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– Sólo por esta noche.

Silencio.

– ¿Esta noche?

– Es la fiesta del hospital, ¿recuerdas? -dijo Tom-. Sarah espera que la lleve. Y tú estás de guardia.

– ¿Quieres que cuide a Hannah esta noche?

– Bueno, algo así.

– Pero si estoy de guardia no me puedo ocupar de ella.

– Ya he avisado a Robbie para que llame a una enfermera. Lo único que tienes que hacer es decir que sí.

– Tom, sólo tendrás a tu hija durante dos días y la vas a dejar con una desconocida para divertirte con Sarah.

Tom la miró de un modo extraño.

– Annie…

– ¿Qué? -aquello era increíble. Le estaba pidiendo que se quedara con la pequeña para poder salir con otra mujer.

¡Era el colmo!

¿Cómo podía seguir viviendo allí? Estaba loca, loca, loca y completamente enamorada de un hombre que jamás se daría cuenta de que existía Annie Burrows. Bueno, sí, como colega o como canguro… ¡qué consuelo!

– Annie, no puedo permitirme que Sarah se enfade -le aseguró-. Es una chica encantadora.

– Y con la cabeza llena de algodón.

– Creo que estás siendo bastante injusta. Es maestra, Annie.

Sí, sin duda estaba siendo injusta. Pero, ¿y qué? ¿No lo era él con ella?

– ¿Vas en serio con Sarah?

– Creo que sí.

Annie se levantó y llevó los platos al fregadero.

– La semana pasada era otra.

– Sí, pero…

– ¿Pero?

– Como ya te he dicho, Sarah es maestra -dijo Tom-. Le gustan los niños y sabe tratarlos. Quizás podría persuadirla para que… Bueno, quizás quisiera ocuparse de Hannah y de mí.

Annie se volvió a él con gesto incrédulo.

– ¿Estás pensando en crear una familia?

Tom se ruborizó.

– Bueno… sí. He estado dándole vueltas. Si pudiera pasar algún tiempo con Sarah, quizás podría conseguir que aceptara o, al menos, que se lo pensara.

Miró al bebé durante un rato. La niña estaba profundamente dormida.

– Se parece tanto a mí, Annie -dijo él-. Yo no tengo ni idea de cómo se cuida un bebé. Pero Henry tiene razón. Estoy prendado de ella. Bueno, a lo mejor piensas que es una locura. Pero tengo dos días para pensármelo. Ya sé que quiero a mi hija. Ahora necesito saber si Sarah me aceptaría con el bebé.

– Pero, ¿quieres a Sarah? -Annie no salía de su asombro.

– Bueno… -Tom pareció considerar durante unos segundos sus palabras-. No creo que el amor romántico que uno siente por una esposa pueda ser comparable al que se siente por una hija. Lo que sí creo es que es importante elegir a alguien que sea sensato.

– ¿Y Sarah es sensata?

– Creo que sí.

– Y sobre todo guapísima -Annie sonrió-. Muy sensato por su parte, doctor. ¡Pobre Sarah!

– ¡Maldición, Annie! Entonces, ¿qué se supone que debería hacer?

– No tengo ni la más ligera idea -dijo Annie-. Estoy segura de que lo que pretendes hacer es lo más adecuado y que, después, viviréis todos felices para siempre.

– ¡No hace falta que seas tan sarcástica!

– ¡No, claro que no! -Annie se levantó. ¡Aquel hombre estaba completamente ciego! ¿Es que no se daba cuenta de que la estaba destrozando? Él no creía en el amor y Annie lo sentía con tal intensidad que era capaz incluso de quedarse con la niña para que él encontrara a la madre de sus sueños-. Así que me voy a seguir siendo una doctora, sensata, trabajadora y vulgar. Sí, la misma doctora Burrows que está ahí siempre que la necesitas y lo suficientemente estúpida como para ocuparse de tu hija esta noche. ¡Pero sólo esta noche!

Se dirigió a la puerta y la abrió de par en par.

Él la miró como si, de pronto, se hubiera vuelto loco.

Tal vez así era.

– Será mejor que me dejes estudiar el poco rato que me queda antes de que me vuelvan a llamar. Necesito espacio -protestó-. Pero, sí. Me responsabilizaré de su bebé, doctor McIver. ¡Sólo por esta vez! En el futuro…

¿Quién sabía lo que le depararía el futuro? ¿Se iba a pasar el resto de su vida en Bannockburn, siendo la vecina del doctor McIver y su bebé?

¡No, no y no! Tenía que marcharse de allí.

– Y el futuro es tu problema -le dijo Annie-. Tu futuro no tiene nada que ver conmigo, ¡nada!

En cuanto Tom y la niña salieron, cerró la puerta con ímpetu.

El sábado por la noche comenzó siendo tranquilo.

Annie estaba en una de las salas, cuando Tom y Sarah aparecieron con la niña.

Hacían una pareja de esas de película: Tom, guapo, moreno y bronceado; Sarah, alta, con una hermosa mata de pelo rubio cayéndole por los hombros y unas piernas interminables.

Eran tan guapos que le quitaban el sentido a quien pasara a su lado.

Allí se quedaron un rato, junto a la cuna, sonriéndose el uno al otro agarraditos de la mano.

Mientras la doctora Burrows, o Cenicienta Burrows, como ella se sentía, se quedaba en un rincón oscuro y trataba, desesperadamente, de no convertirse en una calabaza.

– ¿No te parecen la pareja perfecta? -dijo Chris, la enfermera que se iba a encargar de Hannah aquella noche-. ¡Ay! ¡Cómo me gustaría ser como Sarah!

– Sí, ya somos dos que sueñan con la luna -Annie se metió las manos en los bolsillos de la bata blanca.

La adorable pareja se marchó y el vacío en el hospital sin la presencia de Tom se hizo patente.

Annie arrugó la nariz y se reajustó las gafas.

– Bueno, no todas podemos ser Blanca Nieves. No es que nosotras seamos feas, es que Sarah es tan impresionante que haría palidecer a la Bella Durmiente.

– ¡Mucho sabes de cuentos de princesas! -se mofó Chris.

Annie se encogió de hombros y sonrió.

– Bueno, supongo que será una noche tranquila. La mayor parte de la gente del pueblo está en la fiesta. Tienes toda la noche para un único y saludable paciente: Hannah.

– ¡Es fantástico! -se rió Chris-. Sé exactamente lo que voy a hacer. Me voy a meter en mi novela y, por favor, doctora Burrows, no me encuentre ningún paciente más. Estoy ansiosa por saber cuándo Jack se enamora de Kimberley. Voy por la página ciento veinte y todavía no se ha dado cuenta de que existe como mujer.

Desde luego aquella noche no sabría lo que acontecería a Jack y Kimberley. Media hora después, Murray Ferguson, de ocho años, llegó al hospital con un ataque de asma. Chris y Annie pasaron dos horas de incesante actividad, hasta que lograron estabilizar la respiración del pequeño.

Poco después, llegó Ray Stotter con un fuerte dolor en el pecho. Annie y Helen estuvieron otras dos horas con él, haciéndole todo tipo de pruebas, para determinar de qué se trataba. Por lo que aparecía en los test y por los síntomas, parecía una angina de pecho. Pero Annie consideró necesario que el enfermo quedara hospitalizado para tenerlo en observación.

La asustada esposa del enfermo estaba en casi peores condiciones que él. Al final, Annie pasó más tiempo con Marth Stotter que con su marido.

A eso de la una de la mañana, Annie volvió a la unidad infantil para comprobar el estado de Murray.

Allí se encontró a Chris, con Hannah en brazos. La paseaba de arriba a abajo, mientras vigilaba a Murray.

– No hay forma de dejarla en la cuna. En cuanto la dejo en la cuna se pone a llorar como una loca. Quizás eche de menos a su madre.

– Me da la impresión de que se ha acostumbrado a dormir de día y a estar despierta por la noche. Quizás es por eso que su madre decidió abandonarla.

Annie se quedó mirando a la pequeña. No podía descartar que aquella fuera la explicación. Pero, realmente, no podía entender que una madre sana abandonara así a su criatura.

– Pobrecita -dijo Chris, acompañando el pensamiento de Annie-. Es tan encantadora y se parece tanto a su padre. Siempre pensé que Melissa era una cabeza loca. Ahora, además, pienso que es una mala persona.