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– Quería encontrarme con mi hijo y tú te interpusiste en mi camino.

Apretó el gatillo rápida y suavemente y los gritos de Miccelli se perdieron bajo el estruendo.

La sangre empezó a manar de su abdomen y se llevó las manos a los intestinos, tratando de contenerlos. Los tendones de su cuello y cara se tensaron al máximo por el dolor. Empezó a temblar y a castañetear los dientes.

– Hijo de puta -gimió-. Hijo de la gran puta.

– Cuéntame, Miccelli, ¿qué se siente cuando te pegan un tiro y te dejan tirado?

Jim huyó a la carrera mientras los zombis, atraídos por el disparo y los gritos de Miccelli, se dirigían hacia ellos.

Atravesó el follaje hasta llegar a la carretera y miró atrás. Les llevaba bastante ventaja a los zombis, pero aún podía verlos dirigiéndose sin demora hacia Havenbrook.

«Espero no tener que enfrentarme a todos esos.»

Desde el bosque, los gritos de Miccelli empezaron a aumentar de volumen, salpicados por las horribles carcajadas de los zombis. Pero también se oyeron los pasos de otras criaturas que se dirigían hacia su posición, pues sólo unas pocas se habían detenido a devorar al moribundo. El resto seguía avanzando. ¿Por qué? ¿Adónde iban? Después de pensarlo, concluyó que debían de estar siguiendo al convoy. Sólo un puñado de criaturas iban armadas, pero todo parecía indicar que querían seguir luchando.

Como si siguiesen órdenes de alguien…

La idea le aterró. Se colgó el fusil y echó a correr. En el pasado solía reírse de las escenas de las películas de terror en las que la víctima corría por la carretera en vez de esconderse en el bosque, pero se encontró haciendo exactamente lo mismo.

Los gritos de Miccelli le acompañaron. Más tarde se convirtieron en gemidos y, finalmente, se desvanecieron.

* * *

Encontró el tronco vacío de un roble que había sido alcanzado por un rayo hacía mucho tiempo y se escondió en su corteza seca y podrida. Esperó, al filo de la carretera, escondido en el interior del árbol, hasta que el tambaleante y podrido ejército pasó de largo.

Los zombis incluían entre sus filas a todo tipo de gente. La mayoría eran niños y adolescentes del orfanato, pero un grupo de residentes de Hellertown e incluso media docena de los soldados de Schow avanzaban también hacia su destino. Negros, blancos, hispanos y asiáticos… la muerte no hacía distingos. Unos llevaban armas, mientras que otros sólo contaban con su hambre voraz, que casi parecía flotar sobre ellos como una amenazadora nube. Algunos se movían rápidamente en tanto que otros avanzaban despacio, con sus miembros inutilizados o directamente amputados. Uno de ellos estaba en un estado particularmente lamentable, tanto, que un jirón de carne se desprendió de su pierna y quedó tirado en la carretera como una piel de plátano.

Estaban por todas partes, a su alrededor, así que Jim se acurrucó todo lo que pudo en el interior del árbol. Si le encontraban, todo habría sido en vano: su escondrijo no ofrecía ninguna salida.

Finalmente, tanto su hedor como sus gritos se desvanecieron. Se habían ido, acercándose cada vez más al que sin duda era su destino: Havenbrook.

Abandonó el árbol poco después y atravesó un pantano en el lado opuesto de la carretera. Si iba a tener lugar un enfrentamiento entre los zombis y las tropas de Schow de un momento a otro, podría pasar de largo sin llamar la atención y dirigirse hacia el norte. Si consiguiese encontrar un coche, estaría con Danny en una hora, quizá un poco más.

Avanzó a través de las aguas estancadas, que le cubrían hasta los tobillos, mientras apartaba los juncos con las manos. Se alegró de que Martin no estuviese con éclass="underline" al anciano le habría resultado muy complicado avanzar en aquel pantano.

Le vino a la memoria un recuerdo: su conversación en el dormitorio de Clendenan, mientras Delmas descansaba.

«"Quizá sea así como tienen que salir las cosas, Jim. Yo puedo quedarme con ellos y tú puedes seguir tu camino."

»"No, Martin, no puedo dejarte aquí. Elegiste venir conmigo, me ofreciste tu amistad y tu apoyo. No estaría bien."»

Pensó en Baker y en lo que le dijo mientras Miccelli se lo llevaba por la fuerza.

«Su hijo está vivo. ¡Yo también puedo sentirlo!»

Dio otro paso y de repente un brazo blanco y pálido emergió del pantano y le agarró de la pierna. El zombi se incorporó, vertiendo agua negra de su boca, nariz y orejas. Jim no quería llamar la atención con un disparo, así que cogió el M-16 y, con un rápido movimiento, estrelló su culata contra la cabeza de la criatura. Repitió el gesto una y otra vez, golpeando sin parar, martilleando a la criatura de vuelta al fondo cenagoso del humedal.

«No necesitan aire, ni respirar. Así que se quedan en el fondo, esperando a que alguien pase cerca de ellos. Aún hay tanto que no sabemos de ellos…»

¿Lo habría descubierto ya Baker?

Volvió a ponerse en pie, jadeando.

Danny estaba ante él. Sus amigos, detrás.

Dio media vuelta y se dirigió corriendo hacia Havenbrook, maldiciendo a las hierbas mientras las apartaba. Avanzó a través de las hojas y los nenúfares y empezó a rezar.

– Dios, no estoy seguro de seguir creyendo en ti, pero sé que Martin sí, así que espero que recompenses su fe cuidando de él. Por favor, haz que él y Baker y los demás estén a salvo. Y por favor, por favor, Dios, cuida de mi hijo. Estoy muy cerca. A punto de llegar. Protégelo un poco más.

Capítulo 22

Baker pasó por delante de la solitaria y silenciosa garita. El único sonido era el de sus pisadas sobre la grava y los motores al ralentí de los vehículos y los tanques. Cruzó el umbral de la entrada y dejó escapar un suspiro que no sabía que estuviese conteniendo.

«Quizá me equivoqué. Puede que el cuerpo de PoweII se haya podrido del todo y Ob se haya visto obligado a volver al Vacío y ocupar otro.»

Siguió caminando. La quietud del lugar era ominosa, hasta el punto de que Baker empezó a sentir el miedo en su interior. Algo iba mal. No tenía forma de describirlo, pero estaba seguro. Podía sentirlo en el aire.

A su izquierda había edificios vacíos y hangares. A su derecha, el aparcamiento para empleados, en el que sólo había unos cuantos coches abandonados. Ante él, las ventanas rotas de los bloques de oficinas lo contemplaban como si fuesen ojos. Echó la vista atrás, hacia el ejército, y mantuvo el paso en dirección a los edificios.

Entonces vio algo moverse fugazmente tras las ventanas.

Baker se detuvo. Olfateó el aire y olió la podredumbre.

La criatura que antaño había sido su compañero y ahora se hacía llamar Ob asomó de entre los edificios. Baker detectó movimiento por el rabillo del ojo: había zombis en el interior de los coches, tras los árboles, incluso en el fondo de la fuente, cuyas aguas empezaron a moverse y ondear.

Sabía que Schow no podía verlos. Los zombis seguían escondidos, de modo que nadie pudiese verlos desde más allá de la verja. Ni siquiera sus escáneres y demás aparatos llegarían a detectarlos, ya que no reconocerían a los cadáveres.

Ob sonrió y aquella terrible mueca abrió el rostro de Powell por la mitad.

Schow no podía verlos. Schow no podía ver el lanzacohetes que Ob sujetaba en sus manos.

– ¡Todo despejado, coronel! -gritó Baker-. ¡Creo que se han marchado!

Tras él, los tanques empezaron a dirigirse hacia la entrada.

Ob asintió, esperando.

Baker se agachó y rezó por una muerte rápida.

* * *

– Todas las unidades, ¡en marcha!

Los Humvees, los vehículos de transporte y los tanques avanzaron al unísono, escoltados por soldados a pie con las armas preparadas. El movimiento de su vehículo, que dejaba tras de sí nubes de polvo, tranquilizó a Schow.

Atravesaron la entrada como hormigas y Schow se sorprendió al descubrir que tenía una erección…