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—La encontraré.

Y ahora estaba allí, ante él, pero este encuentro no lo había soñado.

—Has sido más ruidoso que un shai-hulud enfurecido —dijo ella—. Y has elegido el camino más difícil para subir. Sígueme: te mostraré el camino para bajar.

Salió de la hendidura ayudándose con manos y pies, y siguió su ondeante ropa entre el paisaje rocoso. Parecía moverse como una gacela, danzando entre las rocas. Paul sintió que la sangre afluía a su rostro y dio las gracias a la oscuridad de la noche.

¡Esa chica! Era como un toque del destino. Se sintió como cogido por una ola, en armonía con un movimiento que parecía exaltar sus pensamientos.

Poco después se encontraba entre los Fremen, al fondo de la depresión.

Jessica dirigió a Paul una pálida sonrisa, pero al hablar lo hizo a Stilgar:

—Creo que será un buen intercambio de enseñanzas. Espero que tú y tu gente no estéis irritados por nuestra violencia. Pareció… necesario. Estábais a punto de… cometer un error.

—Salvar a alguien del error es un regalo del paraíso —dijo Stilgar. Tocó sus labios con su mano izquierda, mientras tomaba el arma de la cintura de Paul con la otra mano y la arrojaba a un compañero—. Tendrás tu propia pistola maula cuando la hayas merecido, muchacho.

Paul estuvo a punto de decir algo, dudó, recordó las enseñanzas de su madre. Los inicios son siempre momentos delicados.

—Mi hijo tiene todas las armas que necesita —dijo Jessica. Miró a Stilgar, forzándole a recordar cómo se había apoderado Paul del arma.

Stilgar miró al hombre desarmado por Paul, Jamis. Estaba de pie a un lado, con la cabeza baja, la respiración jadeante.

—Eres una mujer difícil —dijo. Alzó su mano izquierda hacia un compañero, haciendo chasquear los dedos—. Kushti bakka te.

Más chakobsa, pensó Jessica.

El hombre puso dos cuadrados de tela en la mano de Stilgar. Este los enrolló entre sus dedos y anudó el primero alrededor del cuello de Jessica, bajo la capucha, anudando el otro alrededor del cuello de Paul de la misma forma.

—Ahora lleváis el pañuelo del bakka —dijo—. Si tuviéramos que separarnos, seréis reconocidos como pertenecientes al sietch de Stilgar. Hablaremos de armas en otra ocasión.

Avanzó entre sus hombres, inspeccionándolos, y le entregó a uno de ellos la Fremochila de Paul para que se la llevara.

Bakka, pensó Jessica, reconociendo el término religioso: Bakka… el que llora. Captó como el simbolismo de los pañuelos les unía. ¿Pero por qué ha de unirnos el llanto?, se preguntó.

Stilgar se acercó a la joven que había turbado a Paul y le dijo:

—Chani, toma al muchacho-hombre bajo tus alas. Vela por él.

Chani tocó el brazo de Paul.

—Vamos, muchacho-hombre.

Paul reprimió la cólera en su voz.

—Mi nombre es Paul —dijo—. Será mejor que tú…

—Nosotros te daremos un nombre, pequeño hombre —dijo Stilgar—, en el tiempo del nihma, en la prueba de aqí.

La prueba de la razón, tradujo Jessica. Y de improviso la necesidad de afirmar la superioridad de Paul barrió toda otra consideración.

—¡Mi hijo ha superado la prueba del gom jabbar! —gritó.

En el profundo silencio que siguió, supo que les había alcanzado muy en el fondo de su corazón.

—Hay muchas cosas que ignoramos los unos de los otros — dijo Stilgar—. Pero nos estamos entreteniendo demasiado. El sol del día no debe encontrarnos al abierto. —Se acercó al hombre al que Paul había golpeado y preguntó—: Jamis, ¿puedes andar?

—Me cogió por sorpresa —dijo éste con un gruñido—. Fue un accidente. Puedo andar.

—No fue un accidente —dijo Stilgar—. Te hago responsable con Chani de la seguridad del muchacho, Jamis. Esta gente está bajo mi protección.

Jessica miró al hombre, Jamis. Era la voz que había discutido con Stilgar en las rocas. Era una voz que hablaba de muerte. Y Stilgar había tenido que imponer toda su autoridad con aquel Jamis.

Stilgar pasó nuevamente revista a su grupo, señalando a dos hombres.

—Larus y Farrukh, iréis detrás y borraréis nuestras huellas. Aseguraos de que no quede ninguna. Prestad mayor atención de lo acostumbrado… llevamos con nosotros a dos personas que no han sido adiestradas. —Se volvió, alzó una mano y señaló al lado opuesto de la depresión—. En formación, con guardias a los dos flancos. Debemos llegar a la Caverna de la Cresta antes del alba.

Jessica se situó al paso con Stilgar, contando las cabezas. Eran cuarenta Fremen… con ella y Paul cuarenta y dos. Y pensó: Marchan como una compañía militar… incluso la chica, Chani.

Paul se situó detrás de Chani. La penosa impresión de haberse dejado coger por la espalda se estaba mitigando. En su mente estaba ahora el recuerdo de las palabras gritadas por su madre: ¡«Mi hijo ha superado la prueba del gom jabbar!» La mano empezó a escocerle ante el recuerdo del atroz dolor.

—Fíjate por donde andas —siseó Chani—. No roces ningún arbusto o dejarás una huella de nuestro paso.

Paul tragó saliva, asintiendo.

Jessica prestaba oído al sonido de los pasos, distinguiendo los suyos y los de Paul, maravillándose de la forma como se movían los Fremen. Eran cuarenta atravesando la depresión, pero sólo se oían los sonidos naturales del lugar. Sus ropas, flotando entre las sombras, parecían fantasmales velos. Su destino era el Sietch Tabr… el sietch de Stilgar.

La palabra giró y volvió a girar en su mente: sietch. Era un término chakobsa, inmutable por largos siglos en el antiguo lenguaje de los cazadores. Sietch: un lugar de reunión en los momentos de peligro. Las profundas implicaciones de la palabra y del lenguaje comenzaban apenas a tener un significado para ella después de la tensión de su encuentro.

—Avanzamos aprisa —dijo Stilgar—. Con la ayuda de Shai- hulud, estaremos en la Caverna de la Cresta antes del alba.

Jessica asintió, reservando sus fuerzas, consciente del tremendo cansancio que sólo conseguía superar gracias a su voluntad… y, tuvo que admitirlo, por la especial embriaguez del momento. Su mente se concentró en el valor de aquella gente, recordando todo lo que le había sido revelado de la cultura Fremen.

Todos ellos, pensó, una cultura entera adiestrada en un orden militar. ¡Qué inestimable potencia para un Duque en el exilio!

CAPÍTULO XXXII

Los Fremen eran supremos en aquella cualidad que los antiguos llamaban «spannungsbogen»… que es la demora que se impone uno mismo entre el deseo de algo y el acto de conseguirlo.

De «La sabiduría de Muad’Dib», por la Princesa Irulan.

Al alba se acercaban a la Caverna de la Cresta, avanzando a través de la pared de la depresión por una hendidura tan estrecha que les obligaba a ir de lado. Jessica vio que Stilgar destacaba guardias a la pálida luz del alba, y les siguió por un momento con la mirada mientras iniciaban la escalada del contrafuerte.

Paul volvió la mirada hacia arriba, observando la suave luz gris azul del cielo que la montaña parecía partir en dos.

Chani tiró de sus ropas para que se apresurara.

—No te entretengas —dijo—. Es casi de día.

—¿Dónde han ido los hombres que han escalado por encima nuestro? —murmuró Paul.

—El primer turno de guardia del día —dijo ella—. ¡Y ahora, apresúrate!