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Una vez que se unió a los Jardineros y tomó los vegevotos, Toby suprimió el recuerdo de haberse comido esas hamburguesas; sin embargo, como decía Adán Uno, el hambre es un poderoso reorganizador de la conciencia. Las picadoras de carne no eran eficaces al ciento por ciento; podías encontrarte algún pelo de gato o un trozo de cola de ratón en tu hamburguesa. ¿No hubo una vez una uña humana?

Era posible. Los mafiosos locales pagaban a los hombres de Corpsegur para que hicieran la vista gorda. A cambio, Corpsegur dejaba que los mafiosos de las plebillas se ocuparan de los secuestros y asesinatos de bajo nivel, el cultivo de marihuana, los laboratorios de crack y las ventas de droga en la calle, y los prostíbulos que eran su especialidad. También se ocupaban de deshacerse de cadáveres, extrayendo órganos para trasplantes y metiendo luego los cuerpos eviscerados en las picadoras de carne de SecretBurgers. Eso decían los peores rumores. En los días gloriosos de SecretBurgers, se encontraban muy pocos cadáveres en los solares.

Si se producía lo que llamaban «revelación televisiva», Corpsegur llevaba a cabo un simulacro de investigación. Luego calificaba el caso de no resuelto y santas pascuas. Tenían una imagen que mantener entre los ciudadanos que aún honraban de boquilla los viejos ideales: defensores de la paz, garantes de la seguridad pública y de eliminar el peligro en las calles. Ya entonces sonaba a chiste, pero la mayoría de la gente sentía que era mejor Corpsegur que la anarquía total. Incluso Toby lo pensaba.

El año anterior, SecretBurgers había ido demasiado lejos. Corpsegur lo había cerrado después de que una de sus autoridades de alto rango visitara los barrios bajos de la Alcantarilla y sus zapatos aparecieran en los pies de un operario de la picadora de carne de SecretBurgers. Así que durante un tiempo los gatos callejeros respiraron tranquilos por la noche. Claro que, al cabo de unos pocos meses, las familiares cabinas de picado estaban zumbando de nuevo, porque ¿quién podía oponerse a un negocio con tan pocos costes de materia prima?

8

Toby se alegró al enterarse de que le habían dado el empleo en SecretBurgers: podría pagar el alquiler, no se moriría de hambre. Sin embargo, enseguida descubrió la pega.

La pega era el encargado. Se llamaba Blanco, pero a sus espaldas las chicas de SecretBurgers lo llamaban el Cogorza. Rebecca Eckler, que trabajaba en el turno de Toby, enseguida le habló de Blanco.

– Apártate de él -le dijo-. Quizá no te pase nada, porque se está tirando a esa Dora, y no suele estar con más de una chica a la vez, además tú eres bastante esquelética y a él le gustan los culos con curvas. Pero si te llama al despacho, ten cuidado. Es muy celoso. Haría pedazos a una chica.

– ¿Te ha llamado a ti? -dijo Toby-. ¿Al despacho?

– Alabo al Señor, y escupo -dijo Rebecca-. Soy demasiado negra y horrible para él; además, a él le gustan los cachorros, no los gatos viejos. Tal vez deberías estropearte un poco, cielo. Pártete un par de dientes.

– Tú no eres horrible -dijo Toby.

Rebecca en realidad era hermosa de un modo sustancial, con la piel chocolate, el cabello rojo y una nariz egipcia.

– No me refería a horrible en ese sentido -dijo Rebecca-. Chunga de tratar. Nosotros los Jelacks pertenecemos a dos clases de personas con las que no quieres meterte. Sabe que le echaría encima a los Blackened Redfish, y son una banda peligrosa. O a los Lobos de Isaías. ¡Santo Dios!

Toby no contaba con esos respaldos. Mantenía la cabeza baja cuando Blanco andaba cerca. Había oído su historia. Según Rebecca, había sido gorila en el Scales, el club con más clase de la Alcantarilla. Los gorilas tenían estatus; se paseaban vestidos de negro y con gafas oscuras, con aspecto cool pero duro, y nunca faltaban mujeres revoloteando a su alrededor. Pero Blanco la había cagado bien, le contó Rebecca. Se había cargado a una chica del Scales; no a una extranjera ilegal, a ésas las jodían todo el tiempo, sino a uno de los mejores talentos, a una bailarina de barra. No puedes tener a un tipo así cerca -alguien que estropea el trabajo porque no se sabe controlar-, de modo que lo echaron. Por suerte para él tenía amigos en Corpsegur o habría terminado en un contenedor de basuróleo de carbón sin algunas de sus partes. El caso era que lo habían metido a dirigir el local de SecretBurgers en la Alcantarilla. Era una gran degradación y estaba resentido por eso -¿por qué tenía que sufrir por culpa de una zorra?-, así que odiaba el trabajo. No obstante, consideraba que las chicas eran sus extras. Tenía dos colegas, ex gorilas como él, que le hacían de guardaespaldas, y se quedaban con las migajas. Suponiendo que quedara algo.

Blanco aún tenía forma de matón -alto y robusto-, aunque el músculo iba convirtiéndose en grasa: demasiada cerveza, decía Rebecca. Había conservado la coleta marca de la casa de los gorilas en la parte de atrás de cráneo afeitado, y exhibía un montón de tatuajes en los brazos: serpientes que se le enroscaban; ajorcas de calaveras en las muñecas; venas y arterias en el dorso de las manos para que éstas parecieran despellejadas. En el cuello lucía una cadena tatuada, con un candado en forma de corazón rojo que exhibía en la V de la camisa abierta, sobre el vello del pecho. Según el rumor, esa cadena le bajaba por la espalda, donde aprisionaba a una mujer desnuda colocada cabeza abajo y cuya boca se hallaba en el culo de Blanco.

Toby no le quitaba ojo a Dora, que se encargaba de la cabina de picar carne cuando ella acababa su turno. Había empezado siendo una optimista rellenita, pero a lo largo de las semanas había ido adelgazando y encogiéndose; los moretones se acrecentaban y se ensombrecían en la piel blanca de sus brazos.

– Quiere escaparse -susurró Rebecca-, pero está asustada. Quizá deberías largarte tú también. Te ha estado mirando.

– No me pasará nada -dijo Toby.

No se lo creía, estaba asustada. Pero ¿adónde podía ir? Vivía al día. No tenía dinero.

A la mañana siguiente, Rebecca llamó a Toby.

– Dora está muerta -dijo-. Trató de huir. Acabo de oírlo. La han encontrado en un solar, con el cuello roto, descuartizada. Dicen que ha sido un loco.

– ¿Ha sido él? -inquirió Toby.

– Claro que ha sido él -respondió Rebecca conteniendo el llanto-. Está alardeando.

A mediodía de esa misma jornada, Blanco llamó a Toby a su despacho. Envió a sus dos colegas con el mensaje. Ellos la escoltaron durante el camino, por si se le ocurría largarse. Mientras recorrían la calle, las cabezas se volvieron. Toby sintió que iba camino de su propia ejecución. ¿Por qué no se había ido cuando había tenido la ocasión?

El despacho se encontraba al otro lado de una puerta mugrienta, detrás de un contenedor de basuróleo. Consistía en una sala pequeña con un escritorio, un archivador y un sofá de piel destartalada. Blanco se levantó de una mecedora, sonriendo.

– Zorra flacucha, te voy a ascender -dijo-. Di gracias.

Toby sólo podía susurrar: le faltaba el aire.

– ¿Ves este corazón? -dijo Blanco. Señaló su tatuaje-. Significa que te quiero. Y ahora tú también me quieres. ¿Verdad?

Toby logró asentir.

– Chica lista -dijo Blanco-. Ven aquí. Quítame la camisa.

El tatuaje de la espalda de Blanco era justo como Rebecca lo había descrito: una mujer desnuda encadenada con la cabeza invisible. El pelo largo de la mujer se elevaba como llamas.

Blanco colocó sus manos despellejadas en torno al cuello de Toby.

– Cabréame y te partiré como si fueras una ramita -dijo.

9

Desde que su familia había muerto en circunstancias tan tristes, desde que ella misma había desaparecido del panorama oficial, Toby había tratado de no pensar en su vida anterior. La había cubierto de escarcha, la había congelado. Ahora deseaba con todas sus fuerzas regresar al pasado -incluso a las partes malas, incluso al desconsuelo-, porque su vida presente era una tortura. Trataba de imaginar a sus dos padres ausentes, partidos tiempo atrás, velando por ella como guardianes espirituales. Sin embargo, sólo veía neblina.