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Jessica miró en torno por toda la cámara, registrándola con sus sentidos a la Manera Bene Gesserit… un laboratorio, un lugar civil lleno de ángulos y de aristas cortados al modo antiguo.

—Esta es una de las Estaciones Ecológicas Experimentales Imperiales que quería mi padre como bases de avanzada —dijo Paul.

¡Que quería su padre!, pensó Kynes.

Y se preguntó de nuevo: ¿Soy tan imbécil como para ayudar a esos fugitivos? ¿Por qué lo estoy haciendo? Sería tan fácil capturarlos y comprar con ellos la confianza de los Harkonnen.

Paul imitó el ejemplo de su madre, inspeccionando la cámara con la mirada, viendo el banco de trabajo a un lado, las paredes de piedra bastamente talladas. Había instrumentos alineados en el banco… diales luminosos, separadores electrostáticos de los cuales surgían tubos de vidrio acanalado. El lugar estaba impregnado de un fuerte olor a ozono.

Algunos de los Fremen se movían en torno a un rincón disimulado de la estancia y de allí llegaban algunos sonidos… el pulsar de una máquina, chirridos de correas y de engranajes.

Paul vio al fondo de la cámara algunas jaulas con pequeños animales en su interior, apiladas contra la pared.

—Habéis identificado correctamente este lugar —dijo Kynes —. ¿Para qué lo utilizaríais, Paul Atreides?

—Para hacer este planeta habitable a los seres humanos — dijo Paul.

Quizá es por esto por lo que les ayudo, pensó Kynes.

Los sonidos de la máquina se interrumpieron bruscamente y hubo un silencio. Se oyó el chillido de un animal en las jaulas. Luego cesó de pronto, como avergonzado.

Paul volvió de nuevo su atención a las jaulas, observando que los animales era murciélagos con las alas de color pardo. Un alimentador automático se extendía a través de la pared junto a las jaulas.

Un Fremen emergió del rincón disimulado y le habló a Kynes:

—Liet, el equipo del generador de campo no funciona. No puedo esconder nuestra presencia a los detectores de proximidad.

—¿Puedes repararlo? —preguntó Kynes.

—No inmediatamente. Las piezas de recambio… —El hombre se alzó de hombros.

—Sí —dijo Kynes—. Entonces nos las arreglaremos sin máquinas. Conecta a la superficie una bomba manual para el aire.

—En seguida —el hombre se alejó apresuradamente. Kynes se volvió hacia Paul.

—Me gusta vuestra respuesta —dijo.

Jessica notó el timbre cálido en la voz del hombre. Era una voz noble, acostumbrada a mandar. Y el otro hombre le había llamado Liet. Liet era su alter ego Fremen, el otro rostro del tranquilo planetólogo.

—Os estamos muy reconocidos por vuestra ayuda, doctor Kynes —dijo.

—Hummm… ya veremos —dijo Kynes. Hizo una inclinación de cabeza hacia uno de sus hombres—. Café de especia en mis habitaciones, Shamir.

—Inmediatamente, Liet —dijo el hombre.

Kynes señaló hacia una arcada abierta en la pared de la cámara.

—Por favor.

Jessica asintió dignamente antes de seguirle. Vio a Paul hacerle una seña a Idaho, indicándole que montara guardia.

El pasadizo, de una profundidad de dos pasos, se abría a través de una pesada puerta a una pieza cuadrada iluminada por globos dorados. Jessica pasó su mano por la superficie de la puerta y descubrió con sorpresa que era de plastiacero.

Paul dio tres pasos en la estancia y dejó caer la mochila al suelo. Oyó la puerta tras él, y estudió el lugar: unos ocho metros por lado, paredes de roca natural, color ocre, una serie de archivadores metálicos a su derecha. Un escritorio bajo con superficie de vidrio de color lechoso constelado de burbujas amarillentas ocupaba el centro de la estancia. Cuatro sillas a suspensor rodeaban el escritorio.

Kynes rodeó a Paul y ofreció una silla a Jessica. Ella se sentó, observando la forma en que su hijo examinaba la estancia.

Paul permaneció de pie el tiempo de otro parpadeo. Una leve anomalía en el flujo del aire de la estancia le reveló que había una salida secreta disimulada en los archivadores metálicos.

—¿Os sentáis, Paul Atreides? —preguntó Kynes.

Cómo evita darme mi título, pensó Paul. Pero aceptó la silla, permaneciendo en silencio mientras Kynes se sentaba a su vez.

—Vos intuís que Arrakis podría ser un paraíso —dijo Kynes —. ¡Sin embargo, como podéis ver, el Imperio nos envía únicamente a sus adiestrados espadachines en busca de la especia!

Paul levantó su pulgar con el sello ducal.

—¿Veis este anillo?

—Sí.

—¿Sabéis su significado?

Jessica se volvió a mirar a su hijo.

—Vuestro padre yace muerto en las ruinas de Arrakeen —dijo Kynes—. Técnicamente, vos sois el Duque.

—Soy un soldado del Imperio —dijo Paul—, técnicamente un espadachín.

El rostro de Kynes se ensombreció.

—¿Incluso cuando los Sardaukar del Emperador permanecen sobre el cuerpo de vuestro padre?

—Los Sardaukar son una cosa, la fuente legal de mi autoridad, otra —dijo Paul.

—Arrakis tiene su propia manera de decidir a quién concede la autoridad —dijo Kynes.

Y Jessica, volviéndose a mirarle, pensó: Hay acero en este hombre, pero nadie ha conseguido templarlo aún… y nosotros tenemos necesidad de acero. Paul se está librando a un juego peligroso.

—La presencia de los Sardaukar en Arrakis —dijo Paul— indica hasta qué punto nuestro bienamado Emperador temía a mi padre. Ahora soy yo quién le dará al Emperador Padishah razones para temer el…

—Muchacho —dijo Kynes—, hay cosas que vos…

—Dirigios a mí como Señor o mi Señor —dijo Paul.

Suavemente, pensó Jessica.

Kynes miró a Paul, y Jessica notó un destello de admiración en el rostro del planetólogo, y un rastro de humor.

—Señor —dijo Kynes.

—Soy un molestia para el Emperador —dijo Paul—. Soy una molestia para todos aquellos que quieren repartirse Arrakis para expoliarlo. Mientras viva, quiero continuar siendo una molestia, como un palo clavado en su garganta que termine sofocándolos y matándolos!

—Palabras —dijo Kynes. Paul le miró.

—Tenéis una leyenda aquí acerca del Lisan al-Gaib, la Voz del Otro Mundo, el que conducirá a los Fremen al paraíso. Vuestros hombres tienen…

—¡Superstición! —dijo Kynes.

—Quizá —aceptó Paul—. O quizá no. A veces la superstición tienen extrañas raíces y extrañas ramificaciones.

—Tenéis un plan —dijo Kynes—. Esto es obvio… Señor.

—¿Vuestros Fremen podrían aportarme una prueba positiva de que los Sardaukar están aquí con uniformes Harkonnen?

—Muy probablemente.

—El Emperador pondrá de nuevo a un Harkonnen en el poder, aquí —dijo Paul—. Quizá incluso a la Bestia Rabban. Que lo haga. Cuando se haya involucrado hasta tal punto que no pueda escapar a su culpabilidad, veremos si el Emperador sabrá afrontar la eventualidad de un Acta de Acusación presentada ante el Landsraad. Veremos si sabrá responder cuando…

—¡Paul! —dijo Jessica.

—Admitiendo que el Alto Consejo del Landsraad acepte vuestro caso —dijo Kynes—, esto no conducirá más que a un conflicto generalizado entre el Imperio y las Grandes Casas.

—El caos —dijo Jessica.

—Pero yo someteré mi caso al Emperador —dijo Paul— y le ofreceré una alternativa al caos.

—¿Un chantaje? —dijo Jessica en tono seco.

—Uno de los instrumentos del poder, como tú misma has dicho —dijo Paul, y Jessica captó amargura en su voz—. El Emperador no tiene hijos, sólo hijas.