– ¿Se refiere usted a la colilla de cigarro? ¿La que fue hallada en el lugar de los hechos?
– Sí. Yo diría que son de la misma marca. Cigarros de primera. Quizá los mejores del mundo. No me cabe la menor duda de que son Montecristo A. Los dos.
VEINTITRÉS
– Podría ser peor -dice Harry-. Podrían haber encontrado ADN de la saliva de Jonah en la colilla.
No es que yo no tenga fe en las protestas de inocencia de mi cliente, pero la idea se me ha pasado por la cabeza más de una vez. Los dioses de la ciencia forense pueden habernos favorecido al menos un poco. El extremo chupado de la colilla fue contaminado por la sangre de la víctima en la escena del crimen, y no resultó posible hacerle la prueba del ADN.
También consideramos la posibilidad de que uno de los primeros paramédicos que llegaron al lugar de los hechos pisara la colilla antes de que llegaran los técnicos. A Ryan le fue imposible conseguir impresiones dentales, aunque lo intentó. Los del laboratorio criminal las buscaron y no consiguieron nada definitivo. Una de sus teorías es que el asesino pisó la punta del cigarro para apagarlo.
– Es absurdo -dice Harry-. Eso significaría que el asesino pisó la sangre. Nadie hace una cosa así a propósito, y menos por apagar un cigarro.
– Eso supone dar por hecho que la sangre ya estaba allí en aquellos momentos.
Harry me mira.
– Suade pudo estar sangrando. Quizá el charco de sangre no hubiese llegado hasta el cigarro cuando él lo pisó.
– ¿Crees que ella seguía viva?
– Es posible.
Harry dice que el ADN podría haber resultado exculpatorio, al demostrar que era otro quien fumó el cigarro.
– También es posible un choque de trenes -digo. No hay forma de saber cómo interpretará un jurado unas pruebas tan complejas como las del ADN. Si se los machaca durante tres días con los tecnicismos de la hélice, el jurado puede terminar arrojando monedas al aire.
La tensión del juicio comienza a hacer mella en Jonah. En los primeros días, cuando las tesis del estado no parecían encajar, él pareció tranquilo. Luego Ryan volvió a encaminar el caso con las pruebas de los cigarros. A Jonah se le fueron los ánimos como el agua se va de un cubo con un agujero en el fondo. Esta noche, nuestro cliente representa más años de los que tiene.
Hemos llamado al doctor. Jonah nos dice que se encuentra bien, pero de vez en cuando se lleva la mano al pecho y se frota el hombro izquierdo, lo cual no parece un buen indicio.
Harry está preocupado por él. El médico nos ha asegurado que Jonah pasará la noche en observación en la sala de detenidos del hospital del condado, donde pueden monitorizarlo y controlar su medicación.
En estos momentos, Harry y yo tenemos otros problemas. Jason Crow no ha aparecido hoy por el juzgado. Llegadas las siete y media, Harry y yo nos dirigimos hacia la colina en la que se halla el apartamento de Crow. Harry conduce y yo le voy dando las indicaciones.
– Ya había pensado que podía hacer esto. Es lógico, hallándose en libertad condicional -le digo a Harry. Ése es el motivo de que Harry preparase la citación una semana antes de nuestro alegato inicial. Para darnos tiempo de localizarlo si él decidía desaparecer. Ahora, con un poco de suerte, nos dará tiempo de encontrarlo, de meter en su cuerpo el temor de Dios, aunque su principal arcángel, Murphy, no está con nosotros. Traté de localizar a Murph por medio del busca, pero no tuve suerte.
Cuando llegamos al apartamento de Crow, hago que Harry dé un rodeo en torno al edificio. Inspecciono las ventanas laterales y traseras de lo que, según recuerdo, era el apartamento de Crow. Todas parecen oscuras, aunque hay una débil luz en una ventanita situada un poco más arriba que las otras. Supongo que se trata de un cuarto de baño.
– Si ése es su apartamento, parece que el tipo está fuera -dice Harry.
– Si lo está, o ha salido a pie, o va en un coche ajeno.
Harry me mira.
– El Datsun gris sigue ahí atrás, a la izquierda. Es el coche de Crow. Murphy investigó la matrícula para localizarlo.
Le digo a Harry que estacione el coche enfrente, junto al bordillo, desde donde veremos bien el porche principal y la puerta, así como el coche de Crow en la calle, más abajo. Desde aquí, Harry podrá ver sin ser visto, al menos, no desde el apartamento de Crow.
– Quiero que te quedes aquí.
– ¿Por qué?
– Para vigilar su coche y la puerta principal. Yo llamaré al timbre y me dirigiré a la puerta trasera. Si Crow está en casa, supongo que bajará por ahí. Huyendo. Sobre todo, después de la forma como Murphy lo vapuleó el otro día. Se dirigirá hacia su coche.
No pretendo abalanzarme sobre Crow ni vapulearlo como hizo Murphy. Dejo eso para los alguaciles encargados de entregar las citaciones y para los detectives privados.
– Si él llega a su coche, recógeme en la calle. Ahí. -Señalo el lugar en que me hallaré-. No enciendas los faros. Lo seguiremos para ver adónde va. Una vez llegue a su escondite, conseguiremos que el tribunal extienda una orden de prisión y que la policía lo detenga. -Crow ya ha violado la citación. Estoy casi seguro de que lograré convencer a Peltro de que lo haga detener en espera de su testimonio. Se trata de un testigo clave para la defensa, y tiene unos antecedentes muy considerables.
Harry se queda en el coche. Yo me dirijo a la puerta principal. Subo la escalinata. No tengo que buscar mucho para encontrar el timbre adecuado. Veo la tarjeta nueva con el nombre de Crow en ella y pulso el botón. Arriba suena el zumbador. Llamo otras dos veces, bajo la escalinata y rodeo el edificio, manteniéndome lejos de sus ventanas.
Hay un pasaje que conduce a la parte posterior. El cemento está resquebrajado y en las grietas crecen las malas hierbas. Segundos más tarde me hallo en el patio trasero. Aquí y allá, unos arbustos luchan por sobrevivir entre los matojos, bajo la sombra que arroja un alto aguacate. Me escondo entre las sombras y espero. Puedo ver el apartamento de Crow; al menos, su ventana posterior. Siguen sin verse luces. En este lado de la casa, la escalera es de madera y necesita una reparación. Está ligeramente inclinada y lo que antes era blanco es ahora de un sucio color grisáceo.
Si Crow baja por aquí con prisas, hará mucho ruido. Yo tendré tiempo de sobra para reunirme con Harry en el coche frente a la casa.
Espero, consulto mi reloj. Hace treinta segundos que pulsé el timbre, y nada.
No es posible que él me haya visto. Salgo de entre las sombras, y regreso a la parte delantera por el pasaje. Cuando me ve a través de una angosta puerta, Harry se encoge de hombros y niega con la cabeza. En la parte delantera tampoco ocurre nada.
Sé que la puerta principal está cerrada, así que me dirijo hasta la escalera posterior. Subo por ella silenciosamente, dos peldaños cada vez, apoyándome con ambas manos en la barandilla de madera. Alcanzo el descansillo de la parte alta. Aquí no hay luz, sólo una vieja puerta de madera que tiene en la parte superior un único panel de cristal. Dentro, a través del cristal, veo el corredor escasamente iluminado, una puerta a la derecha, un apartamento que pertenece a otro inquilino en el otro lado.
Pruebo la puerta exterior. No está cerrada. Entro y cierro a mis espaldas. Como nunca he venido por aquí, no estoy seguro de dónde se halla la puerta de la habitación de Crow. Creo que es al fondo del pasillo y a la izquierda. Camino de puntillas, con toda la ligereza que rae es posible, evitando que mis talones pisen la raída alfombra.
De algún lugar distante llega el sonido de un televisor, amortiguado por paredes y puertas cerradas. Sonido de concurso, vítores y aplausos, nada que me sea posible reconocer. No tardo en darme cuenta de que se trata de un canal hispano.
Llego hasta el recodo y asomo la cabeza. La puerta de Crow se halla a cosa de cinco metros pasillo abajo. Me pregunto si debo llamar o no. No hay escapatoria posible, a no ser que Crow decida descolgarse por una ventana con unas sábanas, o tenga una de esas escaleras de cuerda que se usan para los incendios, cosa que dudo. La última vez que estuve aquí, Crow no estaba preparado para casi nada, y mucho menos para encontrarse con alguien como Murphy.