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¡Yueh!, pensó Leto. ¡Ha saboteado los generadores de la casa! ¡Estamos al descubierto!

Yueh avanzó hacia él, guardando en su bolsillo una pistola de agujas.

Leto descubrió que aún era capaz de hablar y jadeó:

—¡Yueh! ¿Cómo es posible? —entonces la parálisis alcanzó sus piernas y se derrumbó al suelo, con la espalda apoyada contra la pared.

El rostro de Yueh estaba lleno de tristeza cuando se inclinó sobre él y tocó la frente de Leto. El Duque descubrió que aún podía sentir el contacto pero que este era remoto… apagado.

—La droga de esta aguja es selectiva —dijo Yueh—. Podéis hablar, pero os aconsejo que no lo hagáis. —Lanzó una ojeada a lo largo del corredor y luego volvió a inclinarse sobre Leto, arrancó la aguja y la arrojó lejos. El sonido de la aguja sobre el pavimento le pareció a los oídos del Duque lejano, sofocado.

No puede ser Yueh, pensó Leto. Está condicionado.

—¿Cómo es posible? —susurró.

—Lo siento, mi querido Duque, pero hay cosas mucho más fuertes que esto —tocó el tatuaje diamantino de su frente—. Yo mismo lo encuentro muy extraño, una manifestación de mi consciencia pirética, pero quiero matar a un hombre. Sí, lo quiero realmente. Y nada podrá detenerme. —Miró al Duque—. Oh, no a vos, mi querido Duque. El barón Harkonnen. Es el Barón a quien quiero matar.

—Bar… ón Har…

—Calmaos, por favor, mi pobre Duque. No os queda mucho tiempo. Ese diente que os implanté tras vuestra caída en Narcal… debo sustituirlo. Dentro de un momento os adormeceré y os reemplazaré ese diente. —Abrió la mano, contemplando algo que tenía en ella—. Un duplicado exacto, con una exquisita imitación del nervio en el centro. Escapará a todos los detectores habituales, e incluso a un examen profundo. Pero si apretáis violentamente vuestra mandíbula, la capa externa se rompe. Entonces, si expeléis muy fuerte el aliento, difundiréis a vuestro alrededor un gas letal… absolutamente letal.

Leto miró a Yueh y captó la locura en los ojos del hombre, la transpiración goteando a lo largo de su frente hasta su mentón.

—Estáis condenado de todos modos, mi pobre Duque —dijo Yueh—. Pero, antes de morir, debéis acercaros al Barón. El creerá que estáis embrutecido por las drogas y que es imposible cualquier ataque por vuestra parte. Y vos estaréis, efectivamente, drogado e inmovilizado. Pero un ataque puede asumir las formas más extrañas. Y vos recordaréis el diente.

El viejo doctor se inclinó más y más hacia su rostro, y su caído bigote dominó el ofuscado campo de visión de Leto.

—El diente —murmuró Yueh.

—¿Por qué? —jadeó Leto.

Yueh apoyó una rodilla en el suelo, al lado del Duque.

—He concluido un pacto de shaitán con el Barón. Y debo asegurarme de que ha cumplido su parte. Cuando le vea, lo sabré. Cuando mire al Barón, entonces sabré. Pero no puedo presentarme a él sin haber pagado el precio. Vos sois el precio, mi pobre Duque. Y cuando le vea lo sabré. Mi pobre Wanna me ha enseñado muchas cosas, y una de ellas es la certeza de la verdad cuando la tensión es grande. No siempre puedo hacerlo, pero cuando vea al Barón… entonces sabré.

Leto intentó ver el diente en la palma de la mano de Yueh. Todo aquello era una pesadilla… no podía ser real.

—Yo no conseguiré acercarme al Barón, de otro modo lo hubiera hecho yo mismo. No, él permanecerá a prudente distancia. Pero vos… ¡ah, vos, mi adorada arma! Querrá veros muy de cerca… para reírse de vos, para gozar un poco con vos.

Leto estaba casi hipnotizado por un músculo en el lado izquierdo de la mandíbula de Yueh. El músculo se contraía cada vez que el hombre hablaba.

El doctor se acercó aún más.

—Y vos, mi buen Duque, mi precioso Duque, debéis recordar este diente —se lo mostró, sujetándolo entre el índice y el pulgar—. Será todo lo que quedará de vos.

La boca de Leto se movió sin que ningún sonido surgiera de ella.

—Rehúso —dijo al fin.

—¡Oh, no! No podéis rehusar. Porque, a cambio de este pequeño servicio, voy a hacer algo por vos. Voy a salvar a vuestro hijo y a vuestra mujer. Nadie más que yo puede hacerlo. Serán conducidos a un lugar donde ningún Harkonnen podrá alcanzarles.

—¿Cómo… pueden… ser… salvados? —susurró Leto.

—Haciendo creer que han muerto, y llevándoles secretamente con gente que sacan un cuchillo al solo nombre de los Harkonnen, que odian a los Harkonnen hasta el punto que quemarían las sillas donde se ha sentado un Harkonnen o esparcirían la sal por donde ha caminado un Harkonnen. —Tocó la mandíbula de Leto—. ¿Sentís algo en vuestra mandíbula?

El Duque descubrió que no podía contestar. Sintió una lejana sensación de tirón, y vio a Yueh sujetando en su mano el anillo ducal.

—Para Paul —dijo Yueh—. Ahora entraréis en la inconsciencia. Adiós, mi pobre Duque. Cuando nos encontremos la próxima vez no tendremos tiempo para charlar.

Un frío glacial remontó de la mandíbula de Leto hacia sus mejillas. Las sombras del corredor parecieron concentrarse en un punto, con los labios púrpura de Yueh destacando en su centro.

—¡Recordad el diente! —susurró Yueh—. ¡El diente!.

CAPÍTULO XIX

Debería existir una ciencia del descontento. La gente necesita tiempos difíciles y de opresión para desarrollar sus músculos físicos.

De «Frases escogidas de Muad’Dib», por la Princesa Irulan.

Jessica se despertó en la oscuridad, con una vaga premonición en el silencio que la rodeaba. No comprendía por qué su mente y su cuerpo estaban tan entumecidos. Su piel se estremeció ante el miedo que corría a lo largo de sus nervios. Pensó que tenía que sentarse y encender la luz, pero algo frenaba esta decisión. En su boca había un sabor… extraño.

¡Dump-dump-dump-dump!

Había un sonido apagado, procedente de algún lugar en la oscuridad.

Hubo un momento de espera que pareció eterno, con roces y movimientos.

Comenzó a percibir su cuerpo, la presión de unas ligaduras contra sus tobillos y sus muñecas, una mordaza en su boca. Estaba tendida sobre un costado, con las manos a su espalda. Probó las ligaduras, dándose cuenta de que eran fibras de krimskell, que se apretarían cada vez más a medida que intentara tirar de ellas.

Y entonces recordó.

Había habido un movimiento en la oscuridad de su dormitorio, algo húmedo y acre se había aplastado contra su rostro, oprimiéndole la boca, y había intentado apartarlo con las manos. Había jadeado, sintiendo el narcótico a la primera inspiración. Había perdido la consciencia, hundiéndose en un negro abismo de terror.

Ha ocurrido, pensó. Cuán simple ha sido vencer a una Bene Gesserit. Ha bastado la traición. Hawat tenía razón.

Se esforzó en no tirar de sus ligaduras.

Este no es mi dormitorio, pensó. Me han llevado a algún otro lugar.

Lentamente, recobró la calma.

Tomó consciencia del olor de su propio sudor, mezclado con la emanación química del miedo.

¿Dónde está Paul?, se preguntó. Mi hijo… ¿qué le han hecho?

Cálmate.

Se esforzó en calmarse, usando las antiguas enseñanzas.

¿Leto? ¿Dónde estás, Leto?

Observó una disminución en la oscuridad. Primero hubo sombras. Las dimensiones se separaron, aparecieron otras tantas agujas de percepción. Blanco. Una línea bajo la puerta.

Estoy en el suelo.

Gente andando. Sintió sus vibraciones en el suelo.

Jessica apartó de sí el recuerdo del terror. Debo permanecer tranquila, alerta y preparada. Podría presentarse una única oportunidad. Se obligó nuevamente a mantener su calma.