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Narrado por Adán Uno

Queridos amigos, queridos compañeros animales, queridos moradores de este peligroso camino que es ahora nuestra senda por la vida:

¡Cuánto tiempo ha pasado desde ese último Día de San Terry en nuestro querido Jardín del Edén del Tejado! No nos dimos cuenta entonces de lo mucho mejores que eran aquellos tiempos, comparados con los días oscuros que ahora vivimos. Disfrutábamos de la perspectiva desde nuestro pacífico jardín y, por más que fuera una perspectiva de barrios bajos y crimen, la contemplábamos desde un espacio de restauración y renovación, floreciendo con nuestras plantas inocentes y nuestras abejas industriosas. Levantamos nuestras voces para cantar, seguros de que prevalecería, porque nuestros objetivos eran valiosos y nuestros métodos carentes de malicia. Eso creíamos, en nuestra inocencia. Muchas cosas deplorables han ocurrido desde ese momento, pero el espíritu que nos emocionaba entonces sigue presente.

El Día de San Terry está dedicado a Todos los Caminantes, el primero de todos ellos san Terry Fox, quien tanto corrió con una pierna mortal y otra metálica; quien estableció un brillante ejemplo de coraje ante unas circunstancias tan abrumadoramente adversas; quien nos mostró lo que el cuerpo humano puede hacer en los medios de locomoción sin combustibles fósiles; quien corrió contra la mortalidad, y al final superó su propia muerte y vive en nuestro recuerdo.

En este día recordamos, también, a santa Sojourner Truth, guía de esclavos huidos hace dos siglos, que caminaban muchos kilómetros sin más orientación que las estrellas; y los santos Shackleton y Crozier, de fama antártica y ártica; y san Laurence Titus Oates de la expedición Scott, que caminó hasta donde ningún hombre había caminado antes, y que se sacrificó durante una tormenta por el bien de sus compañeros. Que sus inmortales últimas palabras sean una inspiración para nosotros en nuestro viaje: «Voy a salir un momento y a hacer tiempo.» Los santos de este día son todos caminantes. Sabían muy bien que era mejor viajar que llegar, siempre y cuando viajemos con fe inquebrantable y por motivos no egoístas. Mantengamos esa idea en nuestros corazones, amigos míos y compañeros viajeros.

Es adecuado que recordemos a aquellos que perdimos hasta el momento en este camino. Darren y Quill han sucumbido a una enfermedad, los primeros síntomas de la cual son motivo de grave aprensión. A petición suya los dejamos atrás. Les dimos las gracias por mostrar esa preocupación digna de elogio.

Philo ha entrado en estado de barbecho, y está en paz encima de un garaje, una ubicación que tal vez le recuerda nuestro propio querido Jardín.

No deberíamos haber permitido que Melissa se rezagara. Por mediación de una manada de perros salvajes, ha hecho su presente definitivo a sus compañeros animales, y se ha convertido en parte del gran baile de las proteínas de Dios.

Pongamos luz en torno a nuestros corazones.

Cantemos.

El último kilómetro

Es más largo el último kilómetro, es allí que flaqueamos; para correr perdemos fuerzas, dudamos de la esperanza.
¿Volveremos de esta oscura senda, con ampollas y agotados, cuando ya no nos queda la fe y todo parece triste?
¿Dejaremos el camino estrecho, carretera secundaria, por lo rápido y el placer falso, autopista destructora?
¿Nos quitarán la vida enemigos, enterrarán el mensaje? ¿Y apagarán con guerras y luchas la antorcha que acarreamos?
Sucios viajeros, tened ánimo: por más que nos desaniméis, por más que caigáis en el camino, llegaréis hasta el altar.
Corramos, aunque el ojo se nuble y el coro se debilite; nos aplaude la naturaleza para otra vez darnos fuerzas.
Porque en el esfuerzo está la meta, así somos apreciados; nos define el alma peregrina, por ella somos medidos.

Del Libro Oral de Himnos

de los Jardineros de Dios

74

Ren. San Terry y Todos los Caminantes

Año 25

Cuando me despierto, Toby ya está sentada en su hamaca, haciendo unos estiramientos de brazos. Me sonríe: está sonriendo más últimamente. Quizá lo hace ahora para animarme.

– ¿Qué día es hoy? -dice.

Pienso un momento.

– San Terry, Santa Sojourner -digo-. Todos los Caminantes.

Toby asiente.

– Deberíamos hacer una pequeña meditación -dice-. El camino por el que andarán hoy nuestros pies será peligroso; necesitaremos paz interior.

Cuando cualquiera de los Adanes y las Evas te dice que hagas una meditación, no dices que no. Toby baja de la hamaca, y yo me quedo vigilando por si hay sorpresas mientras ella se coloca en la posición de loto: es muy flexible para la edad que tiene. Cuando llega mi turno, aunque me pongo en posición doblándome como si fuera de goma, no consigo hacer la meditación correctamente. No puedo cumplir con las tres primeras partes: la disculpa, la gratitud, el perdón; lo más difícil es la parte del perdón, porque no sé a quién he de perdonar. Adán Uno diría que tengo demasiado miedo y rabia.

Así que pienso en Amanda, y en todo lo que ha hecho por mí, y en que yo nunca he hecho nada por ella. En cambio me permití sentirme celosa de ella por Jimmy, pese a que lo de Jimmy no fue culpa suya de ninguna manera. Y eso no fue justo. He de encontrarla, y rescatarla de lo que le esté ocurriendo. Aunque quizá ya está colgada de un árbol y ya le han cortado partes de su cuerpo, como le pasó a Oates.

No quiero imaginarlo, así que me imagino caminando hacia ella porque es lo que tengo que hacer.

No es sólo el cuerpo el que viaja, decía Adán Uno. También viaja el alma. Y el final de un viaje es el principio de otro.

– Ahora estoy preparada -le digo a Toby.

Me como una parte de la carne seca de mohair, bebo un poco de agua y escondo las hamacas bajo un arbusto para no tener que cargarlas. Eso sí, hemos de llevar las mochilas, dice Toby, con la comida y las cosas. Luego miramos a nuestro alrededor para asegurarnos de que no hemos dejado rastros obvios. Toby revisa el rifle.

– Sólo necesitaré dos balas -dice.