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Barbara se abanicó con una mano.

– No es que yo lo haya experimentado de primera mano. Él no se relaciona con mujeres casadas, y yo no engañaría nunca a mi marido. Al menos, eso creo. Nunca me lo ha pedido nadie.

Nicole no sabía qué decir. Aquello, claramente, estaba dentro de la categoría de demasiada información.

– Antes jugaba en la liga profesional -continuó Barbara.

– Ya me había enterado.

– Es una historia sorprendente. Dejó embarazada a su novia del instituto. Todo el mundo decía que no lo conseguirían, pero de todos modos se casaron. Vivieron de macarrones con queso mientras él estaba en la universidad, con una beca. Tuvieron el bebé y fueron felices. Entonces, a Hawk lo ficharon en la Liga Nacional y comenzó a ganar mucho dinero. Pero en vez de irse a vivir a una urbanización en un campo de golf por ahí, se compraron una casa normal en un barrio normal aquí, en Seattle. Allí criaron a su niña.

Aquélla era la versión ampliada de lo que le había contado Raoul, pensó Nicole. Aunque ella no sabía lo de la niña. ¿Hawk era padre? Le parecía demasiado atractivo y tenía demasiada carga sexual como para serlo.

– Entonces Serena, su mujer, enfermó de cáncer. Eso ocurrió hace seis o siete años. Hawk dejó la liga y se quedó en casa para cuidarla. Cuando murió, se convirtió en padre soltero. Aceptó el trabajo de entrenador del instituto porque quería aportar algo de lo que él había recibido. Está claro que no lo hace porque necesite el dinero.

Barbara señaló a la guapa adolescente rubia que Raoul le había presentado antes a Nicole.

– Aquélla es su hija.

– ¿Brittany?

Barbara la miró con asombro.

– ¿La conoces?

– Nos hemos conocido hace un rato. Está saliendo con Raoul, mi empleado.

– Esa es. Es absolutamente perfecta. Saca buenas notas, es jefa de animadoras, está interesada en salvar el planeta. Lo único que me consuela es que, aunque yo estuviera soltera y Hawk estuviera locamente enamorado de mí, Brittany sería un desafío para cualquier relación. Es la niña de los ojos de su padre, y lo adora. Aunque ¿quién podría culparla?

Nicole observó a la adolescente, que estaba pidiéndole al público que animara, y después se fijó en Hawk. Él estaba caminando por el lateral del campo con una tablilla sujetapapeles entre las manos.

– Así que no es un idiota -murmuró.

– Ni por asomo. ¿Sigues sin estar interesada?

– Es sólo un conocido -respondió Nicole-. Nada más.

Y no quería que fuera nada más. Aquello podría ser un problema para el que ella no tenía tiempo.

Vio cómo señalaba a un par de chicos y los enviaba al campo. Estaba totalmente concentrado y tenía una actitud muy intensa, y ni una sola vez miró en dirección a ella, demonios.

Nicole se pasó el resto del partido charlando con Barbara. Cuando terminó, el Instituto Pacific había ganado el partido por treinta y ocho puntos a catorce. Incluso ella, que no sabía nada de aquel deporte, se dio cuenta de que Raoul era un magnífico quarterback, con un brazo que nunca se cansaba.

Se puso en pie, se despidió de Barbara y se acercó a la barandilla. Raoul y Brittany estaban juntos, hablando atentamente el uno con el otro. La rubia le acarició la mejilla a Raoul. Entonces, éste vio a Nicole y se acercó a la barandilla.

– ¿Qué te ha parecido? -le preguntó.

– Eres estupendo -dijo con sinceridad-. Me he quedado impresionada. Aunque no sepa nada de fútbol, me he dado cuenta de que juegas muy bien. ¿A qué distancia puedes lanzar el balón?

Raoul sonrió.

– Hemos jugado muy bien esta noche. El equipo se ha mantenido muy unido. Ningún jugador puede ganar o perder un partido sin el resto del equipo.

– Ya veo que estás entrenado para tus entrevistas de televisión -bromeó ella.

Hawk se reunió con Raoul, y chocaron la palma de la mano.

– Buen trabajo -dijo Hawk, y se giró hacia Nicole-. Nuestro chico va a llegar a lo más alto.

Ella ignoró la conexión implícita y respondió:

– Me alegro mucho de oír eso.

– Bueno, ¿cuántos caben en tu coche? -le preguntó Hawk.

– ¿Qué?

– Chicos. ¿A cuántos puedes llevar?

– No te entiendo -dijo ella.

– Tiene un Lexus Hybrid -dijo Raoul-. Así que cuatro, pero los tres que vayan detrás no pueden ser grandes. No cabrían.

Hawk asintió.

– Les diré que se reúnan contigo en el aparcamiento.

– Pero… ¿quiénes son? ¿Y por qué tienen que reunirse conmigo? -preguntó Nicole.

– Pizza -dijo Hawk-. Vamos a cenar pizza después de los partidos. Los jugadores, sus novias, unos cuantos chicos del instituto. Es una tradición. Me gusta mantenerlos ocupados cuando todavía tienen mucha adrenalina en el cuerpo. Tenerlos a todos en una pizzería es mejor que dejarlos por ahí sueltos para que hagan una tontería o se hagan daño. No todos los chicos conducen, así que necesitamos coches extra.

Ella sabía que Raoul estaba allí, a su lado. Por algún motivo, no se sentía cómoda negándose delante de él. Quizá fuera porque sabía que el chico no tenía a nadie de su lado. Pero si accedía, sabía que se sentiría como si la hubieran manipulado para hacer algo que no quería hacer. Peor todavía, Hawk se imaginaría que sólo había ido allí para poder pasar un rato con él.

¿Por qué todo tenía que ser una complicación?

– Esperaré en el aparcamiento -dijo ella, entre dientes.

– Les diré a los chicos que te busquen. Saben adonde vamos. Te veré allí.

– No, si puedo evitarlo -murmuró ella.

La Casa de la Pizza de Joe era uno de esos restaurantes de barrio con muchas mesas, una máquina de discos y olor delicioso a ajo fresco, pimientos y salsa de tomate.

Nicole no había cenado antes del ir al partido, pero no se había dado cuenta de que estaba muerta de hambre hasta que entró en el local y percibió el olor. De repente estaba hambrienta, y desesperada por conseguir aquella receta.

Los cuatro chicos a los que había llevado en su coche le dieron las gracias amablemente y se fueron con sus amigos en cuanto llegaron. Ella no conocía a nadie, aparte de Hawk, y no quería sentarse con él. Lo mejor sería que se fuera, aunque antes, quizá pudiera pedir una pizza para llevar.

Ya estaba esperando en el mostrador, apoyada en el bastón, cuando algo grande y cálido se posó en su espalda, a la altura de la cintura. Nunca había sentido su contacto, pero lo reconoció. Lo reconoció y se derritió por dentro. ¿Cómo era posible que su cuerpo reaccionara con tanta intensidad a un hombre? ¿Qué combinación de química y humor cósmico le daban ganas de volverse, agarrar a Hawk y exigirle que le demostrara todas las cosas que Barbara había dicho de él?

Con cuidado, se apartó. Sin embargo, él no captó la indirecta y la tomó de la mano.

Así de fácil. Palma contra palma, dedos entrelazados. Como si fuera su propietario. Como si estuvieran juntos. Peor, ni siquiera la estaba mirando. Estaba hablando con uno de los padres.

Ella tuvo ganas de soltarse y de decirle que dejara de tocarla. Quería decirle que no estaban juntos, que nunca podrían estar juntos, y preguntarle qué demonios pensaba. Quería ver si el asiento trasero de su coche era lo suficientemente grande para los dos.

El padre se alejó y Hawk se volvió hacia ella.

– No tienes que pedir -le dijo-. Sabían que íbamos a venir. Llamé cuando terminó el partido. Puedes pedir cerveza, pero preferiría que no lo hicieras. No me gusta que nadie beba alcohol delante de los chicos en noche de partido. Seguramente es una tontería, pero es así.