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Las criaturas llegaban de todas partes. Se arrastraban por todas las direcciones y Ford abrió los ojos de par en par al comprobar que algunos zombis eran sus propios hombres, muertos y olvidados durante el ataque en el orfanato.

– ¡Venid aquí, cabrones! ¡Venid a por mí!

Hizo una pasada con la ametralladora, acribillando las filas de los zombis con pesadas balas, destrozando a varios y cortando a otros en pedazos. Los heridos -aquellos que habían perdido miembros o que tenían la espalda rota- se revolvían por el suelo, arrastrándose hacia el combate.

Las criaturas devolvieron los disparos y las balas rebotaron contra el grueso blindaje del arma. Ford se mantuvo agachado y siguió disparando sin parar mientras las criaturas avanzaban. El arma cada vez estaba más caliente y el humo empezaba a quemarle los ojos.

Algo profirió un chillido sobre su cabeza. Puso las manos en alto para protegerse y un pájaro negro se dirigió en picado hacia él, apuntando sus garras hacia los ojos de su presa. A Ford le entró el pánico y se puso en pie, braceando hacia la criatura mientras los zombis que estaban en tierra abrían fuego.

Ford se agitó mientras las balas atravesaban su cuerpo. Intentó gritar, pero sólo consiguió emitir un pequeño gorjeo. Se tambaleó hacia la ametralladora y los zombis respondieron con una segunda ráfaga.

Se llevó las manos a las heridas, perdió el equilibrio y cayó al suelo, aterrizando sobre el artillero muerto.

Mientras la vida se le escapaba por los agujeros de bala, el artillero empezó a retorcerse debajo de él.

Por suerte, Ford murió antes de que empezase a devorarlo.

* * *

– ¡Vamos! ¡Si vais a morir, morid como hombres!

Salieron en masa del remolque y, segundos después, Martin escuchó los gritos. Se apoyó contra la pared negra, aterrado ante la idea de lo que estaba ocurriendo en el exterior.

Uno de los salmos comenzó a sonar en su cabeza, así que se puso a recitarlo con voz trémula mientras los demás hombres se arrojaban a la contienda.

– Mi corazón duele en mi interior y terrores de muerte sobre mí han caído.

Un chirrido horrible le interrumpió cuando algo colisionó violentamente contra el remolque.

– El miedo y el temor se ciernen sobre mí y el terror me abruma. ¡Quién tuviese alas, como las de una paloma! Pues así podría yo volar y descansar.

Algo explotó en el exterior y el remolque tembló. Se sujetó apoyando una mano contra la pared y abrió los ojos. El camión había quedado vacío y los hombres morían a su alrededor.

– Apresuraríame a escapar del viento y de la tormenta.

Escuchó disparos seguidos de gritos y algo húmedo cayó al suelo.

– Yo a Dios clamaré, y el Señor me salvará.

– No. No lo hará.

La criatura dejó escapar una carcajada mientras subía al camión. Se arrastró hacia Martin, que contempló horrorizado el alzacuello de sacerdote que se hundía en la carne hinchada de su garganta.

– No te salvará, como tampoco me salvó a mí.

– Por supuesto que Dios no te salvó -dijo Martin, apoyándose contra la pared-. Pero salvó el alma del hombre cuyo cuerpo has usurpado. Tu profanación no significa nada. ¡Puede que hayas ocupado el cuerpo de un hombre de Dios, pero no pudiste tocar su alma!

El zombi siseó y se llevó la mano a sus desgastadas ropas, tras lo cual sacó un gran cuchillo de cocina cuyo filo brilló en la oscuridad. Avanzó hacia Martin haciendo cortes al aire. En el exterior, la batalla continuaba.

– Sí. Tu especie va al cielo, pero la nuestra no puede disfrutar de ese lujo. Nosotros vamos al Vacío. Y no tienes ni idea de cuánto tiempo hemos sufrido allí, esperando nuestra liberación. Rechinamos nuestros dientes, gritamos y esperamos hasta el día del alzamiento.

Martin repitió el verso:

– Yo a Dios clamaré, y el Señor me salvará.

El sacerdote zombi gruñó a medida que se acercaba.

– Será mejor que no ofrezcas resistencia. Eres uno de los suyos, como lo fue este cuerpo que ahora habito. Tardaré poco para que uno de mis hermanos pueda unírsenos a través de ti y predicar un nuevo evangelio.

Martin inhaló profundamente.

– En paz redimirá mi alma de la guerra que hay contra mí, pues son muchos los que están contra mí.

La criatura cargó, blandiendo el cuchillo ante su estómago. Martin se apartó de la trayectoria del arma y agarró a la criatura por las muñecas; forcejearon hasta caer al suelo y el zombi acabó encima de él. Martin gimió, luchando con todas sus fuerzas mientras el zombi empujaba el cuchillo hacia su garganta.

– Devoraré tu hígado -dijo, echando su hediondo aliento sobre Martin-. Llevaré tus intestinos como un collar y se los daré a quien pronto habitará en ti.

Debilitados por la edad y el miedo, los brazos de Martin empezaron a ceder. El cuchillo estaba cada vez más cerca, a escasos centímetros de su garganta. La criatura volvió a reír y abrió la boca, inclinándose hacia su cara. Martin soltó una de las muñecas y colocó la palma de la mano en la barbilla de la criatura, intentando desesperadamente empujar su cabeza hacia arriba. El zombi le agarró de la garganta con la mano que tenía libre.

Martin giró la cabeza hacia el brazo que sujetaba el cuchillo y le dio un mordisco. Hundió los dientes en el antebrazo del zombi y estiró, arrancando un trozo de carne rancia. Algo se revolvió en su boca y Martin escupió aquel pedazo entre arcadas.

– ¿Ves? Ya le vas cogiendo el truco…

Un disparo ensordecedor resonó entre las paredes del remolque. La cabeza del zombi explotó a unos centímetros de la de Martin, rociándolo de sangre y tejidos.

– Le diré una cosa, reverendo: desde que todo esto empezó, he visto cosas retorcidas de cojones, pero nunca había visto a alguien mordiendo a un zombi. ¿A qué sabe?

Martin se quitó la sangre de los ojos sin parar de jadear y extrajo las tiras de carne de entre los dientes, a punto de vomitar. Después, se puso en cuclillas.

– Gracias, sargento…

– Miller. Sargento Miller, aunque tampoco es que los galones signifiquen un puto carajo tal y como están las cosas. Y no me des las gracias, curilla. Voy a matarte dentro de poco.

– ¿Por qué? Acabas de salvarme.

– Sí, te he salvado para utilizarte como carne de cañón. Puedo mantener a raya a cualquier zombi que intente subir, así que estaremos a salvo durante un rato, pero tampoco podemos quedarnos aquí todo el día. Esos cabrones tienen lanzacohetes, granadas y toda clase de mierda. Tarde o temprano volarán este remolque, lo que significa que tendré que volver a salir ahí fuera, con la que se ha montado. Pero primero vas a salir tú, para llamar la atención.

– Eso… ¡eso es cruel! ¡No eres mejor que los zombis!

– Ya ves. Pero no te preocupes, te quedan unos minutos. Necesito un pitillo.

Miller sacó un mechero y un paquete de tabaco, puso el M-16 fuera del alcance de Martin y se encendió un cigarrillo. La llama proyectó sombras sobre su rostro adusto, que, por un instante, pareció una calavera brillante y desnuda a ojos de Martin.

– Ahhhh -inhaló Miller con una expresión de placer dibujada en el rostro-. Siempre pensé que sería el tabaco lo que me mataría. No sé qué cojones voy a hacer cuando se acaben los cigarrillos.

– Podrías dejarme escapar, no hay motivos para matarme. Puedo ayudarte a combatirlos.

Miller ahogó una carcajada y dio otra calada.

– ¿Ayudarme? Sí, íbamos a hacer un equipo de cojones; el viejo chocho y el tío duro, codo con codo. No, creo que te utilizaré para que hagan prácticas de tiro y me despejes la salida.

Otra explosión sacudió el remolque y Miller se movió a tiempo para impedir que su M-16 cayese al suelo.

Con un rápido movimiento, Martin cogió el cuchillo y lanzó una puñalada, atravesando la piel del soldado justo debajo de su barbilla. Cuando abrió la boca para gritar y el cigarrillo se le cayó de los labios, Martin alcanzó a ver el cuchillo atravesando el paladar en su camino al cráneo, hasta que sólo quedó fuera la empuñadura. Miller se desplomó, se hizo un ovillo y murió.