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Una sonrisa distendió los labios de Piter.

—Y pensar, Barón, que el Emperador Padishah cree haber ofrecido al Duque vuestro planeta de especia. Qué divertido.

—Esta es una observación absurda —gruñó el Barón—. Lo dices para confundir al joven Feyd-Rautha, pero no es necesario confundir a mi sobrino.

El joven de la mirada triste se agitó en su silla, alisándose una arruga de sus medias negras. Después se enderezó, al oír una discreta llamada en la puerta, a sus espaldas.

Piter se arrancó de su silla, se dirigió a la puerta, y la abrió tan sólo lo suficiente como para tomar el cilindro de mensajes que le tendían. Volvió a cerrarla, desenrolló el cilindro y lo leyó. Rió en voz baja para sí mismo. Volvió a reír.

—¿Y bien? —preguntó el Barón.

—¡El idiota nos responde, Barón!

—¿Desde cuándo un Atreides rechaza la oportunidad de demostrar un gesto? —preguntó el Barón—. Bien, ¿qué es lo que dice?

—Se muestra más bien grosero, Barón. Se dirige a vos como «Harkonnen»… sin el «Sire et cher Cousin», sin ningún título, sin nada.

—Es un buen nombre —gruñó el Barón, y su voz traicionaba su impaciencia—. ¿Y qué es lo que dice mi querido Leto?

—Dice: «Tu oferta de una reunión es rehusada. He tenido que enfrentarme muchas veces con tus traiciones, todo el mundo lo sabe».

—¿Y? —preguntó el Barón.

—Dice: «El arte del kanly tiene aún sus admiradores en el seno del Imperio.» Y firma: «Duque Leto de Arrakis» —Piter se echó a reír—. ¡De Arrakis! ¡Oh, eso sí que es bueno!

—Cállate, Piter —dijo el Barón, y la risa del otro se cortó como si alguien hubiera accionado un conmutador—. ¿Kanly, dice? —preguntó—. Vendetta, ¿eh? Y ha empleado ese antiguo término tan rico en tradiciones para que yo entendiera bien lo que quería decir.

—Habéis hecho el gesto de paz —dijo Piter—. Las formas han sido observadas.

—Para ser un Mentat, Piter, hablas demasiado —dijo el Barón. Y pensó: Voy a tener que desembarazarme de él tan pronto como pueda. Casi ha sobrevivido a su utilidad. Miró a su Mentat asesino, al otro lado de la habitación, observando el detalle que la gente notaba en primer lugar: los ojos, dos hendiduras azules con un azul más intenso en su interior, unos ojos sin el menor blanco.

Una breve sonrisa cruzó el rostro de Piter. Era como la mueca de una máscara bajo aquellos ojos parecidos a dos profundos pozos.

—¡Pero, Barón! Nunca una venganza ha sido más hermosa. El plan constituye la traición más exquisita: hacer que Leto cambie Caladan por Dune… sin la menor alternativa, puesto que se trata de una orden del Emperador. ¡Vaya broma por vuestra parte!

—Hablas demasiado, Piter —dijo el Barón con voz fría.

—Pero es que soy feliz, mi Barón. Mientras que vos… vos habéis sido tocado por la envidia.

—¡Piter!

—¡Ajá, Barón! ¿No es lamentable que vos hayáis sido incapaz de imaginar por vos mismo ese delicado plan?

—Algún día haré que te estrangulen, Piter.

—Por supuesto, Barón. ¡En fin! Pero una buena acción nunca se pierde, ¿eh?

—¿Has masticado verite o semuta, Piter?

—La verdad sin miedo sorprende al Barón —dijo Piter. Su rostro se convirtió en la caricatura de una hilarante máscara—. ¡Ja, ja! Pero ved, Barón, puesto que soy un Mentat, sé el momento en que me mandaréis ejecutar. Evitad hacerlo mientras aún pueda seros útil. Ordenarlo prematuramente sería un despilfarro, puesto que yo aún os soy muy aprovechable. Sé algo que os ha enseñado ese adorable planeta, Dune: no despilfarrar nunca. ¿Es cierto, Barón?

El Barón continuó mirando a Piter.

Feyd-Rautha se estremeció en su silla. ¡Esos locos pendencieros!, pensó. Mi tío no puede hablarle a su Mentat sin discutir. ¿Creen que los demás no tenemos otra cosa que hacer que escuchar sus disputas?

—Feyd —dijo el Barón—. Cuando te invité aquí te dije que escucharas y aprendieras. ¿Estás aprendiendo?

—Sí, tío —la voz era prudente y respetuosa.

—A veces me pregunto acerca de Piter —dijo el Barón—. Yo causo dolor a los demás por necesidad, pero él… Juraría que disfruta positivamente con ello. Por mi parte, siento piedad hacia el pobre Duque Leto. El doctor Yueh actuará contra él muy pronto, y este será el fin de todos los Atreides. Pero seguramente Leto sabrá cuál es la mano que guía a aquel maleable doctor… y saberlo será para él una cosa terrible.

—Entonces, ¿por qué no habéis ordenado al doctor que le clavara un kindjal entre las costillas, serena y eficientemente? —preguntó Piter—. Habláis de piedad, pero…

—El Duque debe saber que soy yo quien le ha condenado — dijo el Barón—. Y las demás Grandes Casas deben saberlo también. Esto las frenará un poco. Así tendré algo más de campo para maniobrar. Es obviamente necesario, pero eso no quiere decir que me guste.

—¡Campo para maniobrar! —se mofó Piter—. Los ojos del Emperador se han posado ya en vos, Barón. Os movéis demasiado audazmente. Un día el Emperador enviará una o dos legiones de sus Sardaukar a desembarcar aquí, en Giedi Prime, y este será el fin del Barón Vladimir Harkonnen.

—Te gustaría verlo, ¿verdad, Piter? —preguntó el Barón—. Cuánto disfrutarías viendo las formaciones Sardaukar arrasando mis ciudades y saqueando este castillo. Estoy seguro de que gozarías enormemente.

—¿Tenéis necesidad de preguntarlo, Barón? —susurró Piter.

—Tendrías que haber sido Bashar de uno de sus Cuerpos — dijo el Barón—. Estás tan interesado en la sangre y el dolor. Quizá me he precipitado demasiado con mi promesa del botín de Arrakis.

Piter se movió a través de la estancia con pasos curiosamente cortos, deteniéndose directamente detrás de Feyd-Rautha. La atmósfera de la habitación era tensa, y el joven alzó los ojos hacia Piter con un fruncimiento de cejas.

—No juguéis con Piter, Barón —dijo Piter—. Me prometísteis a Dama Jessica. Me lo prometísteis.

—¿Para qué, Piter? —preguntó el Barón—. ¿Para el dolor?

Piter le miró, hundiéndose en el silencio.

Feyd-Rautha movió su silla a suspensor hacia un lado.

—Tío, ¿tengo que quedarme? Dijiste que…

—Mi querido Feyd-Rautha se impacienta —dijo el Barón. Se movió entre las sombras tras la esfera—. Paciencia, Feyd —y volvió su atención hacia el Mentat—. ¿Y el Duquecito, querido Piter, el chico Paul?

—La trampa le traerá directamente a nuestras manos, Barón —murmuró Piter.

—Esta no es mi pregunta —dijo el Barón—. Te recuerdo que predijiste que aquella bruja Bene Gesserit le daría una hija al Duque. Te equivocaste, ¿eh, Mentat?

—No suelo equivocarme a menudo, Barón —dijo Piter, y por primera vez hubo miedo en su voz—. Aceptadme esto: no me equivoco a menudo. Y vos sabéis bien que esas Bene Gesserit engendran generalmente hijas. Incluso la consorte del Emperador únicamente ha producido hembras.

—Tío —dijo Feyd-Rautha—, dijiste que aquí habría algo importante para mí y…

—Oíd a mi sobrino —dijo el Barón—. Aspira a controlar mi baronía y ni siquiera sabe controlarse a sí mismo —se movió tras la esfera, una sombra entre las sombras—. Bien, Feyd- Rautha Harkonnen, te he hecho venir aquí con la esperanza de poder enseñarte un poco de sabiduría. ¿Has observado a nuestro buen Mentat? Tendrías que haber extraído algo de nuestra conversación.

—Pero, tío…

—Un Mentat muy eficiente, ese Piter, ¿no crees, Feyd?

—Sí, pero…

—¡Ah! ¡Ahí está: pero…! Consume demasiada especia, la come como si fueran bombones. ¡Mira sus ojos! Se diría que acaba de llegar directamente de una excavación arrakena. Eficiente, ese Piter, pero también emotivo e inclinado a crisis apasionadas. Eficiente, ese Piter, pero también capaz de equivocarse.