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—¿No deseáis liquidarlos vos mismo? —preguntó Caracortada.

Lee los labios, se dijo Jessica.

—Sigo el ejemplo de mi Barón —dijo Piter—. Llevadlos allá donde dijo el traidor.

Jessica captó el severo control Mentat en la voz de Piter. El también teme a la Decidora de Verdad.

Piter se encogió de hombros, se volvió y salió. Se detuvo en la puerta, y Jessica pensó que iba a volverse para mirarla una última vez, pero se fue sin hacerlo.

—No me gustaría hallarme cara a cara con esa Decidora de Verdad después del trabajo de esta noche —dijo Caracortada.

—No tienes ninguna posibilidad de encontrarte con esa vieja bruja —dijo uno de los otros soldados. Avanzó hacia Jessica, haciendo girar su cabeza—. No haremos nuestro trabajo quedándonos charlando aquí. Cógela por los pies y…

—¿Por qué no la matamos aquí? —preguntó Caracortada.

—Demasiado sucio —dijo el primero—. A menos que quieras estrangularla. Yo prefiero las cosas limpias. Los dejaremos en el desierto, como ha dicho el traidor, los golpearemos una o dos veces, y dejaremos la evidencia para los gusanos. Así, luego no tendremos que limpiar nada.

—Ya… sí, creo que tienes razón —dijo Caracortada.

Jessica escuchaba, observando, registrando. Pero la mordaza le impedía usar la Voz, y además había que tener en cuenta al sordo.

Caracortada enfundó su láser y la cogió por los pies. La levantaron como un saco de cereales, maniobrando a través de la puerta, y la dejaron caer en una litera a suspensor donde había otra figura atada. Al girarla para evitar que cayese, pudo ver el rostro de su compañero… ¡Paul! Estaba atado, pero no amordazado. Su rostro estaba a no más de diez centímetros del suyo, con los ojos cerrados y respirando regularmente.

¿Está drogado?, se preguntó.

Los soldados levantaron la litera, y los ojos de Paul se abrieron por una fracción de segundo… dos líneas oscuras que la miraron.

¡No debe utilizar la Voz!, rogó ella. ¡El soldado sordo!

Los ojos de Paul se cerraron.

Había utilizado la respiración controlada para calmar su mente, sin dejar de escuchar a sus captores. El sordo constituía un problema, pero Paul contenía su desesperación. El régimen de apaciguamiento mental Bene Gesserit que su madre le había enseñado le mantenía perfectamente despierto y calmado, dispuesto para aprovechar la menor oportunidad.

Paul entreabrió de nuevo rápidamente sus párpados para inspeccionar el rostro de su madre. No parecía herida. Pero estaba amordazada.

Se preguntó quién la habría capturado. En cuanto a él, la cosa estaba perfectamente clara… se había ido a la cama después de tomar una pastilla prescrita por Yueh, para despertarse atado en aquella litera. ¿Quizá había ocurrido algo parecido con su madre? La lógica le decía que el traidor era Yueh, pero aún no podía pronunciarse definitivamente sobre aquel punto. No podía comprenderlo… un doctor Suk, un traidor.

La litera se inclinó ligeramente mientras los soldados Harkonnen maniobraban para franquear una puerta que conducía a la noche estrellada. Una boya suspensora raspó contra el quicio. Después estuvieron sobre la arena, que chirrió bajo sus pasos. El ala de un tóptero apareció ante ellos, bloqueando las estrellas. La litera fue depositada en el suelo.

Los ojos de Paul se adaptaron a la débil claridad. Reconoció al soldado como al hombre que abría la puerta del tóptero y se inclinaba hacia la débil iluminación verdosa del tablero de sus instrumentos.

—¿Es este el tóptero que se supone debemos utilizar? — preguntó, volviéndose para observar los labios de sus compañeros.

—El traidor ha dicho que era uno de los que estaban preparados para el desierto —dijo Otro.

Caracortada asintió.

—Pero es uno de los utilizados para distancias cortas. No hay espacio más que para dos ahí dentro.

—Dos son suficientes —dijo el que llevaba la litera, acercándose al sordo y poniéndose frente a él para que pudiera leer sus labios—. Nosotros podemos encargarnos de ellos a partir de ahora, Kinet.

—El Barón me dijo que me asegurara de lo que les ocurría a esos dos —dijo Caracortada.

—Ella es una bruja Bene Gesserit —dijo el sordo—. Tiene poderes.

—Ahhh… —el hombre hizo una seña a su compañero, señalándose la oreja—. Una de esas, ¿eh? Ya veo lo que quieres decir.

El otro soldado, tras él, gruñó.

—Muy pronto servirá de comida a los gusanos. No creo que una bruja Bene Gesserit tenga poderes sobre uno de esos gordos gusanos, ¿eh, Czigo? —dio un codazo a su compañero.

—Ajá —dijo éste. Volvió a la litera y cogió a Jessica por los hombros—. Adelante, Kinet. Puedes venir si lo que deseas es ver cómo termina esto.

—Muy gentil por tu parte el invitarme, Czigo —dijo Caracortada.

Jessica se sintió levantar, la sombra del ala giró a un lado, dejando ver las estrellas. Fue izada a la parte trasera del tóptero, sus ligaduras de krimskell fueron examinadas, y luego fijaron su cinturón. Paul fue colocado a su lado, asegurado cuidadosamente, y entonces observó que sus ligaduras eran de cuerda normal.

Caracortada, el sordo que había sido llamado Kinet, ocupó su lugar delante. El que había conducido la litera, que había sido llamado Czigo, dio la vuelta al aparato y ocupó el otro asiento delantero.

Kinet cerró la portezuela y se inclinó sobre los controles. El tóptero levantó el vuelo con las alas replegadas, dirigiéndose al sur por encima de la Muralla Escudo. Czigo palmeó el hombro de su compañero y le dijo:

—¿Por qué no te vuelves y echas una mirada a esos dos?

—¿Sabes hacia dónde tenemos que ir? —Kinet no dejó de mirar los labios de Czigo.

—He oído decírselo al traidor, como tú.

Kinet hizo girar su asiento. Jessica vio las luces de las estrellas reflejarse en el láser que empuñaba. Sus ojos iban acostumbrándose a la pálida luminosidad del interior del ornitóptero, pero el rostro lleno de cicatrices del guardia permanecía en las sombras. Jessica comprobó el cinturón de su asiento, y descubrió que estaba flojo. Notó que estaba deshilachado a la altura de su brazo izquierdo, y se dio cuenta de que había sido casi seccionado allí, y que cedería al primer movimiento brusco.

¿Alguien ha venido antes a este tóptero y lo ha preparado para nosotros?, se preguntó. ¿Quién? Lentamente, apartó sus atados pies de los de Paul.

—Es realmente una lástima desperdiciar a una mujer tan hermosa como ésta —dijo Caracortada—. ¿Nunca has poseído a una de la nobleza? —Se volvió a mirar al piloto.

—Las Bene Gesserit no son siempre nobles —dijo el piloto.

—Pero todas tienen ese aspecto.

Puede verme bien, pensó Jessica. Levantó las atadas piernas y las apoyó en la silla, encogiéndolas y mirando a Caracortada.

—Realmente hermosa, sí, señor —dijo Kinet. Se humedeció los labios con la lengua—. Es realmente una lástima. —Miró a Czigo.

—¿Piensas lo que yo pienso que estás pensando? —preguntó el piloto.

—¿Quién lo sabrá nunca? —preguntó el guardia—. Luego… —se alzó de hombros—. Nunca he poseído a ninguna noble. Quizá nunca más en mi vida tenga una oportunidad como ésta.

—Si te atreves a poner una mano sobre mi madre… —gruñó Paul. Miró furiosamente a Caracortada.

—¡Hey! —el piloto se echó a reír—. El cachorro ladra. Pero de todos modos no puede morder.

Y Jessica pensó: Paul da un tono demasiado agudo a su voz. Pero de todos modos podría funcionar.

Siguieron volando en silencio.

Esos pobres idiotas, pensó Jessica, estudiando a sus guardias y evocando las palabras del Barón. Serán asesinados apenas terminen de informar del éxito de su misión. El Barón no quiere testigos.