Pero sobre todos los demás la dominaba el pensamiento de que su hijo era el Kwisatz Haderach, aquel que podía estar en muchos lugares al mismo tiempo. Era el sueño Bene Gesserit convertido en realidad. Y aquella realidad no le proporcionaba ninguna paz.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Chani.
Jessica agitó la cabeza.
—Hay en cada uno de nosotros —dijo Paul— una antigua fuerza que toma, y una antigua fuerza que da. Ya le es muy difícil a un hombre afrontar aquel lugar dentro de sí mismo donde reina la fuerza que toma, pero le es casi imposible contemplar la fuerza que da sin transformarse en algo distinto a un hombre. Para una mujer, la situación es exactamente a la inversa.
Jessica alzó los ojos, viendo a Chani que la observaba a ella mientras escuchaba a Paul.
—¿Me comprendes, madre? —preguntó Paul.
Ella pudo tan sólo asentir con la cabeza.
—Estas cosas dentro de nosotros son tan antiguas —dijo Paul — que están difundidas por todas las células de nuestros cuerpos. Somos modelados por estas fuerzas. Uno puede decirse a sí mismo:
«Sí, comprendo como puede ser esta cosa.» Pero cuando uno mira dentro de sí mismo y debe afrontar las fuerzas primordiales de nuestra existencia, entonces es cuando ve el peligro. El mayor peligro del que da, es la fuerza del que toma. El mayor peligro del que toma, es la fuerza que da. Es tan fácil ser arrollado por la fuerza que da, como por la que toma.
—Y tú, hijo mío —preguntó Jessica—, ¿eres uno de los que da o uno de los que toma?
—Soy exactamente el fulcro. No puedo dar sin tomar y no puedo tomar sin… —se interrumpió, mirando hacia la pared a su derecha.
Chani sintió un soplo de aire rozarle su mejilla, y se volvió para ver cerrarse los cortinajes.
—Era Otehym —dijo Paul—. Estaba escuchando.
Aceptando aquellas palabras, Chani se sintió tocada por algo de la presciencia que había en Paul, y supo algo que aún no había ocurrido como si fuera un acontecimiento del pasado. Otheym hablaría de cuanto había visto y oído. Otros difundirían la historia, hasta que se esparciría como una mar de llamas por todo el planeta. Paul-Muad’Dib no es como los demás hombres, dirían. Ya no hay la menor duda. Es un hombre, y sin embargo puede ver a través del Agua de vida como una Reverenda Madre. Es realmente el Lisan al-Gaib.
—Tú has visto el futuro, Paul —dijo Jessica—. ¿Puedes decirnos lo que has visto?
—No el futuro —dijo él—. He visto el Ahora. —Se obligó a sentarse, rechazando la ayuda de Chani que avanzaba hacia él —. El espacio por encima de Arrakis está repleto de naves de la Cofradía.
Jessica tembló ante la firmeza de su voz.
—Incluso el propio Emperador Padishah está aquí —dijo Paul. Miró el techo rocoso de la celda—. Con su Decidora de Verdad favorita y cinco legiones de Sardaukar. El viejo Barón Vladimir Harkonnen está aquí con Thufir Hawat a su lado y siete naves repletas con todos los hombres que ha podido reclutar. Cada Gran Casa tiene sus tropas encima nuestro… esperando.
Chani agitó la cabeza, incapaz de apartar su mirada de Paul. El extraño halo que emanaba de él, la atonía de su voz, la forma en que la miraba, como si lo hiciera a través de ella, la fascinaban.
Jessica intentó tragar saliva, pero su garganta estaba seca.
—¿Qué es lo que están esperando? —dijo.
Paul volvió su mirada hacia ella.
—El permiso de la Cofradía para aterrizar. La Cofradía abandonará en Arrakis a cualquier fuerza que aterrice sin su permiso.
—¿La Cofradía está protegiéndonos? —preguntó Jessica.
—¡Protegiéndonos! Ha sido la Cofradía quien ha creado esta situación, divulgando lo que estamos haciendo en Arrakis y bajando las tarifas del transporte de tropas hasta el punto que incluso las Casas más pobres están ahí arriba, a la espera de poder saquear algo.
Jessica notó la ausencia de amargura en lo que decía, y se preguntó la razón. No había duda en sus palabras… había hablado con la misma fuerza que la noche que le había revelado la vía del futuro que les llevaría hasta los Fremen.
Paul inspiró profundamente.
—Madre, debes cambiar una cantidad del Agua para nosotros. Necesitamos el catalizador. Chani, quiero que se envíe una patrulla de exploradores al desierto… que encuentren una masa de preespecia. Si echamos una cantidad del Agua de Vida sobre una masa de preespecia, ¿sabes lo que ocurrirá?
Jessica sopesó un instante sus palabras, luego comprendió bruscamente.
—¡Paul! —exclamó.
—El Agua de Muerte —dijo él—. Será una reacción en cadena —apuntó un dedo hacia el suelo—. Esparcirá la muerte entre los pequeños hacedores, destruyendo un vector del ciclo vital que comprende la especia y los hacedores. Arrakis se convertirá en una desolación… sin especia ni hacedores.
Chani se llevó una mano a la boca, aterrada e incapaz de hablar ante la blasfemia surgida de labios de Paul.
—Quién puede destruir algo es quien lo controla —dijo Paul —. Nosotros podemos destruir la especia.
—¿Qué es lo que detiene la mano de la Cofradía? —susurró Jessica.
—Están buscándome —dijo Paul—. ¡Piensa en ello! Los mejores navegantes de la Cofradía, hombres que pueden explorar a través del tiempo en busca de las rutas más seguras para los más veloces Cruceros, todos están buscándome… y son incapaces de encontrarme. ¡Cómo tiemblan! ¡Saben que aquí tengo su secreto! —Paul se levantó sus manos, formando una copa—. ¡Sin la especia están ciegos!
Chani encontró su voz.
—¡Has dicho que veías el ahora!
Paul se tendió de nuevo, escrutando las dimensiones del presente, cuyos limites se extendían hacia el futuro y el pasado, luchando para conservar la presciencia mientras comenzaba a desvanecerse en su interior el efecto de la especia.
—Ve y haz lo que te he ordenado —dijo—. El futuro es tan confuso para mi como lo es para la Cofradía. Las líneas de visión se restringen. Todas se concentran aquí donde está la especia… pero ellos nunca se habían atrevido a intervenir antes… por miedo a que su interferencia les hiciera perder aquello que necesitaban absolutamente. Pero ahora están desesperados. Todos los caminos se hunden en las tinieblas.
CAPÍTULO XLVI
Y llegó el día en el cual Arrakis se encontró en el centro del universo, con todo lo demás girando a su alrededor.
—¡Mira esto! —susurró Stilgar.
Paul estaba tendido a su lado, en una hendidura que se abría en la pared superior de la Muralla Escudo, con los ojos pegados al ocular de un telescopio Fremen. Las lentes de aceite estaban enfocadas sobre un transporte ligero que se destacaba contra las luces del alba, en la depresión bajo ellos. La cara de la espacionave que daba al este brillaba ya a los resplandores de la luz del sol, mientras la otra estaba aún inmersa en las sombras, ofreciendo las hileras de sus lucernas a través de las cuales resplandecía la amarilla luz de los globos encendidos durante la noche. Más allá de la nave, la ciudad de Arrakeen yacía inmóvil, gélida y brillante a la luz del naciente sol.
No era el transporte lo que había excitado a Stilgar, se dijo Paul, sino la construcción de la cual la nave era tan sólo el pilar central. Una única y gigantesca estructura metálica de varios pisos que se extendía alrededor de la nave en un radio de al menos mil metros, una enorme tienda compuesta de planchas metálicas ensambladas… la residencia temporal de cinco legiones de Sardaukar y de su Majestad Imperial, el Emperador Padishah Shaddam IV.