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Al día siguiente de irse Brian, Theresa regresó del colegio y vio una nota en la puerta: La floristería Bachman's ha dejado algo en mi casa porque en la vuestra no había nadie. Ruth.

Ruth Reed, la vecina de al lado, recibió a Theresa con un alegre saludo y una sonrisa de oreja a oreja.

– Me parece que hay alguien que está muy enamorado. Es un paquete enorme.

Estaba envuelto en papel de regalo, al que habían pegado un cuadradito de papel con la concisa orden de entrega: Brubaker… 3234 Johnnycake Lane.

– Gracias, Ruth.

– No hay de qué. Esta es la clase de entregas en las que me alegra tomar parte.

En el camino de vuelta a casa, a Theresa le dio un vuelco el corazón. Recorrió a toda prisa los últimos metros y entró en la cocina disparada, sin detenerse siquiera a quitarse el abrigo antes de abrir el paquete. Era un ramo precioso, lleno de color. Había claveles, margaritas, rosas y violetas, con abundante hiedra fresca entre ellas. Las flores se mecían dentro de una gran copa de cristal verde y transparente. A Theresa le tembló la mano cuando cogió un sobrecito que había entre las flores.

Su sonrisa aumentó, al igual que su impaciencia por ver el nombre de Brian en la tarjeta.

En efecto, ahí estaba el nombre de Brian, pero el suyo no. La tarjeta decía: Para Margaret y Willard. Con todo mi agradecimiento por su hospitalidad. Brian.

En lugar de sentirse decepcionada, se sintió más encantada que nunca. Así que además era considerado.

Observó la escritura y se dio cuenta de que no era de Brian, sino de algún empleado de la floristería. Pero daba iguaclass="underline" el sentimiento era suyo.

La primera carta de Brian llegó tres días después de su marcha. Theresa la encontró en el buzón, pues siempre era la primera en volver a casa. Cuando descubrió entre los sobres uno que llevaba las alas azules en la esquina superior izquierda, le dio un vuelco el corazón. Se llevó la carta a su cuarto y se sentó en la cama para leer las palabras de Brian.

Pero su foto fue la primera cosa que salió del sobre. Iba de uniforme, con un aspecto impecable. No sonreía, pero sus ojos verdes miraban directamente a los suyos. Volvió la fotografía. Con amor, Brian, había escrito. A Theresa se le aceleró el corazón, y el calor se extendió por todo su cuerpo. Cerró los ojos, suspiró profundamente y apretó la foto contra su pecho, contra las alocadas palpitaciones que la imagen de Brian había provocado. Luego dejó la foto boca arriba sobre una de sus rodillas y comenzó a leer.

Querida Theresa:

Te echo de menos, te echo de menos, te echo de menos. Todo ha cambiado de repente. Yo solía ser muy feliz aquí, pero ahora me siento como en una prisión. Solía coger la guitarra al final del día para relajarme, pero ahora, cuando la toco, pienso en ti y me pongo triste, así que no la he tocado mucho. ¿Qué me has hecho? Por las noches me cuesta conciliar el sueño recordando la Noche Vieja y el aspecto que tenías cuando entraste a la cocina maquillada, con la ropa y el peinado nuevos, todo por mí, y entonces deseo olvidar la imagen porque hace que me sienta desgraciado. Dios mío, esto es un infierno. Theresa, quiero disculparme por lo que sucedió aquella mañana en mi cama. No debería haberlo hecho, pero no pude evitarlo, y ahora no puedo dejar de pensar en ello. Oye, bonita, cuando regrese no voy a presionarte en ese tema. Después de todo lo que habíamos hablado, no debería haberlo hecho, ¿de acuerdo? Pero no puedo dejar de pensar en ello, y eso es lo que hace que me sienta peor. Desearía haber sido más paciente y comprensivo contigo aunque, por otro lado, desearía haber llegado más lejos. ¡Maldita sea, este lugar está volviéndome loco! Soy un manojo de nervios y me siento confuso. Sólo puedo pensar en tu casa, en ti sentada al piano. Anoche puse el disco de Chopin pero no pude resistirlo y tuve que apagar el tocadiscos. Cuando me encuentre mejor grabaré en una cinta Dulces Recuerdos y te la mandaré, ¿te parece bien, bonita? Esa canción lo dice todo. Tú, deslizándote en la oscuridad de mis sueños y deambulando de cuarto en cuarto, encendiendo cada luz. Creo que no podré aguantar hasta junio sin verte. Probablemente me escaparé y apareceré en la puerta de tu casa. ¿Tienes vacaciones de Semana Santa, no? Entonces, ¿no podrías venir? Bueno, tengo que irme. Jeff y yo actuamos esta noche, pero nada de chicas después. Es una promesa.

Te echo de menos.

Brian

Theresa se pasó media hora leyendo la carta sin parar. Aunque la emocionaba cada una de sus líneas, volvía una y otra vez a la pregunta sobre las vacaciones de Semana Santa. ¿Qué dirían sus padres si decidía ir? El pensamiento la irritaba y le producía un profundo malestar. A su edad, y tener que contárselo a sus padres. Nunca se había imaginado que los hombres escribieran cartas así, sin ocultar en lo más mínimo sus sentimientos.

No quería enviar a Brian una foto suya. Pero, ahora que sabía el alivio que le produjo ver su foto, sentirle más cerca, se dio cuenta de que probablemente a él le sucedería lo mismo. Sacó una de sus fotos, pero vaciló por un momento. Era una foto en color, y ella habría preferido una en blanco y negro. La cámara había registrado cada una de sus pecas cobrizas, cada uno de sus horribles rizos rojos y la amplitud de sus pechos. Aun así, era el mismo aspecto que tenía cuando la conoció y, al parecer, Brian había descubierto en ella que le agradaba. Junto con la fotografía, Theresa envió la primera carta de amor de su vida.

Querido Brian:

La casa me parece vacía desde que te fuiste. Las clases me ayudan pero nada más cruzar la puerta de la cocina, me invaden los recuerdos y de repente desearía vivir en otro sitio para no verte por todas partes. Las flores que has mandado son, sencillamente, hermosas. Me gustaría que hubieses visto la cara que puso mamá al verlas (y la mía al ver que no eran para mí). Naturalmente, a continuación se pegó al teléfono y llamó a toda la familia para contarles lo que había enviado «ese chico tan considerado».

En realidad no me ha disgustado que las flores no fueran para mí, porque lo que recibí dos días después fue más precioso que cualquier maravilla de la naturaleza.

Gracias por tu foto. La he puesto junto a «La Maestra» que la guarda fielmente. Cuando leí tu carta me sorprendió bastante ver cómo te sentías, pues exactamente así me siento yo. Tocar el piano es horrible; mis dedos quieren encontrar las notas del Nocturno pero, en cuanto toco unos cuantos compases, tengo que dejarlo. Las canciones de la radio que escuchamos juntos me producen un efecto parecido. Me he distanciado de mis padres y de Amy, a pesar de lo mal que me siento encerrada en mi cuarto por las noches. Pero, si no puedo estar contigo, no me apetece estar con nadie.

Es realmente duro para mí sacar a relucir este tema, pero quiero dejar las cosas claras. Sé que soy muy ingenua e inexperta y, cuando pienso en lo gazmoña que soy con cosas tan inocentes como las que hicimos, me doy cuenta de que estoy paranoica y… bueno, ya me comprendes. Quiero ser diferente para ti, así que he decidido hablar con la psicóloga del colegio de mi «problema».

¿Decías en serio lo de Semana Santa? He leído esa parte de tu carta cientos de veces, y en todas ellas el corazón comenzó a saltarme en el pecho. Si fuera, me temo que esperarías de mí cosas para las que no estoy segura de estar preparada todavía. Sé que debe parecerte que estoy hecha un lío, diciendo en un renglón que quiero cambiar y en el siguiente que estoy chapada a la antigua. Pero sé también que mis padres se llevarían una sorpresa si su pequeña Theresa anunciase que se iba a pasar la Semana Santa con Brian. Mamá ya me pone histérica a veces tal y como están las cosas, dándole motivos sería peor.

Te mando mi horrible foto, sacada en octubre, en el colegio con los alumnos de mi clase. Tú dices que mi pelo es del color de las flores, pero yo sigo opinando que es del color de las zanahorias. En todo caso, ahí la tienes. Te echo mucho de menos.