La hija del fabricante de destiltrajes, sentada entre Paul y su padre al otro extremo de la mesa, hizo una mueca con su hermosa cara y frunció el ceño.
—Oh, Suu-Suu, decís las cosas más disgustantes —exclamó.
El banquero sonrió.
—Me llaman Suu-Suu porque soy el consejero de finanzas del Sindicato de Vendedores Ambulantes de Agua —y, como Jessica continuara mirándole en silencio, añadió: Porque este es el grito de los vendedores de agua: «¡Suu-Suu-Suuk!» —e imitó la llamada con tanta perfección que muchos alrededor de la mesa se echaron a reír.
Jessica percibió la jactancia en su tono de voz, pero notó también que la joven había intervenido como obedeciendo a una señal, algo convenido para dar pie al banquero a decir lo que había dicho. Miró a Lingar Bewt. El magnate del agua estaba ceñudo, concentrado en su comida. Y Jessica se dio cuenta de que en realidad el banquero había dicho: «Yo también controlo la última fuente de poder en Arrakis… el agua.»
Paul había notado la falsedad en la voz de su compañera de mesa, y observó que su madre seguía la conversación con una intensidad Bene Gesserit.
Impulsivamente, decidió contraatacar, acorralar al adversario. Se dirigió al banquero.
—¿Queréis decir acaso, señor, que todos esos pájaros son caníbales?
—Esa es una extraña pregunta, joven amo —dijo el banquero —. He dicho tan sólo que esos pájaros beben sangre. No es necesario que sea la sangre de los de su propia clase, ¿no es cierto?
—Mi pregunta no era extraña —dijo Paul, y Jessica notó la cortante agudeza de su réplica, fruto de su adiestramiento—. Casi todas las personas instruidas saben que para un organismo joven la máxima competencia procede de los seres de su propia especie —deliberadamente, clavó el tenedor en un bocado del plato de su compañera y lo introdujo en su boca—. Comen del mismo plato. Sus necesidades son idénticas.
El banquero se envaró y miró ceñudamente al Duque.
—No cometáis el error de considerar a mi hijo como un niño —dijo el Duque. Y sonrió.
Jessica recorrió la mesa con la vista, observando que Bewt estaba algo más alegre, y que Kynes y el contrabandista, Tuek, sonreían.
—Hay una ley ecológica —dijo Kynes— que el joven amo parece haber comprendido muy bien. La lucha entre los distintos elementos de la vida y la lucha por la energía libre de un sistema. La sangre es una fuente de energía muy eficiente.
El banquero depositó su tenedor y cuando habló, lo hizo en tono irritado.
—Se dice que la escoria Fremen bebe sangre de sus muertos.
Kynes agitó la cabeza y dijo, en tono doctoraclass="underline"
—No la sangre, señor. Pero toda el agua de un hombre, en último término, pertenece a su pueblo… a su tribu. Es una necesidad cuando se vive al borde de la Gran Llanura. Allí toda agua es preciosa, y el cuerpo humano está compuesto por un setenta por ciento de su peso en agua. Un hombre muerto, con toda seguridad, ya no la necesita.
El banquero posó sus manos sobre la mesa, a uno y otro lado del plato, y Jessica pensó que iba a echar la silla hacia atrás y levantarse para irse, en un gesto de rabia.
Kynes miró a Jessica.
—Perdonad, mi Dama, por hablar de un tema tan desagradable en la mesa, pero se había dicho una falsedad y era necesario aclarar las cosas.
—Habéis permanecido tanto tiempo con los Fremen que habéis perdido toda sensibilidad —graznó el banquero.
Kynes le observó tranquilamente, estudiando su rostro pálido y tembloroso.
—¿Estáis desafiándome, señor?
El banquero se envaró. Tragó saliva, y dijo apresuradamente:
—Por supuesto que no. Jamás me permitiría insultar así a nuestros anfitriones.
Jessica captó el miedo en la voz del hombre, lo leyó en su rostro, en su respiración, en el latir de una vena en su sien. ¡El hombre se sentía aterrorizado por Kynes!
—Nuestros anfitriones son enteramente capaces de decidir por sí mismos cuándo son insultados —dijo Kynes—. Son gente valerosa que sabe cuándo hay que defender el honor. Todos somos testigos de su valentía por el solo hecho de que están aquí… ahora… en Arrakis.
Jessica vio que Leto estaba saboreando aquel instante. La mayoría de los demás, no. La gente, en torno a la mesa, parecía dispuesta a salir huyendo, con las manos ocultas bajo la mesa. Las únicas notables excepciones eran Bewt, que sonreía abiertamente ante la incómoda posición del banquero, y el contrabandista, Tuek, que parecía estudiar a Kynes en espera de su reacción. Jessica observó que Paul miraba a Kynes con clara admiración.
—¿Bien? —dijo Kynes.
—No quería ofenderos —murmuró el banquero—. Si he dado la impresión de ser ofensivo, os ruego aceptéis mis disculpas.
—Libremente dadas, libremente aceptadas —dijo Kynes. Sonrió a Jessica, y siguió como si no hubiera ocurrido nada.
Jessica observó que también el contrabandista se relajaba. Tomó buena nota de ello: aquel hombre había dado la impresión, durante toda la escena, de estar dispuesto a acudir en ayuda de Kynes si este lo hubiera necesitado. Existía un acuerdo de alguna clase entre Kynes y Tuek.
Leto jugueteaba con su tenedor, mirando especulativamente a Kynes. La actuación del planetólogo indicaba un cambio de actitud hacia la Casa de los Atreides. Kynes se había mostrado mucho más frío durante su viaje por el desierto.
Jessica pidió otra ronda de comida y bebida. Los servidores aparecieron con langues de lapins de garenne, vino tinto y una salsa de setas servida aparte.
Lentamente, las conversaciones de la cena se reanudaron, pero Jessica captó agitación en ellas, una cierta ansiedad, y vio que el banquero comía en un hosco silencio. Kynes le hubiera matado sin vacilar, pensó. Y se dio cuenta de que había una predisposición al homicidio en el comportamiento de Kynes. Podía matar fácilmente, y adivinó que esta era una característica de los Fremen.
Jessica se volvió hacia el fabricante de destiltrajes, a su izquierda, y dijo:
—No dejo de sentirme asombrada por la importancia del agua en Arrakis.
—Es muy importante —admitió el hombre— ¿Qué es ese plato? Es delicioso.
—Lenguas de conejo salvaje con una salsa especial —dijo ella—. Una receta muy antigua.
—Me gustaría tenerla —dijo el hombre.
Ella asintió.
—Os la haré enviar.
—Los recién llegados a Arrakis subestiman con frecuencia la importancia que tiene aquí el agua —dijo Kynes, mirando a Jessica—. Ya sabéis, debemos tener en cuenta la Ley del Mínimo.
Jessica se dio cuenta por el tono de su voz que aquellas palabras encerraban una prueba, y respondió:
—El crecimiento está limitado por la necesidad del elemento que se encuentra presente en menor cantidad. Y, naturalmente, la condición menos favorable es la que controla la tasa del crecimiento.
—Es raro encontrar a miembros de las Grandes Casas que estén al corriente de los problemas planetológicos —dijo Kynes —. En Arrakis, la condición más desfavorable para la vida es el agua. Y recordad que el propio crecimiento puede producir condiciones desfavorables a menos que sea conducido con extrema prudencia.
Jessica captó un mensaje oculto en las palabras de Kynes, pero no consiguió descifrarlo.
—El crecimiento —murmuró—. ¿Queréis decir que Arrakis podría tener un ciclo de agua mejor organizado que sustentara a los hombres bajo unas condiciones de vida más favorables?
—¡Imposible! —gruñó el magnate del agua.
Jessica desvió su atención hacia Bewt.
—¿Imposible?
—Imposible en Arrakis —dijo el hombre—. No escuchéis a ese soñador. Todas las pruebas de laboratorio están contra él.