido a tu jugador a la cárcel. No pienses que no lo habría hecho si no llega a aparecer hoy. Dirijo esta pastelería desde hace años. Sé lo que hago.

– ¿Y te gusta lo que haces?