—La única forma conocida de matar y conservar un gusano completo consiste en aplicar shocks eléctricos de alto voltaje a cada segmento separadamente —dijo Kynes—. Es posible aturdirlos y despedazarlos mediante explosivos, pero cada segmento conserva vida propia. Exceptuando las atómicas, no conozco ningún explosivo lo suficientemente potente como para destruir por completo un gusano. Su resistencia es increíble.
—¿Por qué no se ha hecho ningún esfuerzo por exterminarlos? —preguntó Paul.
—Sería demasiado caro —dijo Kynes—. Hay mucha área que cubrir.
Paul se echó hacia atrás en su rincón. Su sentido de la verdad, la percepción de la más pequeña variación de tonalidad, le decía que Kynes estaba mintiendo, o al menos decía tan sólo media verdad. Y pensó: Si hay una relación entre la especia y los gusanos, matar los gusanos podría significar destruir la especia.
—Muy pronto, nadie estará expuesto a tener que salvarse por sí mismo en el desierto —dijo el Duque—. Bastará accionar este pequeño transmisor colgado del cuello, y los socorros se precipitarán en su ayuda. En pocos días todos nuestros trabajadores lo llevarán. Organizaremos un servicio especial de salvamento.
—Muy loable —dijo Kynes.
—Vuestro tono indica que no estáis de acuerdo —dijo el Duque.
—¿De acuerdo? Por supuesto que estoy de acuerdo, pero no será de mucha ayuda. La electricidad estática de las tormentas de arena enmascara la mayor parte de las señales. Las transmisiones quedan fuera de uso. Ya ha sido experimentado, ¿sabéis? Arrakis consume mucho equipo. Y si un gusano le está atacando a uno, no dispone de mucho tiempo. Frecuentemente, no más de quince o veinte minutos.
—¿Qué aconsejaríais vos? —preguntó el Duque.
—¿Pedís mi consejo?
—Como planetólogo, si.
—¿Y estaríais dispuesto a seguirlo?
—Si lo considero sensato.
—Muy bien, mi Señor. No viajéis jamás solo.
El Duque distrajo su atención de los mandos.
—¿Eso es todo?
—Eso es todo. No viajéis jamás solo.
—¿Y qué ocurre si uno se ve separado de los demás por una tormenta y obligado a posarse? —preguntó Halleck—. ¿No hay nada que hacer?
—Nada es un término que cubre mucho territorio.
—¿Pero qué haríais vos? —preguntó Paul.
Kynes se volvió hacia el muchacho, mirándole fríamente, y luego volvió de nuevo su atención al Duque.
—Ante todo, intentaría proteger la integridad de mi destiltraje. Si me encontrase entre las rocas, en una zona no batida por los gusanos, permanecería junto al vehículo. Pero si me encontrara en la arena, en una zona abierta, me alejaría de la nave lo más rápidamente posible. Unos mil metros sería suficiente. Después me escondería bajo mi ropa. El gusano tendría mi aparato, pero no me tendría a mí.
—¿Y después? —preguntó Halleck.
Kynes se alzó de hombros.
—Esperaría a que el gusano se marchara.
—¿Eso es todo? —preguntó Paul.
—Cuando el gusano se ha alejado, uno puede intentar salvarse caminando —dijo Kynes—. Hay que caminar pausadamente, evitando los tambores de arena, las depresiones de marea, y dirigirse directamente hacia la zona rocosa más cercana. Hay muchas de estas zonas. Es posible conseguirlo.
—¿Los tambores de arena? —preguntó Halleck.
—Es un efecto de la compresión de la arena —dijo Kynes—. Incluso los pasos más ligeros la hacen retumbar. Y los gusanos acuden de todas partes.
—¿Y las depresiones de marea? —preguntó el Duque.
—Algunas depresiones del desierto se han ido llenando a través de los siglos hasta quedar completamente repletas de arena. Algunas son tan amplias que en su interior se producen corrientes y mareas. Se tragan a todo aquel que se adentra en ellas.
Halleck se echó hacia atrás, tomó su baliset y lo pulsó. Cantó:
Se interrumpió y se inclinó hacia adelante:
—Una nube de polvo ante nosotros, Señor.
—La he visto, Gurney.
—Es lo que estamos buscando —dijo Kynes.
Paul se alzó en su asiento, aguzando los ojos, y vio una nube amarillenta que giraba sobre la superficie del desierto, a unos treinta kilómetros delante de ellos.
—Es uno de vuestros tractores factoría —dijo Kynes—. Está en el suelo, lo cual quiere decir que trabaja en la especia. La nube es arena que es expulsada después de ser centrifugada para extraer la especia. No hay ninguna otra nube que se asemeje a ésta.
—Hay algo volando encima de ella —dijo el Duque.
—Veo dos… tres… cuatro rastreadores —dijo Kynes—. Vigilan por si hay señales de gusanos.
—¿Señales de gusanos? —preguntó el Duque.
—Al avanzar hacia el tractor, el gusano crea una ondulación en la arena. Pero en ocasiones se desplaza a bastante profundidad, de modo que la ondulación es invisible, y por eso los rastreadores van provistos también de sondas sísmicas. — Kynes escrutó el cielo—. Tendría que haber un ala de acarreo por ahí cerca, pero no la veo.
—El gusano siempre termina llegando, ¿no? —preguntó Halleck.
—Siempre.
Paul se inclinó, tocando el hombro de Kynes.
—¿Cuánto territorio suele cubrir cada gusano?
Kynes frunció las cejas. El muchacho no dejaba de hacer preguntas de adulto.
—Depende del tamaño del gusano.
—¿En qué proporción? —preguntó el Duque.
—Los más grandes pueden controlar hasta trescientos, cuatrocientos kilómetros cuadrados. Los más pequeños… —se interrumpió, mientras el Duque conectaba bruscamente los chorros de freno. El aparato cabrioleó, los chorros de cola se apagaron, las alas se distendieron al máximo y comenzaron a batir el aire. El aparato se convirtió en un auténtico tóptero mientras el Duque lo inmovilizaba en el aire, manteniendo al mínimo el batir de las alas y señalando un punto con su mano izquierda, más allá del tractor, en dirección este.
—¿Es la señal de un gusano?
Kynes se inclinó delante del Duque para escrutar a lo lejos. Paul y Halleck se juntaron más, mirando en la misma dirección, y Paul notó que su escolta, cogida por sorpresa por la repentina maniobra, había seguido adelante y ahora daba un amplio giro para volver a su lado. El tractor factoría estaba delante de ellos, distante aún unos tres kilómetros.
Allí donde había señalado el Duque, entre las medias lunas de las dunas que se perdían en el horizonte, se movía una especie de montículo que formaba una línea recta que se perdía en lontananza. A Paul le recordó la estela que deja un enorme pez al nadar rozando la superficie del agua.
—Un gusano —dijo Kynes—. Uno de los grandes. —Se volvió, tomó el micrófono del cuadro de mandos, conectó una nueva frecuencia, consultó el mapa deslizable sujeto entre dos rollos sobre sus cabezas, y habló ante el micrófono—: Llamando al tractor en Delta Ajax nueve. Señales de gusano. Tractor en Delta Ajax nueve. Señales de gusano. Respondan, por favor. —Aguardó.
El altoparlante emitió un chasquido, y luego una voz dijo:
—¿Quién llama a Delta Ajax nueve? Cambio.
—Parece que se lo toman con calma —dijo Halleck.
—Vuelo no registrado, al nordeste de ustedes y a una distancia de tres kilómetros —dijo Kynes ante el micrófono—. Señales de gusano en ruta de intersección, contacto estimado en unos veinticinco minutos.
Otra vez resonó en el altoparlante:
—Aquí Control de Rastreo. Observación confirmada. Permanezcan en línea para confirmar el contacto. —Una pausa, y luego—: Contacto en veintiséis minutos. —El cálculo había sido correcto—. ¿Quién se halla a bordo del vuelo no registrado? Cambio.