—¿Dónde están los demás? —les preguntó.
—En el campamento —le dijo Hans—. Aunque ahora hace más calor, se han vuelto blandos durante estos últimos meses y el bosque les parece menos acogedor que la aldea. Nosotros, a cambio, encontramos su compañía menos acogedora, y por eso hemos venido aquí. Kratzer pregunta cuándo pueden salir.
—Los judíos se marchan esta noche. Vuestra gente podrá volver a su trabajo mañana.
—Eso está bien —dijo Hans—. «El trabajo es la madre del olvido.»
—Una madre difícil —dijo Gottfried—, con poca comida para mantenerlo a uno.
Esto sorprendió a Dietrich, pues el ayuno de Cuaresma había quedado atrás hacía tiempo. Pero Hans extendió una mano para hacer callar a su compañero. Saltó a la ventana, desde donde contempló la aldea.
—Háblame de esos judíos y… sus comidas especiales.
Gottfried se había vuelto hacia las vestiduras litúrgicas y parecía estar estudiándolas, pero de ese modo, con la cabeza algo ladeada, que indicaba que también escuchaba con atención.
—Sé poco de las comidas judías —dijo Dietrich—, excepto que hay algunas, como el cerdo, que aborrecen.
—Como nosotros —dijo Gottfried, pero Hans volvió a hacerlo callar.
—¿Hay otras comidas que ellos coman pero vosotros no?
Por la quietud de los krenken, Dietrich supo que la pregunta era importante. El comentario de Gottfried, con su implicación de tendencias judaizantes, lo preocupó.
—No conozco ninguna —dijo con cautela—. Pero son un pueblo muy distinto.
—¿Tan distinto como Gottfried de mí?
Con la pregunta de Hans, Gottfried dejó de inspeccionar las vestiduras para la misa, se volvió y agitó sus labios blandos.
—No veo ninguna diferencia entre vosotros —dijo Dietrich.
—Sin embargo su gente vino una vez a nuestra tierra y… Pero eso es historia pasada y todo ha cambiado. Puede que hayas advertido que Shepherd habla de modo distinto. En su Heimat, lo que nosotros llamamos gran-krenk se usa poco, así que el Heinzelmännchen debe traducir dos veces. Para nosotros, vosotros y Malacai sois muy parecidos, excepto por el pelo y la ropa… y la comida. Sin embargo hemos oído que vuestra gente los ataca y los expulsa de sus hogares e incluso los mata. No puede ser por temor a esa usura de la que oigo hablar. Por carente de sentido que sea matar a un hombre porque le debes dinero, es doblemente carente matarlo porque le debes dinero a otro.
—Los rumores de los pozos envenenados han acompañado al de la peste, y la gente hace locuras por miedo.
—Los hombres hacen locuras. —Hans pasó el dedo por el reborde que sostenía el cristal en la ventana—. ¿Matar a los vecinos acorta las «pequeñas-vidas» que crean la enfermedad? ¿Es mi vida más larga si he acortado la de otro?
—El papa Clemente ha escrito que la piedad cristiana debe aceptar y mantener a los judíos; así que estas masacres son obra de pecadores y desobedientes. Sostiene que la enseñanza judía y cristiana son una sola, que llama «judeocristiana». El cristianismo salió de Israel como un hijo de una madre, así que no debemos anatemizarlos como hacemos con los herejes.
—Pero no os gustan —dijo Hans—. Lo habéis demostrado.
Dietrich asintió.
—Porque rechazaron al Cristo. Mientras se esperaba la venida del Salvador, los judíos fueron elegidos por Dios para ser la luz de las naciones, y Dios les dio muchas leyes como signo de su santidad. Pero cuando el Salvador vino, su misión terminó, y la luz fue dada a todas las naciones, como profetizó Isaías. Las leyes que los distinguen son hueras: pues si todos los pueblos son llamados a Dios, no puede haber distinciones entre ellos. Muchos judíos sí creyeron, pero otros se aferraron a la antigua Ley. Incitaron a los romanos a matar a nuestro bendito Señor. Mataron a Santiago, Esteban, Bernabé y a muchos otros. Sembraron disensión en nuestras comunidades, interrumpieron nuestras ceremonias. Su general Bar Kochba masacró a los judíos cristianos y envió a muchos al exilio. Más tarde, traicionaron a los cristianos y los entregaron a sus perseguidores romanos. En Alejandría llamaron a los cristianos a salir de sus casas diciendo que la iglesia estaba ardiendo y luego los atacaron al salir y, en la lejana Arabia, donde gobernaban como reyes, masacraron a miles de cristianos en Najran. Así que como veis la enemistad viene de lejos.
—¿Y este Benshlomo es tan viejo como para haber realizado esos bajos actos?
—No, sucedieron hace mucho tiempo.
Hans extendió el brazo.
—¿Puede un hombre ser culpable de un acto cometido por otros? Lo que veo es que hay un límite a esta charitas que Joachim y tú predicáis, y la enemistad puede ser contestada con enemistad. —Golpeó varías veces el marco de la ventana con su antebrazo—. Pero si la venganza es la ley, ¿por qué abandoné a Kratzer?
Este estallido fue recibido con silencio, tanto por parte de Gottfried como de Dietrich, Hans se volvió.
—Dime que no he elegido como un necio.
Gottfried le tendió a Dietrich un alba de lino blanco. Al ponérsela, Dietrich recordó que representaba el atuendo con el que Herodes había envuelto al Señor para tomarlo por necio.
—No —le dijo a Hans—. Por supuesto que no. Pero los judíos han sido enemigos durante generaciones.
Hans se volvió para mirarlo de manera humana.
—Alguien dijo una vez: «Amad a vuestros enemigos.»
Gottfried se volvió una vez más hacia la mesa y dijo:
—Padre, últimamente llevas prendas blancas. ¿Debo sacar éstas?
—Sí, sí. —Dietrich le dio la espalda a Hans, las ideas revueltas en un remolino—. San Efraím es un doctor de la Iglesia, y por eso, el blanco, que es la suma de todos los colores, significa la alegría y la pureza del alma.
—Como si semejante ritual importara —dijo el hermano Joachim desde la puerta. Entró en la habitación—. Ya veo que habéis conseguido dos sacristanes. ¿Conocen bien su tarea? ¿Saben con qué dedos tocar y sostener la santa armadura para que podáis enzarzaros en la batalla con el diablo y guiar al pueblo victorioso a la Patria eterna?
—El sarcasmo es un poco pesado, hermano —le dijo Dietrich—. Un toque más alegre es necesario para conseguir el mejor efecto. Los hombres ansían las ceremonias. Es nuestra naturaleza.
—Fue para cambiar nuestra naturaleza por lo que Jesús vino al mundo. El Evangelio Eterno de Di Fiore elimina toda necesidad de signos y acertijos. «Cuando venga lo que es perfecto, las formas y tradiciones y leyes habrán cumplido su propósito y habrán terminado.» No, debemos sondear en nosotros mismos.
Dietrich se volvió hacia los dos krenken.
—¡Y todo esto por si el lino debe ser blanco o verde! Por todos los santos, Joachim, esas minutiae te obsesionan a ti más que a mí.
—De esas cosas, nosotros no sabemos nada —dijo Hans—. Pero él tiene razón en la dirección curvada hacia dentro. Para encontrar nuestro hogar celestial, debemos viajar en direcciones no de altura ni de anchura ni de longitud, y a través de un tiempo de no duración.
—Siempre podríamos andar —dijo Gottfried, agitando sus labios blancos, pero Hans se lamió los labios callosos y su compañero dejó de reír—. Nos hemos apartado de casa y de nuestros compañeros —dijo—. No nos apartemos el uno del otro.
Al día siguiente, Dietrich se encontró a un hombre que estudiaba con atención las paredes de la iglesia. Al agarrarlo por el sobrepelliz, descubrió que era el criado judío.
—¿Qué haces aquí? —exigió saber—. ¿Por qué te han enviado?
—¡No diga al amo que yo vengo! —exclamó el judío—. ¡No lo diga, por favor!